Empecemos por el final. El concierto de M.Ward en Bilbao fue muy corto –más de lo esperable– debido a un monumental cabreo del artista estadounidense. En mitad de un enfurecido solo sobre su particular versión del “Rave On” de Buddy Holly, Ward intentó patear el móvil de una individua que había tenido a bien grabar con su móvil tamaño XL cada segundo del concierto. En una sala como el Azkena, que tiene los perjuicios de cualquier recinto pequeño, también hay beneficios de lo más aprovechables, como una inusitada cercanía con los músicos. Pero esa cercanía también hace que tocar con un móvil del tamaño de una tabla de planchar apuntándote pueda resultar un tanto incómodo. Si a eso añadimos unos cuantos flashes disparados en los morros de los músicos, y que tanto el propio Ward como un miembro de la organización rogaron a lo largo del concierto que no tirasen más flashes, se entienden mejor las razones del mosqueo y abandono repentino de Ward y los suyos. A partir de ahí hay mil debates; que si el respeto al público, que si yo he pagado mi entrada y no hay derecho, que si es un divo o que si la organización es responsable de informar (y reprender, cuando sea necesario) al público de las condiciones que el artista exige para no mandar el concierto a tomar viento. Tanto da. Yo sólo sé que en Bilbao nos quedamos sin tres temas (afortunadamente, solo quedaban tres según el setlist a los pies de Ward) porque a una fan con más píxeles en el móvil que sentido común le pareció una gran idea grabar cada segundo de concierto poniendo una cámara en la puta cara de Ward en todo momento. Y eso jode, porque fue un gran concierto. De los que hacen historia en el corazoncito de uno.
Lo que me lleva al principio, al concierto en sí. Ward, tal vez el artista folk más completo de las últimas décadas, lo hace todo bien: canta, toca, produce, compone y arregla, y además, todo con personalidad y carácter. Su fascinante carrera siempre se mantiene amenazada por dos sombras; por un lado, que se le considere sólo como al tipo que tiene un grupo con la actriz y cantante Zooey Deschannel; por otro, que le cueste quitarse el sambenito de artista eminentemente acústico y ajeno a un espectro musical más rockero.
Cualquiera que ha escuchado sus discos en profundidad puede comprobar su eclecticismo, pero es en directo en donde Ward se sacude cualquier prejuicio sin despeinarse. El de Portland aglutina pop, folk, rock y neo-country en un solo estilo: el suyo. Y lo hace con contundencia y un dominio del escenario fuera de lo común, disparando temazo tras temazo hasta componer un perfil complementario al Ward de estudio. Un Ward más crudo y muy consciente de lo que necesita un repertorio para funcionar en concierto, deformando y reconstruyendo temas para adecuarlos al momento. En sus manos, casi podríamos decir que algunos temas renacen en cada directo, adaptándose al recinto, a la banda y quién sabe a qué más.
En su concierto en Bilbao, un celebrado “Poison Cup” abrió un set que pronto discurrió por temazos de su último disco como “Clean State”, “I Get Ideas”, “Primitive Girl” o un glorioso “Me And My Shadow”, algunas perlas de “The Transfiguration of Vincent” y “Transistor Radio”, entre los que destacó un sofisticado “Four Hours in Washington”, una cita al proyecto colectivo “Monsters Of Folk” y temas imprescindibles como “Rollercoaster”, “Never Had Nobody Like You” y un coreado “Chinese Translation”. Un set corto, casi urgente, pero que rozó la perfección en cada momento. Un concierto sin bajones, de los que es muy difícil ver; que te agarra desde el principio y te convence de que va a permanecer en tu memoria por encima de muchos, muchos otros.
Tras la eléctrica y agresiva “Rave On” en la que Ward se hartó, fallando la patada voladora en busca del móvil que le grababa desde el principio del concierto (patada que muchos hubiésemos celebrado), venía un “To Go Home” que en Bilbao no llego a sonar. Con todo, el concierto fue tan redondo que no vamos a ponerle pegas. Pero, cuando uno piensa en ese tema o en el “To Save Me” que estaba llamado a cerrar el bolo… Pues jode.
Y dos bises también os faltaron. O sea, no tres sino más bien diez canciones, atendiendo a lo que hizo em Valencia.