La tercera edición del Festival Sónica arrancaba bajo un sol enorme y poco empático con las personas que acudían ese día al estadio Riomar en Castro Urdiales durante la primera jornada (para sorpresa de nadie, ese mismo sol se apagó igual de rápido que una cerilla al día siguiente porque el norte obra siempre su magia). El ambiente dentro del recinto era desde el primer momento mucho más distendido que el que puede haber en otros festivales debido, probablemente, a su cómodo tamaño y a la cercanía entre las distintas instalaciones. Andando por el césped cortado del estadio y viendo la cantidad de familias que aprovechaban el festival para hacer algo diferente, una podía pensar por momentos que estaba en realidad paseando por el campo con el sonido de la música como guía para no perderse.
El espacio se dividía entre dos escenarios, el Sónica como principal y el Sirenuca como secundario, situados a escasos metros el uno del otro. Sin embargo, esa misma cercanía capaz de generar un ambiente acogedor e íntimo entre el público, juega una mala pasada cuando el modo de proceder es, sin más opción, alternar los conciertos entre ambos. En mitad del bolo de uno, se cuela el ruido de las pruebas de sonido del otro emitiendo interferencias que en más de una ocasión hicieron girar cabezas con gesto desconcertado. Una alternancia que nada, ni nadie podía interrumpir, pues los conciertos estaban cronometrados al milímetro. Inconcebible eso de alargarse para seguir disfrutando del buen rollo naciente entre artistas y público como les pasó a Niña Polaca el segundo día. Los de Madrid se subían al escenario más tarde de lo previsto, viéndose obligados a acelerar el final. Álvaro Surma, el cantante, dijo, como quien se resigna al funcionamiento del sistema aunque el sistema no le guste, “vamos rápido que nos echan ya”. Poco faltó. Un limitado e inflexible horario del que el Sónica no es más que otro hijo de esa gran maquinaria estanca (estancada quizá) que son los festivales y que decapita toda posibilidad de improvisación.
En el Festival Sónica no hubo vacíos, no hubo tiempos muertos porque siempre había alguna banda que ver y disfrutar o bien sentada, o bien de pie. Esto, precisamente, es algo a destacar: el espacio libre. Incluso cuando se trataba de la cabezas de cartel como Vetusta Morla y Leiva no había aglomeraciones, se podía respirar sin temer por tu propia vida (incluso en los pogos, dentro de la limitada comodidad que puede tener un pogo, claro), lo que hacía de los conciertos una experiencia nada estresante. Más cómodas estarían seguro las personas cuyas viviendas daban directamente al estadio. No fueron pocos los balcones que se llenaron de día, pero en especial de noche, para poder disfrutar gratis del festival. Desde gente más mayor que poca o ninguna idea tenían seguramente de los artistas que desfilaron por el Sónica el viernes y el sábado, pero que cogían muy entusiasmados su silla, su sombrilla y algo para beber ante tal extraño acontecimiento; hasta las casas que acogieron a todos los amigos de sus hijos e hijas que, armándose con la linterna del móvil, corearon desde lo alto todas las canciones. Fue la verdadera zona VIP, aun con el escaso sentido que ésta tiene dentro de cualquier festival.
Ciñéndonos a la música, lo de que el Festival Sónica va de escuchar indie nadie lo duda (igual deberíamos debatir de nuevo acerca de lo acertado de la etiqueta cuando grandes discográficas producen, respaldan o distribuyen a artistas “indies”, pues mucho se habla de quién ha firmado con quién en la música urbana, pero en el resto de géneros parece ser todavía tema tabú). Hay, sin embargo, que admitir una cosa respecto al cartel de este año y esa es que han dado más oportunidades a artistas noveles o cuya discografía es todavía limitada. Jugada arriesgada porque se abre la puerta a que la gran mayoría del público acuda a los conciertos “grandes” y no tanto a los otros. Ocurrió más o menos así. Una cita, la del fin de semana del 14 y el 15 en Castro Urdiales, que reunió a grandes nombres del indie como Vetusta Morla o Leiva (es decir, al canon o los padres) con aquellos grupos que habiendo recogido el testigo, no les importa romper los moldes y llevar al género más allá (las indomables hijas y los rebeldes hijos) como Ginebras, Cariño, Niña Polaca, Marlon y Dani Fernández. Hubo determinados conciertos que rompieron un poco con la hegemonía musical del festival aportando todo su arsenal más inconformista como pudo verse con Amatria, Chill Chicos, Me Fritos and The Gimme Cheetos, Karavana y Siloé. Hacia el cierre aterrizó una espectacular Samantha Hudson que, a decir verdad, es imposible de calificar sin caer en el error porque ninguna etiqueta es capaz de describirla. Samantha va más allá de las palabras, va más allá de lo conocido. Ver para creer.
