Lanzarse a organizar un festival de nuevo cuño, dadas las circunstancias, es una decisión poco menos que heroica. Si, además, se trata de en una plaza complicada como es Salamanca y en esa época estival en la que los estudiantes han abandonado la ciudad, el asunto muta en hito. Sobre todo, teniendo en cuenta que el evento en cuestión prescindía de esos grupos repetidos en la mayoría de los carteles con la intención de asegurar el éxito, para apostar a cambio sin tapujos por otro perfil artístico. Sea, por lo tanto, más que bienvenida esta iniciativa valiente e interesante concretada en el Festival Ingrávido de la capital charra, que celebró su primera edición en el patio del museo de arte contemporáneo DA2.
Monteperdido tuvieron el honor de estrenar el asunto, en el que era uno de sus primeros conciertos para presentar las canciones de aquel notable debut homónimo del pasado año, y que los sitúa no muy lejos de Los Punsetes. Aunque con amplio (y lógico) margen de mejora por delante, el cuarteto dejó buenas sensaciones, con su mezcla de ruidismo y alma pop. Sobre todo gracias a la presencia de su vocalista Bego, poseedora de un extraño magnetismo del que hizo gala en temas como “La distancia”, “El tarot” o “El balcón”, invitando así a prestar atención a los próximos movimientos del grupo.
Por su parte, Confeti de Odio fueron la gran revelación del festival, demostrando por qué en Madrid son ya un secreto a voces. El proyecto de Lucas Vidaur luce letras tan cargadas de realismo como de un cinismo inteligente, que se clavan desde la primera escucha sobre todo en base a un directo bastante más armado que su versión de estudio, con dosis adicionales de electricidad e intensidad. Es así como su pop, de por sí interesante, muta en una propuesta más agresiva y convierte pequeños himnos como “Muchísimo”, “Hoy será un día horrible” o “Siempre nada” en pildorazos perfectos para soltar desde el escenario. Los que no sorprendieron porque ya es de sobra conocida su solvencia escénica fueron Mujeres que, además y tras más de una década de carrera, disfrutan del momento álgido de popularidad. El trío fue una apisonadora en directo sin aparente esfuerzo, con estas canciones suyas de poco más de dos minutos, aceleradas y tan deudoras de The Feelies como de Black Lips sucediéndose una tras otra. El trío hizo gala una efectividad poco menos que insultante, además de presentar un sonido pulcro que no resulta reñido con aquella alma más garagera de sus inicios que todavía late en segundo plano. En cualquier caso, enlazar temas como “Al final abrazos”, “Aquellos ojos”, “Rock y amigos”, “Cae la noche” o “Tú y yo”, solo podía suponer una victoria tan clara como la cosechada por los catalanes en su primera visita a Salamanca.
Diamante Negro fueron los encargados de inaugurar la segunda jornada, con una propuesta que encuentra algunos de sus referentes en el indie de los noventa –con especial predilección por Dinosaur Jr o Superchunk–, sin descuidar esa sombra de Los Nikis que cada vez resulta más alargada, sobre todo desde que Carolina Durante comenzasen con su reivindicación. El trío distribuyó repertorio entre temas ya conocidos (y de pegadizas consecuencias) como “KEPX” o “Poliamor”, y otros aún inéditos que verán la luz en un inminente nuevo álbum. Su pasó por el escenario dejó momentos interesantes, pero también resultó algo extensa y, de paso, dejó la duda de si el mal rollo entre miembros del grupo era real o pura fachada.
Menta venían con el EP ‘ñao, ñao’ (Sonido Muchacho, 21) bajo el brazo, y resultaron convincentes en el plano instrumental, con su muro de sonido de perfil shoegaze deudor de Ride y Slowdive bien tejido. Fue en la parte vocal donde el asunto descolocó, no porque su cantante proceda mejor o peor, si no porque ambas partes –la instrumental y la vocal– parecen sucederse de manera independiente entre sí y quedan lejos de ensamblar. Un hándicap difícil de salvar y que a la postre deslució canciones con potencial como “Ojalá te mueras”, “El apartamento” u “Ocho domingos”.
Los Estanques - Foto: Raúl Julián
Los Estanques eran el plato fuerte del día y cumplieron su papel firmando el que, a la postre, sería mejor concierto del festival. A estas alturas, el cuarteto liderado por Iñigo Bregel resulta una apisonadora con su mezcla de ópera rock, progresivo y psicodelia impecablemente interpretada sobre las tablas. No en vano, el frontman se ha rodeado de una base rítmica infalible formada por Daniel Pozo (bajo) y Andrea Conti (batería), además de contar con el no menos determinante guitarrista Germán Herrero. La formación cuenta en su haber con un total de cuatro discos, lo que les permite disponer de un generoso repertorio en donde elegir, incluyendo piezas tan verticales como “Clamando al error”, “¡Joder!”, “Juan el largo”, “Mr. Clack”, “Efeméride” o la final “Soy español pero tengo un Kebab”. Su abrumador concierto confirmó las sensaciones positivas dejadas por la primera edición del Festival Ingrávido, cuyo planteamiento de unir un cabeza de cartel firme con grupos incipientes resulta de lo más atractivo. Al menos para aquel aficionado que tiende a no conformarse con ese tipo de oferta de lo más sobada y reiterativa.
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