Si entre muchas variables la calidad de un grupo puede medirse por la complicidad de sus miembros sobre el escenario, sin duda los británicos presentaron en Madrid sus credenciales como banda de referencia. Cuesta creer, tras asistir a su fascinante despliegue de precisión, que no hace tanto tiempo estuvieran a punto de desintegrarse entre peleas, giras malsanas y vapores de heroína, pero así son los grupos: entidades dinámicas capaces de regenerarse cuando menos se espera. En su caso, el retiro espiritual y físico a Sheffield con el que renacieron de sus cenizas parece haber tenido un efecto casi milagroso.
Llegaban a Madrid para presentar, con cierto retraso, su poliédrico “Serfs Up!”, un tercer trabajo contenido, atmosférico y de fascinante dispersión con el que se han refinado formalmente, atrayendo más atención y recibiendo unánimes elogios. No es que se hayan dejado por el camino el filo underground que les caracteriza. El sexteto ejerce de enciclopedia del buen gusto musical, convocando los espíritus de Velvet Underground y Lou Reed, el post-punk arisco, el tecnopop y el glam vía Bowie, T. Rex y Roxy Music (saxo incluido). Sobran más etiquetas porque a fin de cuentas Fat White Family son por encima de todo una personal, tremenda y elegante banda de rock. Al menos, lo fueron en la sala madrileña, ante un público ni de lejos tan numeroso como podría haberse esperado, pero que, en cualquier caso, disfrutó a tope.
Les precedieron El Grajo, que se fueron entonando según se calentaban con su pop desaliñado con trazas de punk y localismos. A continuación los británicos, muy puntuales, tardaron un poco en atacar las canciones de su disco reciente. La fama les precedía, pero los que esperaban el desmadre seguramente se irían un poco decepcionados: el mayor incidente fue que el espigado vocalista Lias Saoudi casi se cae al tropezarse con unos pedales, al salir al escenario. Es verdad que no tardó volver al camerino a despojarse de su chaqueta, que bajó bastante al foso para darse un baño de masas entre los más incondicionales, que al final bañó en cerveza a los de las primeras filas, y que los cigarrillos encendidos por la mitad del grupo debieron traer de cabeza a los de seguridad. Pero nada se salió de madre, y el vocalista mostró siempre exquisitas maneras. Nada que ver con la misantropía malencarada, amenazante y etílica de su ídolo Mark E. Smith.
La noche se concentró, pues, en las canciones; en un repertorio interpretado con tanta soltura como precisión instrumental, con todos los matices, buen sonido y Lias ejerciendo de vocalista melódico notable que puntualmente se desata en alaridos. Lo dio todo y más, presentando brevemente cada canción con breves descripciones. El estupendo guitarrista Adam Adamczewski se lució en un par de momentos, pero el trabajo aquí es esencialmente colectivo, a partir (como casi siempre) de la solidez de la base rítmica. Una encendida interpretación de “Feet”, gran single de su último disco, podría condensar una noche en la que excelentes canciones como “Auto Neutron”, “I Am Mark E. Smith”, “Hits Hits Hits” o “I Believe In Something Better” se sucedieron con autoridad hipnótica. Duración perfecta y sin bis (Lias lo avisó con muy buenas maneras), al estilo de The Wedding Present. Poco más se le puede pedir a un concierto de rock, aunque se sacrifique desfase en beneficio de la música.
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