Lu Decker
La jovencísima artista santanderina abrió el viernes el Festival Sónica ante un reducido, pero entregado público (sobre todo los más jóvenes). Ella misma admitía subida al escenario principal que nunca había trabajado en el mundo de la música y que, por lo tanto, estaba aún aprendiendo qué era eso de ser cantante. Saltó a la fama en 2020 a través de Tik Tok cantando versiones y temas propios que la llevaron hasta Castro Urdiales ese fin de semana para amenizar el sofocante calor de los asistentes a ritmo de pop bailable que por momentos se acercaba más a la música de cantautora o al urbano más disuelto y descafeinado. Sonaron temas como ‘La carta que nunca te escribí’, ‘Raro’ y ‘Tus letras de amor’, pero también el cover que tocó en El Hormiguero ante Ed Sheeran, ‘Someone To Love’. Los inicios de carrera siempre son difíciles y extraños, pero sigue siendo el primer paso.
Pipiolas
Las igualmente jóvenes artistas Adriana Ubani y Paula Reyes, el dúo que forma Pipiolas, se subieron al escenario Sirenuca en un concierto que recordaba al sonido popero de los 2000. Arrancaban con ‘What Dreams Are Made Of’ y su pegadizo “hey now” que bien podría haber salido de cualquier videoclip de la MTV. Para ser un grupo reciente y con pocos conciertos a sus espaldas, no necesitaban de más cosas que ellas mismas para llenar el escenario. La gente las seguía, las gritaba, las bailaba y se dejaban llevar por el buen rollo que mostraron y del que el resto se contagió. Sonaron temas como ‘Club de los 27’, ‘Romancero propio’ (“El doctor me ha dicho que a mis veintiséis año / Tengo salud de anciano”), ‘San Peter’ y ‘Narciso’ que explican por qué tienen tanto éxito entre el público de la Generación Z y de los Millennials: las historias sobre jóvenes viejos (que no viejóvenes) transitando hacia la edad adulta a pesar de su escasa preparación.
Amatria
El concierto de Amatria en el escenario Sónica empezaba algo accidentado debido a varios problemas técnicos que no impidieron, sin embargo, que el show arrancara, a trompicones, pero arrancara cuando debía. Mucho de ese mérito le corresponde a Joni Antequera, frontman del grupo que, valiéndose de una buena dosis de humor y energía sísmica, logró que todos los presentes se olvidaran de ello. El bolo lo inauguró ‘Una ciudad’, seguida de ‘Discordia’ y ‘Un amor’ que sirvieron para perfilar el estilo musical del grupo a aquellos que no le conocían, un estilo muy cercano a la electrónica del 2010 y con letras pop. Un recorrido por toda su discografía que culminó con su nuevo single “Llámame loco”, además de “Encaja” y “El golpe”. Se bajaba después del escenario para poder cantar con el público (entre las que se encontraban Ginebras al completo) y terminar por todo lo alto con esa oda al hogar que es “Techno Manchego (asiejque)”. Si Amatria hubiera tocado al caer la noche, puede que hubiera sido aun mejor concierto de lo que ya fue.
