Llover, llovía, aunque no hombres. La noche de movida prometida por Alaska y las chicas de las afueras (Alcorcón y alrededores) empezó puntual, a las nueve. Y con mallas, las de Mario Vaquerizo, al frente de las indomables Nancys Rubias, cuyo glam de desenfado y desenfreno precedió a los melosos Miranda, de un verde lagarto y brillante. Caldeado el ambiente hasta el extremo de sudar el techo, eran las diez y cuarto cuando Olvido (diva) Gara saltó al escenario, guitarra en ristre, dispuesta a comerse hasta el último grito. Nacho ocupó su discreto lugar, tras el teclado, y Miss Topacio y Miss Andy hicieron lo propio sobre un par de pedestales (poco después de lanzar al público un par de ramos de novia). Y todo era blanco: el escenario, los vestidos, las guitarras (del par de guitarristas que se unieron en el segundo tema a la curiosa formación), hasta los micrófonos. Sonaron “Plegarias atendidas”, “Quiero ser inocente” y hasta un rescate de la talla de “Descongélate”. Luego, de repente, todo era negro (el escenario, los vestidos, todo) y tenía aspecto de cuadro macabro; sonaron entonces “Criticar por criticar”, temas de “Arquitectura efímera” y de “Naturaleza muerta” y el rescate de la noche: “El Rey del Glam”. Bailaron todos y todas, incluida la Terremoto de Alcorcón, que acabó quedándose sola en el escenario y dando las gracias a sus teloneros... Antológico fue su “Enajená” (el “Let Me Out” de Dover revisited) y bailado hasta por la propia Alaska su clásico: “It’s Raining Men”. Una noche de otra época de las que se echan de menos.
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