Se podría afirmar que uno de los grandes placeres de escribir una crónica es imaginar la cara del lector navegando por las líneas que la componen. Generalmente, pero no necesariamente, cuando uno hace clic en un texto que relata el espectáculo de un artista concreto ya se le presupone cierto interés por los hechos que ahí se van a contar. Y en este caso, no puedo menos que imaginar que has llegado hasta aquí porque quieres saber qué tal lo de Delirium Tremens treinta años después de su despedida o cómo fue lo de Amaia tras calzarse un sold out a la media hora de publicar sus entradas. Pero lo que sería absolutamente fascinante es que estuvieras aquí por los dos hechos.
Porque el único nexo en común entre estos dos espectáculos fue la música. Por lo demás, dos generaciones absolutamente distanciadas. Dos acontecimientos sociológicos opuestos. Y dos formas antagónicas de entender el sonido. Demostrando así que SantasPascuas ha renunciado a disparar en esta nueva edición a un nicho concreto en favor de una programación transversal.
De esta forma, Delirium Tremens abarrotaron en el día de Reyes la sala Zentral con centenares de nostálgicos de la que ha sido una de las bandas más relevantes de la historia del rock vasco. Mucho ha llovido desde aquel año 91 en el que quedó inactivo un proyecto prolífico de rock euskaldun que ha marcado varias generaciones y que ha encontrado en “Hordago” (2022), su último trabajo, la mejor forma de revitalizar esa legendaria historia y sobre todo ese sentimiento.
Como aperitivo, los guipuzcoanos de Unidad Alavesa fueron los encargados de abrir la cita mientras se iban cubriendo los huecos vacíos de la sala. Iniciaron templadamente con “Jo naute” antes de encarar los ritmos más rockeros de “Arima zartatua” y ese final coreado que encajó bien con los primeros bailes. Dejando de lado una primera parte centrada en las canciones en euskera, enlazaron con la sátira sobre la iglesia palmariana en “Gregorio XVII”, la melancólica “Cansado y derrotado” o la crítica política en la poco escurridiza “PSOE”. Para cerrar su show de una hora de duración, “Los exsindicalistas reconvertidos en jefes” y “Su eman” dejaron el terreno abonado para el plato fuerte en un directo tan ácido como plano.
Por su parte, Delirium Tremens tan solo hicieron esperar unos minutos al respetable que estalló con las primeras notas de “Urpean dantzan” de su reciente trabajo editado. Acompasados, bien afinados, y como si no hubiera existido un impás de décadas, nos teletransportaron treinta años atrás con las melodías de “Noizean behin”, “Galduta nabil” o “Juan li” que despertaron los saltos más primarios de un público emocionado al encontrarse con sus éxitos de siempre. Sin tiempo para concesiones y sin demasiadas interacciones, los de Mutriku continuaron por la senda retrospectiva por medio de “Ezin leike” con ese sonido tan añejo como genuino, “Eutsi hirean” por medio un despliegue de riffs de guitarra revitalizados con el paso de los años o ese bajo primoroso y difícil de obviar en “Batzuetan”.
Llegados a la mitad del espectáculo, hubo tiempo para que Mikel Laboa se hiciera presente en “Baztan”, y “Sua” sirviera de antesala de “Garuna”, otro de los temas de su último trabajo en el que se nota esa identidad más actual, contundente y, como es lógico por el paso de los años, mejor producida del sonido de Delirium Tremens. Y en esa línea también juega una “Hola tio!” que demostró lo bien que se han asentado los nuevos temas y lo bien complementados que se hallan en un setlist intergeneracional. Pero la traca mayor se concentró ya encarada la recta final del directo con una serie de cañonazos de rock como “Kaixo”, “Aio”, “Ni naiz”, o una “Boga boga” con la que decidieron cerrar una velada de recuerdos recuperados, compases memorables y una actitud que no la ha debilitado el paso del tiempo.
Como en una de esas grandes noches que se viven en Baluarte se presentó la pamplonesa Amaia Romero habiendo agotado todas las localidades de la sala principal del recinto. Una puesta de largo jugando como local que sirvió como paso de ecuador, confirmación y alternativa de la joven que conquistó a toda España en un programa de televisión y que ha ido labrando su camino, con grandes dosis de actitud y personalidad, para huir de esa etiqueta que la ha definido como la Marisol de esta generación.
Fruto de ese paso firme al frente, Amaia apareció sola en el escenario buscando acomodo rápidamente en el piano que le acompañó de cerca durante todo el directo. “Bienvenidos al show” sirvió de canto y presentación de lo que la noche deparaba con una Amaia que no tardó en deslizarse por las tablas con “Dilo sin hablar”, en la que mostró sus dotes de frontwoman acompañada de una banda que le cedió todo el protagonismo desde el principio. Deliciosa, naíf y delicada sonó “La vida imposible” con Amaia contoneándose en el centro de la estancia antes de refugiarse de nuevo en el piano donde dejó caer las notas de “El relámpago”, momento que nos retrotrajo a la Amaia de antaño y esa voz dulce, limpia e impactante.
Sin dejar de apoyarse en sus dos mejores instrumentos, el piano y la voz, Amaia despachó “Pesimista”, “Nadie podría hacerlo” y la cover de “Fiebre” de Bad Gyal en un suspiro y con la soltura propia de una artista de larga trayectoria. Y, seguidamente, a modo de aperitivo y de engaño, enlazó con los versos de “La canción que no quiero cantarte” acompañada de las notas de un piano que redujo hasta tres marchas la melodía original sin perder ni un ápice de presencia y poderío.
Con un público que aplaudía eufóricamente cada una de las interpretaciones de la navarra, llegó el momento de meterse —más si cabe— al público en el bolsillo mediante la interpretación de una “Yamaguchi” en japonés que hizo las delicias de los autóctonos. Fue uno de los momentos cumbre del show junto a la ‘planetaria’ “Santos que yo te pinté”, que sonó imponente y cautivadora en una sala hasta los topes.
Amaia, consciente de sus dos estilos dominantes, la calma y el ímpetu, la pausa y la euforia, planteó un directo de forma ascendente dejando sus canciones más bailables y accesibles para el final. En este punto fueron cayendo muchas de las colaboraciones que la han aupado a la esfera más comercial como “Quiero pero no”, “Así bailaba” o “El encuentro” y que se acompañaron masivamente por un coro femenino perfectamente sincronizado. Y aquí cabe preguntarse, ¿no puede tener Amaia un hitazo pop en solitario o más bien su interés como artista se encamina a mantener su seña de identidad sin rendirse a la radiofórmula?
Como no podía ser de otra forma, el aperitivo a piano de “La canción que no quiero cantarte” solo fue un anticipo de la interpretación final acompañada de toda su banda, con la que Amaia nos regaló su versión más desinhibida, ardiente y estelar. En Pamplona nació una artista, ahora sabemos que para varias generaciones.
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