Menta
Menta fue el sonido más gamberro, más grunge y más nostálgico del Festival Sónica. Abrieron con ‘Fatal, gracias’ de su disco Un momento extraño y que con eso de “No hay futuro, no hay mañana” a más de uno le recordaría su juventud en clave punk porque puede que la juventud sienta la misma falta de futuro sin importar la época, ni el contexto histórico. La voz rasgada, áspera, pero curiosamente suave de Meji, la vocalista del grupo, parecía más propia de los 90 por su deje de rabia y furia contenidas resonando en un gran garaje de las afueras a golpe de guitarra. El retorno incesante de la música de otros tiempos se hacía aún más explícito en ‘Segunda Parte’ y donde también se vieron más las influencias de grupos como Carolina Durante, esa mezcla de rock-indie algo más canalla que le canta un presente que es en realidad pasado. A pesar de la evidente timidez del grupo (¿Qué grunge no lo es en realidad?), consiguieron relajarse hacia el final gracias a los piropos del público porque no hay nada más punki que anteponer los cuidados. El concierto cerró con ‘Mafe’, ‘Ojalá te mueras’ e ‘Ibuprofeno normon 600g’ cerrando la ventana a ese yo más rebelde que todos hemos sido.
Marlon
Hay ocasiones en las que lo mejor que se puede hacer para aliviar la pena, es cantarla, disfrutarla y destruirla saltando. Es, precisamente, lo que ocurrió en el concierto de Marlon. Teniendo en cuenta que el repertorio del grupo es ya bastante sentido, en directo toda esa melancolía se hiperboliza con el riesgo añadido de acabar convertida en un enorme y esponjoso algodón de azúcar. Los de Asturias calentaron motores con ‘96’ y todos aquellos veranos que siempre fueron mejores porque ya los hemos olvidado. Fue, también, el primer concierto del viernes con una asistencia mayor pese a la pronta hora y que prepararía el terreno para todo lo que estaba aún por venir. Con ‘Malas hierbas’ el grupo se reunió en el centro emulando una especie de tablao flamenco que si eres del norte queda a medio camino entre el artificio y el esperpento. Lo que no se les puede negar, es la capacidad para conectar con el público que estuvo coreando todas las canciones e implosionó con ‘Caos’ y ‘De perreo’, se desgarraron gritando. El bolo acababa con el cantante Adrián Roma sin camiseta, con esa pose de niño malo y no haber roto nunca un plato muy de la década anterior y cantando ‘Con uñas y dientes’.
Marlena
El concierto de Marlena empezó incluso antes de que empezara. Había ya fans apostados en primera fila, sujetándose a la barrera que separa la arena del escenario mientras realizaban las pruebas de sonidos para después. Alguien gritó como un resorte “¡Guapa, te quiero!” a Ana Legazpi, una de las dos integrantes del grupo junto con Carol Moyano, La gente tenía tantas ganas de verlas que esperar al inicio oficial del concierto era inconcebible y eso pocas veces se ha repetido durante el festival en el escenario Sirenuca. Algo tendrán. Con una enérgica ‘Fecha de curiosidad’ daban comienzo al que sería el concierto más arrollador y entusiasta de todos los del escenario secundario (a excepción de Samantha Hudson, claro). Ellas le cantan a esa eterna persona con múltiples nombres y rostros que te ha gustado tanto alguna vez en la vida, para luego decepcionarte. Así fueron ‘miprimeravez’ y ‘Gitana’ que, a decir por Ana, “va sobre una chica de Santander”. Recordaron aquella vez que coincidieron con Maneskin en Factor X Italia y decidieron bautizarse como Marlena por la cantidad de veces que los italianos mencionaban ese nombre en las canciones. En homenaje a ellos tocaron ‘Beggin’ para rematar con ‘Muñequita de cristal’ y ‘Nada que decir’, canción en la que también colabora Nil Moliner.
Ginebras
No se sabe muy bien si fue porque el azar es caprichoso y obra virguerías o si, por el contrario, era una especie de broma interna. Sea como sea, el hecho de que ‘Alex Turner’ abriera el concierto cuando hace una semana Arctic Monkeys tocaba en el Bilbao BBK Live es una inmejorable entrada que demuestra lo grandes que son Ginebras. Las dosis de ironía encapsulada en cada una de las canciones que pudieron escucharse durante todo el espectáculo, llevó a todo el público a bordo de una montaña rusa (había una literalmente encima del escenario) y con nadie en la torre de control vigilando. Con ‘¿Quién es Billie Max?’, ‘Cosas moradas’ y ‘En bolas’ la gente saltó machacando el suelo y haciendo volar cerveza por encima de todas esas pobres cabezas de debajo. Ginebras no le tiene miedo a nada, ni siquiera a versionar ‘Con altura’ de Rosalía y J Balvin. “Vamos a convertir el Sónica en la plaza del pueblo” y con eso, ‘Ansiedad’, ‘Paco y Carmela’ (“Bailo como Miquel Iceta”) y ‘La típica canción’ fueron las orquesta de las mejores fiestas de pueblo.
