Las fiestas demoscópicas tienen desde su inicio un importante componente de celebración, pero también de hacer balance de los meses pasados y, sobre todo, de pensar en lo que viene. De todo hubo en esta nueva entrega en el Teatro Barceló, aunque seguramente lo que dominaba a la salida era la nostalgia del futuro: impaciencia tras la impactante puesta de largo de exquirla (ya saben: con ‘x’ y en minúsculas), el proyecto común de Toundra y Niño de Elche.
Abrieron fuego Burofax, ya con una muy buena entrada en el Teatro Barceló, con el aval de presentarse con una de las mejores demos del pasado año. El grupo comandado por Ana Fernández demostró saber muy bien lo que se hacen, con una media hora en la que los ecos a la oscuridad de The Cure, Siouxie o Parálisis Permanente estuvieron muy presentes (igual que el recuerdo a Dolores, banda ya desaparecida que también fue demoscópica en 2012), aunque también mostrando su propio camino, dejando que al after-punk y la new wave se sume un garage-pop que contribuye a matizar su propuesta. Hace apenas un año que se estrenaron en directo, y desde entonces han aprovechado bien el tiempo, con un sonido rotundo que da muestra de su potencial en temas como “Cuero” o “Carreteras Prohibidas”.
Sin dejar ese corte oscuro, aunque con una forma bien distinta, llegó el turno de Vred, mitad de Cut Tape, proyecto orientado a una electrónica más agresiva. Autor el pasado año de dos demos de minimal y synthwave, “Mentecato” y “Estelas” (top tres en la lista madrileña de MondoSonoro), tiene todo preparado para un inminente debut en largo que llegará con el revelador nombre de “1986”, algunos de cuyos temas avanzó en este directo que sirvió para corroborar su gusto por el tecnopop de los ochenta, con maneras que por momentos se acercan al tenebrismo de Décima Víctima, con una fría crudeza que no da respiro y que, al echar la vista atrás, también hace pensar -con las sombras aún más acentuadas- en el único disco de Grado 33, el efímero proyecto de Carlos Ordóñez en los primeros 2000.
Después de unos minutos de ir y venir de comentarios, la audacia subiría aún un par de peldaños con Xisco Rojo. La apuesta era arriesgada, pero era necesario hacerla: un tío solo con su guitarra acústica ante una audiencia diversa; recogimiento, que no introspección, haciendo frente a los murmullos. Cierto que el que fuera miembro de The Singer Not The Song está acostumbrado a vérselas ante situaciones de este tipo, pero las dimensiones de la sala y lo heterogéneo del público complicaban aún más la jugada. Decir que salió airoso del envite sería quedarse corto. Quienes quisieron, que fueron muchos, pudieron disfrutar de la propuesta del autor de “Mache Ansanm”, mejor demo del pasado año para esta casa (al final de su concierto dedicó el tema a Toundra y Niño de Elche, por aquello de la necesidad vital de colaborar y construir realidades en común), al tiempo que su primer álbum, “You Got To Walk That Lonesome Valley” se colaba entre los destacados de 2015. Xisco Rojo se sitúa en la tradición de los fingerpickers norteamericanos (no es casual que en el último tramo cayera “Red Pony”, versión de John Fahey), pero ha construido un lenguaje propio que él mismo pone en su contexto al presentar las canciones. No hay ensimismamiento, sino un relato coherente en el que la técnica es un elemento más; indispensable, sí, pero sin anular la belleza de estas canciones. Una verdadera ambrosía para rematar esta primera parte de la fiesta.
Y, por fin, el estreno de exquirla, el proyecto conjunto de Toundra y Niño de Elche, que comenzó a gestarse en la pasada edición del Monkey Week y que ahora, con un futuro álbum a medio hacer, se mostraba en directo por primera vez. La expectación era máxima: coincidían sobre el escenario la banda madrileña de post-metal (suyo fue el mejor disco de 2015 para MondoSonoro), en su momento de mayor popularidad, y el iconoclasta cantaor ilicitano, responsable del tremendo “Voces del Extremo”. Tras una demoledora intro de Toundra, Paco Contreras se asomaba al micro para acabar con cualquier comparación posible. La más recurrente desde que se dio a conocer la existencia de exquirla fue la de Enrique Morente y Lagartija Nick en “Omega”. Que nadie se lleve a engaño: esto es otra cosa. Hay rock y flamenco: escalas menores, quejío y esquirlas doom; atmósferas de intensidad creciente y gritos unas veces ahogados y otras asomándose a la orilla del exceso, recuperando el significado original de la aberración. Niño de Elche saca la lengua, hace del ruidismo un nuevo cante, levanta el talón y busca complicidad en la rotunda música de sus compañeros de viaje. Ninguna referencia se antoja válida; si acaso, la pertinaz osadía de ‘outsiders’ tan distintos como Scott Walker, Diamanda Galas o Blixa Bargeld. En exquirla, las impenetrables letras -que a menudo se muestran casi como spoken-word- corresponden a poemas del valenciano Enrique Falcón, autor contestatario adscrito a la escritura de conflicto. Grandísima batalla la que brindaron Toundra y Niño de Elche en sus tres cuartos de hora sobre el escenario, adelanto de un futuro que se avecina apasionado y salvaje.
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