Por alguna razón -tan insondable como empírica- muchos artistas del rock y aledaños, en plena madurez, deciden acudir a lo primigenio y original desposeyendo de todo artificio, más o menos necesario, a sus canciones para mostrarse -guitarra en ristre y casi a pecho descubierto- en estado crudo, lo más puro posible. Y de eso se trata fundamentalmente este magnífico ‘Sangre en los surcos’, el último doble LP que empezó a presentar Fernando Alfaro este pasado sábado abrileño, en su ciudad natal, como primera cita de una larga lista de conciertos que lo llevará de nuevo de viaje por todo el país en meses venideros.
Ante una sala Clandestino -incomprensiblemente a medio gas- se presentaba, emergiendo sobre la intempestiva lluvia que calaba los huesos desde el mediodía, el que, posiblemente es, el artista más singular, superviviente y genial desde que el indie aún ni siquiera lo era en España. El alma de los Surfin Bichos y Chucho volvía a casa para tocar, junto a sus músicos de apoyo -Eloy Bernal y Joel García, junto a los que sustancia el Dark Folk Trío- ante un público veterano e íntimo amigo, entregado de antemano, pero por eso más crítico, exigente y potencialmente cabrón (con perdón) que ninguno, ya se sabe como se gastan estas cosas en familia.
Un Fernando Alfaro en plena forma física -mutado ahora en una especie de vaquero manchego, ahora felizmente abarcelonado, que luce barba larga y cana, gorra de cuatro paneles y camisa country de raso roja- atacó sin piedad su extraordinario cancionero desde una apuesta directa a la yugular, sin más preámbulo, ni saludos. Y esa es una de las cosas que más llama la atención de este recién inaugurado directo: la intensa, sincera y descarnada forma en la que se reinterpretan el elenco de temas que Alfaro ha elegido para la gloria y este “falso grandes éxitos”. Cierto es que, a primera escucha, todo parece estar más cerca de Cohen, Red, Bowie y Cave -con permiso de la obligada referencia del maestro Cash- que, de otra cosa, pero el atavismo punk -por duro, incómodo y salvaje- no hay quien se lo saque de las tripas al genio albaceteño. Y fue así como temas de la fiereza indomable de ‘Qué clase de animal’, ‘Ricardo Ardiendo’, ‘Fuerte’, ‘Mi anestesia’ o la más reciente, nueva y autobiográfica ‘Dominó’ -tremenda de principio a fin- se llevaron los máximos parabienes y aplausos de una audiencia que también paladeó a fondo la dulzura optimista de los mimosos arreglos hechos para ‘Magic’, ’Camisa hawaiana de fuerza’ o la maravillosa versión pergeñada en beneficio de ‘Mis huesos son para ti’. Pero, como ya sucede en el disco, es ‘Gente Abollada’ la canción mayúscula y definitiva que, en su nueva dimensión crooner-rock-darky y en directo, a todos nos hizo volar en el tiempo y el espacio. Sangre sí, claro; pero también algunas lágrimas condenadamente negras empaparon los surcos. En fin, tanto la conclusión, como el veredicto, conducen a lo mismo: nadie -en su buen juicio sonoro- se lo debería de perder. Puro y duro.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.