Karavana
El sonido de Karavana parece ser el cruce entre el rock de antes y el pop de ahora con mucha actitud, pero poca profundidad. El gamberrismo del que hacieron gala en el concierto del Festival Sónica fue contagiador, desde luego, porque por cada nueva canción que tocaban, la gente más ganas tenía de perderse por completo en los interminables pogos que acompañaron a Karavana hasta el final. Liarla, saben liarla, cualquier discusión es absurda al respecto y el espectáculo estuvo servido desde el mismo momento en el que se subieron al escenario. Hay algo, sin embargo, en su forma de cantar y de tocar que recuerda demasiado a grupos que ya lo petaron en su momento. La influencia más evidente es la de The Strokes bien porque ellos mismos tienen una canción con el nombre del grupo, 'Strokes', bien porque el resto de temas también evocan a los estadounidenses. El concierto de Karavana funciona porque la nostalgia es efectiva, porque los recuerdos ansían cosas nuevas que los alimenten y retroalimenten. Más allá de esto, se desinfla un poco. Tocaron su versión de 'Tití me preguntó' incluida en su álbum Muertos en la disco, pero también "Qué putada", "Madrid" y "Resaca Pop" que denotan que saben lo que hacen y que son capaces de hacerlo, pero que todavía están demasiado bajo el influjo de sus ídolos.
Vetusta Morla
La gran cita del Sónica del viernes era, sin ninguna duda, Vetusta Morla. Los de Madrid se presentaban ante un público expectante con la imagen de su último disco fragmentada en las distintas pantallas que formaban el escenario, pero sobre todo en el enorme telar de fondo que ondeaba con la noche. ‘Puñalada trapera’ abría un concierto abarrotado y redondo que navegó por los mejores temas de la banda, sin caer en la melancolía. Con ‘La virgen de la Humanidad’ Pucho, cantante del grupo, variaba la letra, muy poco en realidad, tan solo una palabra: Moscú en vez de Beirut. “Hoy nos siguen pegando abajo / Abajo y arriba, al costado al norte y al sur / Con el palo de un algoritmo / Que mueve el pulgar de un robot en Moscú”, la no humanidad coloniza diferentes territorios, pero persiste y Vetusta Morla no quiere dejar pasar la oportunidad de denunciarlo por sutil que sea. Faltaron tres canciones más, ‘Corazón de lava’, ‘Maldita dulzura’ y ‘Copenhague’, para que los indecisos, para los que no estuvieran tan seguros de que realmente mereciera la pena verles en directo, sea por la razón que sea, se convencieran y se dejaran embrujar. Fue el final, a pesar de todo, el apoteósico final que vino de la mano de ‘Cuarteles de invierno’ y ‘Los días raros’ el que hizo que todos se unieran como una gran ola a punto de salirse del mar.
Niña Polaca
El concierto de Niña Polaca no empezó de la mejor manera. Llegaron tarde y nada más empezar se sucedieron los problemas técnicos, entre ellos, que los propios artistas no se escuchaban por línea interna y que el volumen estaba tan alto que no dejaba ni oírse los propios pensamientos. La atronadora ‘Ivona (Voy a decirle a mi madre que la quiero)’ hizo saltar al ya agotado público que arrastraba el cansancio del día anterior, pero la ocasión era demasiado buena como para no aprovecharla. Con un sonido mucho más cercano al rock de garaje que al indie ortodoxo, Niña Polaca ofreció un concierto a la altura de cualquier cabeza de cartel por saber, precisamente, aunar una técnica musical que resiste la presión con unas letras igual de contundentes. Aprovecharon para recordar que publican nuevo disco en octubre del que ‘Travieso’ es un primer adelanto y que, si el resto del álbum suena igual de bien, una podría atreverse a decir que merecerá muchísimo la pena. Beto, el bajista de la banda, se animaba a cantar ‘M’ junto con Álvaro Surma, el vocalista, mientras el resto se sentaba a los pies de la batería como si de un campamento musical se tratase y no de un festival ante cientos de personas. Cerraron con ‘Madrid sin ti’ porque las inamovibles franjas horarias de los festivales no permiten retrasos.
