Moito meneo, txo
ConciertosLos Retumbes ...

Moito meneo, txo

8 / 10
Holden Fiasco — 21-02-2024
Fecha — 17 febrero, 2024
Sala — Nave 9, Bilbao
Fotografía — Dena Flows

Por fin, volvieron las Farras Bizarras. Lo hicieron en el exilio, aunque no cambiaron de margen, pero volvieron, al fin y al cabo, que es lo importante. Este grupo de amigos de Barakaldo, a los que puedes llamar colectivo o asociación, lo que quieras, nacieron con la intención de alborotar y contribuir a la escena local de la ciudad donde residen. Ante la falta de locales y por la mala época que se vive en la ciudad fabril, después de sobrevivir últimamente organizando alguna pinchada para que la gente no olvidara el nombre ni la idea, decidieron emigrar y buscar una oportunidad en la capital, para así poder seguir organizado sus fiestas con contenido musical o sus conciertos con formato festivo. Tanto monta, monta tanto, lo que montan es siempre un buen sarao, con animales de plástico que se apalancan junto a los monitores, aire de hazlo tú misma, el carisma de la gente que se asoma y de las bandas que se apuntan, y, en esta ocasión, la colaboración de la buena gente de la Nave 9. Así les vaya bonito a todos, que los que saldremos ganando seremos nosotros.

Porque lo que primó allí el sábado, en el Vol. 3 de las Farras Bizarras, fue el buen rollo y la zambra, las ganas de bailar y gozarla. Lo mismo se veían coreografías de postín en la primera fila, que tertulias surrealistas entre risas mientras se salía a tomar el aire o fumar durante los intervalos. La conjunción galeusca funcionó. En buena sintonía y con armonía, se mezclaba un ¡ostias, Patxi! con un ¡Anxo, carallo! y no chirriaba. Igual hay que recordar que por algo se decía antes aquello de que Barakaldo era la quinta provincia gallega. La música nos roció como chuzos-punta y la Nave 9 se volvió un furancho donde, a lo largo y ancho, los tres cuartos de entradas que se vendieron transformáronse en un buen puñado de gente con la marca de la farra entintada en la mano. Se avenían con soltura, que lo mismo bebían que bailaban, que avivaban la jarana, que vitoreaba a las bandas reunidas. Y yo ya no sé cómo seguir pintándotelo. Espero que, si no viniste, puedas visualizarlo y arrepentirte tanto que a la próxima no faltes. Paso ya a lo puramente musical, ciñéndome a rememorar el trabajo de los alborotadores profesionales, las tres bandas que explayaron con devoción los términos propios del rock and roll.

Se dispusieron en orden ascendente. Primero, comenzó Captain Trasho, que con uno tiene para todo; después subieron Los Retumbes, que son un dúo; y cerraron Los Wavy Gravies en formato trío. Eso sí, hubo más. En el cierre, se apretaron todos en el escenario, y, como una banda de jam session, le pusieron el colofón a la noche. Pero eso lo cuento luego.

Voy por orden, empezando por el capitán (oh, mi capitán), que no se subió a la silla para recitar a Walt Whitman, pero se sentó en un taburete para darle al rock and roll a feira, a ese punk con pimentón dulce, a un garagiño sin aderezos ni atavíos. Con su Burns bien espoleada con la zurda y dándole con el pie fuerte al bombo, el capitán encapuchado se recorrió su viejo repertorio y las nuevas canciones que grabó hace poco en el barakaldés Dirty Analog Studios y que esperamos con ansia que encuentren salida pronto. Con una media en la cabeza y pantalón corto, vistiendo camiseta de Los Retumbes y adhesivo de Los Wavy Gravies en el frontis, arrancó haciendo gala de su cándida soltura: “Bueno, voy a empezar, la gente que está fuera… oye, puedo estar así todo el rato”. Y se refería al riff que andaba repitiendo mientras se presentaba, que se presentó: “Soy Nicolas Cage”, que no lo es, pero la broma era interna y Los Wavy Gravies la pillaron a la primera.

En un bolo de unos cuarenta minutos sin momentos grises ni descansos para respirar, las canciones salían como si estuvieran huyendo de las brasas, lanzándose de cabeza al público sin miedo al vacío. Acabó bien arriba, aunque no se levantó de su taburete, con, sobre todo, una coreada “Searchin’ for Fun” que es casi ya un himno entre la prole que nos hemos ido uniendo a su causa. No hay triaje en una experiencia que se hace viaje al interior del rock and roll, donde se nota la rugosidad del mortero con el que se hacen las canciones.

