Lo primero que llama la atención de Facto Delafé es comprobar lo guapos que son en persona. Empieza el concierto y las endorfinas comienzan a fluir por la corriente sanguínea al ritmo de las bases de Marc Barrachina, la voz de Helena Miquel y el flow de Oscar Daniello, uno de los mejores letristas de la escena. A la tercera canción tocan “El mar el poder del mar” y arrancan las primeras exclamaciones de placer y asombro. La audiencia está sobrecogida. Un par de golpes escénicos (confetti, algún detalle de coreografía) y a partir de entonces y hasta el final uno está con un nudo en la garganta, al borde de las lágrimas. Qué fácil es conectar con la audiencia a base de fanfarronería suburbial y culto a la muerte. Qué difícil y qué valiente hablar de fe (“ganaremos El Mundial, claro que sí”), esperanza (“desapareceremos todos, pero quedarán los niños”) y caridad (“a veces es duro creer y te levantan los amigos”). Qué difícil cantar a la jungla de asfalto sin caer en el cliché (“el barrio es mejor desde que apareciste”). Los lugares son la gente, ésa es la verdadera sabiduría urbana. Cuán necesario es que haya un grupo así, que milite en el bando de la justicia, la verdad y la belleza, sin manierismos; enmarcados en una tradición y una estética, la del hip hop, sin caer en el rollo pandillero; cantar al amor sin jugar la carta del sexo ni ser superficiales. Sinceramente, creo que son uno de los mejores grupos que existen en cualquier parte de este país, y una patada en la boca para los que piensan que los grupos de aquí son malos. ¡Bastante es ya que haya grupos, si apenas hay público!
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