Chill Chicos
Lo más probable es que nadie se esperara encontrarse con un grupo como Chill Chicos en un festival como el Sónica, pero lo cierto es que a veces las notas discordantes son las que mejor suenan de toda una composición. Con una base de los más rockera, pero con una voz distorsionada a base de autotune, “Los más guapos de Madrid” (no lo digo yo, lo dicen ellos en su segundo y homónimo álbum publicado) por momentos se acercaban al trap más libre de calorías, al pop adolescente más canallita o al rock más soft de los 2000. ‘Sexo’ , ‘De vuelta en la ciudad’ y, ‘Superfuertes’ son dos adelantos que los madrileños regalaron el sábado para ir abriendo boca para su próximo disco. Sonaron también ‘Pantera’ y ‘Lujo$$$o’ que recordaban a la forma de inflexionar la voz de Chill Mafia con quien, además, comparten las ganas de ir de trankis, pero sin la fuerza, ni la explosividad de los navarros.
Cariño
Siguiendo una estética de lo más naif que podría pertenecer a la nueva película de Greta Gerwig aun por estrenar, ‘Barbie’, Cariño al completo salía al escenario entre gritos y vítores. Un grupo que resulta de lo más fresco por cambiar el personaje neutro masculino de las canciones de amor, ese con el que todas las personas con independencia de su género han de identificarse, por uno femenino. De hecho, entre el público, dos amigas hablaban de por qué una no tenía ni idea de quiénes eran, llegando a la conclusión de que “no las conoces porque eres hetero”. Touché. Tocaron varias canciones de sus dos álbumes ya publicados como ‘no me convengo’, ‘Aún me acuerdo de todo’ y ‘si quieres’, pero también el nuevo single ‘Locochona’. Admitían, además, que era la primera vez que tocaban con batería y es que tanto Chill Chicos como Cariño comparten músico. Con ‘Tamagotchi’ la gente no paró de aplaudir, cantar y saltar a ritmo electrónico. Llegan, incluso, a rescatar uno de los grandes temas de C. Tangana, ‘Llorando en la limo’, pero mucho más pop, mucho más rosa, mucho más Cariño. Al sonar ‘Bisexual’, todo un himno, más de una garganta se cercenó las cuerdas vocales y es que no es para menos.
Siloé
Siloé fue el toque folk del evento, algo con tintes de trovador, pues el cantante, Fito Robles, empezaba el concierto “en el barro” y rodeado del público que acudía a verle. Al igual que los poetas medievales, Robles cantaba guitarra acústica en mano todo lo que iba a suceder durante los próximos cincuenta minutos. Una vez corrió al escenario, tocaron los primeros acordes de ‘La verdad’, seguida de la canción que tienen con Miss Cafeína, Se pudieron escuchar también ‘La vida que me das’. ‘Cómo olvidarme de ti’, ‘El poder’ y ‘Minas de sal’ que todos los que estaban abajo, en especial los más mayores (sin querer ofender) cantaron junto con los vallisoletanos en un concierto que brilló por la cercanía entre artista y público.
Dani Fernández
Dani Fernández empezó de una forma curiosa el concierto, ni mejor, ni peor, simplemente curiosa. El primer tema que sonó fue ‘Dile a los demás’, uno de sus grandes éxitos que cayó como rayo en mitad del Riomar y todos quedaron entre petrificados y confusos por no esperarse esa canción desde el principio. Quizá fuera por quitársela cuanto antes de encima y poder seguir con el concierto más relajado o por querer hacer un regalo a su audiencia desde el primer momento que pisó el escenario, en cualquier caso, funcionó porque entonó a todo el mundo para el resto. Rasgó con la voz ‘Te esperaré toda la vida’, para luego cantar ‘Artificial’ porque “como ahora está de moda tirarles beef a los ex”. Puede que algunas modas deban morir ya. Tocó también ‘Si tus piernas’, ‘Plan fatal’ y ‘Disparos’ creando tan buen ambiente con el público que parecía más bien la sobremesa de cualquier comida, a un concierto con un artista de nivel nacional. Dani Fernández aprovechó también la ocasión para hablar de su pasado en la banda Auryn y de cómo el accidente que sufrió Supersubmarina en 2016 y tras el que no han vuelto a subirse a un escenario, “nos jodió la vida tanto a ellos, comO mí porque me ponía toda su discografía a todas horas”. En su honor, cantó ‘Supersubmarina’ y remató el concierto por todo lo alto con ‘Bailemos’.
