Había cierto morbo en torno a la gira española de cuatro fechas diseñada para Evan Dando, artífice de esos Lemonheads que enamoraron desde aquella escena indie que en plenos noventa bullía en apogeo. Una incertidumbre versada en torno al actual estado artístico (también personal, para qué negarlo) que mostraría el que fuera frontman más evidentemente bello de la escena, añadido ineludible capaz de remarcar aún más las cualidades seductoras que supuraba la música de los de Boston.
Tras el más que apetecible aperitivo en forma de mezcolanza de power-pop y new wave llevada al formato acústico por Kurt Baker, el principal protagonista de la velada tomaba el escenario de una sala El Sol con buena afluencia de público, cargado con una bolsa de piedras (y un mechero) que vació sobre las tablas, un setlist concretado en un lienzo de considerables dimensiones, varios cuadros, y su guitarra acústica de doce cuerdas. Los setenta minutos acontecidos desde ese momento –y desarrollados de manera ininterrumpida, con piezas entrelazadas sin apenas pausa– caben entenderse de dos maneras diametralmente opuestas. Y ambas del todo legitimadas. La primera apuntaría a considerar el concierto de Evan Dando como un mero retazo de canciones, desdibujadas y sitas a lo largo de un trazado anárquico. La otra, apuntaría al libre paseo (por momentos, casi improvisación) por la esencia de una de las colecciones más preciosas de toda la década en cuestión, salteada con versiones no menos pintonas y ataviadas con una voz que, aun con evidentes patinazos, continúa resultando a todas luces seductora.
Convenía, por tanto, claudicar placenteramente y dejarse llevar por la nostalgia cuando resonaron gemas del calibre estratosférico de “Being Around”, “The Great Big No”, “It’s About time”, “Big Gay Heart”, “It's A Shame About Ray”, “If I Could Talk I'd Tell You”, “My Drug Buddy” o esa “Into My Arms” que Lemonheads birlaron a Love Positions, junto a relecturas de temas ajenos como “Return Of The Grievous Angel” (de Gram Parsons), “He’s A Whore” (de Cheap Trick) o "The Outdoor Type" (de Smudge). El norteamericano firmó una actuación de alma punk y filosofía ‘Dig It Yourself’ que se antojó maravillosa, precisamente, por imprevisible (impagable el momento en el que el cabreado autor consiguió que los ocupantes del palco –ajenos a lo que ocurría sobre las tablas– abandonaran su posición privilegiada). Quizá lo de Evan Dando a su paso por Madrid fueran solo destellos, pero de tal intensidad (de nuevo, esas canciones...) que resultaron cegadores hasta catalizar sensaciones y probar que, en efecto, hay cosas más importantes que el virtuosismo.
Evan Dando fue un icono de la década de los noventa. Uno de los más fastuosos a todos los niveles. Hoy pasea su despiste despreocupado (quizá errático) y aspecto de homeless algo descuidado por los escenarios, reinterpretando aquella impagable música que un día fue capaz de alumbrar. Pocas veces, un concierto con tantas imperfecciones resonó así de hermoso y emocionante. La magia, belleza y misterio del ángel caído, que, además, compensó la espera de una decena de fans con autógrafos, fotos… y una tonada final en plena calle, justo tras abandonar la sala con su guitarra todavía colgada del cuello. Imposible no seguir adorándole.
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