Los siguientes eran de casa, la representación vasca en la alternancia cantábrica, el dúo más irreverente de nuestras merindades, elegantes con máscara y sin ella, como saldrían luego al regalo conjuntado del final. Los Retumbes volvían al escenario de la Nave 9 para contribuir a esta fiesta que, como quizás sepas, debió haber ocurrido hace algo más de un año, pero los malos tiempos que se llevaron por delante al Mendigo de Baraka nos robaron también este festejo. Fieles y comprometidos como ninguno, que no solo se limitaron a aportar sobre el escenario, Ana y Andrés volvieron a azuzar al público, repasaron sus éxitos más recientes y los más consolidados – algunos convertidos ya en canciones populares – y ni se cambiaron al terminar, que allí siguieron en las primeras filas para disfrutar, como uno más del público, de lo que quedaba de festival. Combinando instrumentales con canciones de esas tan suyas, preñadas de frases ingeniosas y ácidas, triunfaron de nuevo con “Señores mayores”, “Las camisetas de Los Ramones”, “Tatuaje de mierda”, “Más meneo” – casi se le podría otorgar el título de himno acuñado de las Farras Bizarras –, “Eres idiota” – que siempre será una invitación a mirar de reojo a tu amigo y chincharle con el estribillo – o “Montañas de Lindano” – guiño final a su brillo fabril. Con un aire definitivamente más punk y feroz, pero sin olvidar el surf y los años 60, consiguieron encajar un repertorio muy largo en algo menos de una hora. Estuvieron, además, bien acompañados. Y hablo, esta vez, de esa pareja que se disfrazó de Los Retumbes, creando un ejercicio de espejos que nos recordó que era carnaval y que daba igual, había que celebrar y abrazar la mascarada.

El tercer plato del festín lo sirvieron Koko, Jorge y Martín, unos Wavy Gravies, que arrancaron cantando a capela una de esas cantigas populares galegas que, al oírlas, Rosalía, te dan ganas de meter la cabeza en un barreño de ribeiro. Creo que era “Un gato metido nun saco” pero no me hagas caso, enseguida le empezó a meter guantazos Koko a su contrabajo – con un alien verde muy tieso a modo de mascarón en la proa de su clavijero – y pasamos del folclore de la tierra a otro más universal, el que va del garage al punk pasando por el rock and roll de raíces. Lo hicieron además como procede cuando entiendes que amén de tocar hay que comunicarlo. Los gestos, el sudor, la tensión que infarta las venas. Jorge se encargó de acercarse al público, mezclándose con nosotros como si estuviera pasando frío allí arriba, que seguro que no. Martín aterrorizó a sus sufridos parches, percutiendo el ritmo como si estuviera barrenando en piedra. Y Koko acompañaba con su contrabajo encrespado, haciendo del diapasón un latido cardíaco y ayudando a lucir las partes vocales, además de añadir actitud y expresividad. En torno a la hora de bolo, con casi dos docenas de canciones en inglés. Consiguieron que no hubiera clímax porque fue un continuo apogeo desde el principio al fin. Ahora, por decir, te diré que hubo una que no reconocí, “Two More Minutes” ponía en la lista, y les quedó bien lucida y pegadiza.

Y, como si las tres bandas fueran un transformer musical, al final, se juntaron y encajaron a la perfección para regalarnos una bacanal de despedida. Todos ellos bien mullidos y convenidos en el escenario, compartiendo estribillos y felicidad. Jorge, Andi y Capitán se armaron con las guitarras. El último, además, permaneciendo de pie, pero sin quitarse la incógnita de la cabeza. Martín, quien decidió exactamente cuándo se terminaba, siguió apostado en la batería. Koko no se movió de la esquina donde sostenía su contrabajo. Ana encontró un hueco y se subió con sus famosas maracas de Baraka. Se mezclaron todos bien y compartieron gargantas para arrancarse con el estándar universal de “Comanche”. Siguieron con el homenaje a uno que resuena en los repertorios de las tres bandas, Bo Diddley y su “You Can’t Judge a Book by the Cover”, de la que se encargó Ana en las voces y Andi en el solo de guitarra. Y brote final con “Bama Lama Bama Loo” de Little Richard, esta vez, llevando Jorge la voz cantante.

Antes de que me lo preguntes, te respondo: sí, aún me dura la resaca. Pero eso ya lo sabes si vas a una farra bizarra, que te va a retumbar la conciencia durante toda la semana laboral. Eso sí, si anuncian otra, ahí estaremos, porque hay que aplaudirles las ganas de hacer cosas, que, a estas alturas, es lo poco que podemos pedir: más meneo y… si luego resulta que se juntan tantos músicos buenos y tan bien avenidos, pues qué más se puede pedir, ¿verdad?

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