Me fritos and the gimme cheetos
A veces lo único que se necesita es un buen espectáculo para destensar los músculos y aflojar los nervios. Eso fue justo lo que ofrecieron Me fritos and the gimme cheetos, eso y unas cuantas risas. Si alguien alguna vez se ha preguntado cómo es posible meter unas quince canciones en 45-50 segundos, la respuesta es fácil: quedándote solo con las mejores partes. Con una buena base del rock más old school, los asturianos engancharon tanto que muy poca gente quiso irse de donde estaba para hacerse con un hueco en el concierto de Leiva que tocaba dentro de poco. Sí, es posible, versionar a Isabel Pantoja con rock y sí, es posible escuchar ‘Se me enamora el alma’ en 30 segundos y no echar de menos nada más. Increíbles.
Leiva
Leiva aterrizó en Castro Urdiales en un alto en su gira "Cuando te muerdes el labio Tour" y llegó con una enorme puesta de sol a las espaldas como si de un cowboy se tratara. Tan solo podía verse la sombra que los músicos y él imprimían sobre ese cielo naranja mientras una música electrónica anunciaba su llegada. En el mismo instante en el que las luces iluminaban el escenario, rompía ‘Sincericidio’ para ilusión de todo el mundo. Un concierto que se caracterizó por abarcar los grandes éxitos de toda su carrera y en el que, aunque no hubieras escuchado mucho de él, simplemente con vivir en España (en algún momento u otro todo ser viviente ha escuchado a Leiva) te valía para poder disfrutarlo. Se trajo consigo todo un despliegue de instrumentos musicales desde la trompeta, el saxofón, dos guitarras, un bajo y una batería, hasta una corista y unos bombos que dotaron de mayores matices a las canciones. Sonaron canciones como ‘Lobos’, ‘Flecha’ al más puro estilo funky y ‘La llamada’ que puso a todo el mundo a cantar. También cantó, sin embargo, temas de su antiguo grupo Pereza, ‘Como lo tienes tú’ y ‘Lady Madrid’. Leiva llenó no solo el estadio que vibraba con él, si no también los alrededores con los balcones repletos de personas cantando desde lo alto.
Samantha Hudson
Intentar poner en palabras cualquier concierto de Samantha Hudson es una misión fallida porque no se han inventado todavía los conceptos necesarios para tal empresa. He aquí un intento, a pesar de todo. Sonaron unas risas maléficas que más que maldad denotaban locura porque es necesario tener algo de esto para poder dejarse acunar por la artista (y para sobrevivir tu día a día esquizoide en general). Salían a escena tres bailarines completamente desnudos que comenzaron a vestirse delante del público, pero con unos movimientos no humanos, si no más parecidos a muñecas con las que poder jugar, títeres comandados por algo o alguien superior. Al entrar Samantha todo en escena se queda inmóvil, pero la gente pide, suplica y ruega. Estalla ‘Otra vez’ sobre la no existencia de un taxi cuando más lo necesitas. El ritmo electrónico propio de una rave es justo lo necesario para olvidarse de toda tu vida, tener una amnesia total y bailar siguiendo al otro y al otro y al otro hasta ser una gran masa ondeante. Para cuando acabó ‘Vodka Redbull’ la gente clamaba el escenario principal para ella (se lo merecía sin lugar a dudas), pero no parecía algo que la incordiase demasiado. Mientras la gran mayoría se reían con ella y la alaban, había también gente que lucía bastante incómoda. Si alguien tiene algún tipo de problema con el espectáculo de Samantha Hudson, es probable que el problema esté solo en su mente. El público se encontraba en un espacio de tanta libertad, que más de una chica decidió emular a las bailarinas que volvieron a desnudarse y quitarse la camiseta. Solo son tetas, tranqui. Terminaba con ‘Anticristo’ y ‘Por España’, aunque lo que realmente cerró el concierto fue el ‘No pasarán’. No, no pasarán.
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