Es habitual que dos nombres salgan a colación cuando toca explicar el tipo de festival que es Eurosonic. Más por su vocación de ejercer de caladero de nuevas bandas que por sus dimensiones o particular idiosincrasia, nuestro Monkey Week y el texano SXSW han replicado la fórmula del veterano festival que se celebra en Groningen (Holanda) y que va ya por las 34 ediciones. Pero Eurosonic es mucho más que una oportunidad magnífica para ojear a nuevos artistas europeos, destinados convertirse en protagonistas de la actualidad musical en las temporadas venideras. La ciudad, precioso escenario de cuento surcado por canales, habitada mayormente por universitarios y en la que el espacio que en España ocupan los locales de apuestas se dedica a impresionantes tiendas de discos, se vuelca con la celebración del evento. Tal vez la mejor muestra de ello sea la cesión por parte del clero de la Catedral de San José, en un gesto de generosidad hacia su comunidad que dice mucho sobre la gestión de los espacios públicos en el norte de Europa. Allí dentro, bajo un impresionante y centenario órgano tuvieron lugar algunos de los conciertos de esta edición, con el público tranquilamente sentado en mesas mientras nos tomábamos unas cañas y entre diversas estaciones de radio que hacían sus conexiones bajo las bóvedas góticas. Una estampa impensable en nuestro país que deja bien a las claras el compromiso de la ciudad y sus habitantes con el Eurosonic.
Son detalles que explican por qué Eurosonic es más que una sucesión de shows programados con sensatez y conocimiento de lo que se cuece hoy por hoy en la escena musical del viejo continente. Cuatro días a lo largo de los cuales han tenido lugar 347 conciertos por los que han pasado algo más de 40.000 visitantes, y en los que se dan cita los principales bookers de toda Europa -por allí pudimos ver a responsables de los tres principales festivales de este país-, se entregan premios y desarrollan infinidad de mesas redondas y conferencias.
Lina_Raül Refree Foto: Deraakerk Knelis
El miércoles, día de arranque del festival, estuvo de hecho condicionado por las diferentes fiestas de recepción y la entrega de los premios Music Moves Europe Talent. No busques a representantes de nuestro país entre el listado de ganadores: ni siquiera los festivales de nuestro país estaban nominados al mejor evento musical del viejo continente, lo que no deja de resultar extraño. Pero más allá de la representatividad de las nominaciones y los premiados, la ceremonia -a la que pudimos “colarnos” gracias al manejo de influencias de nuestra anfitriona, Eneida Fever- se convirtió en un perfecto ejemplo de cómo plantear sin complejos y “a la europea” un evento de estas características.
Mientras la ceremonia daba comienzo y los bookers iniciaban también su particular ceremonia del apretón de manos en De Oosterport -centro neurálgico del festival- en diferentes puntos de la ciudad arrancaba tímidamente la música en directo. Entre el aterrizaje en Groningen y el protocolario proceso de acreditación y adaptación al mapa de la ciudad lo cierto es que no dio tiempo a ver demasiados conciertos ni escenarios ese primer día: el soul contemporáneo de la jovencísima parisina Crystal Murray frente a una audiencia de 400 personas en una sala abarrotada, el Grand Theatre; el rock psicótico de los británicos Working’s Men Club, a los que la remezcla de uno de sus primeros temas a cargo de Gabe Gurnsey (ex Factory Floor) ha reconvertido en una suerte de jovencísimos LCD Soundsystem escapados de un correccional de Yorkshire; o el cierre con los bielorusos Molchat Doma, que recientemente han visitado nuestro país, y se mostraron más que solventes en su ejercicio de emulación del sonido Minimal Wave, como unos primitivos New Order que se hubieran quedado al otro lado del telón de acero.
Working's Men Club Foto: Ben Houdijk
La jornada del jueves sin embargo comenzó pronto con uno de los showcases mañaneros con Working’s Men Club de nuevo por protagonistas, en esta ocasión con el cantante quitándose la camiseta ante un público impertérrito que se distribuía como buenamente podía entre las cubetas de discos de una magnífica tienda de discos llamada Plato Records. Al lado, en Coffee Company, una cafetería igualmente abarrotada de público, la irlandesa Sorcha Richardson se servía solamente de su guitarra y su voz para dar forma a las canciones del notable First Pize Bravery, en un formato aún más íntimo que su ya de por sí cercano álbum de debut, aunque desprovisto también de los matices del disco. A primera hora de la tarde nos acercamos al escenario Martinitoren (la catedral, para entendernos) para asistir allí al estreno de Lina_Raül Refree. Pocas oportunidades tendrán el español y la fadista portugesa de interpretar las canciones de su álbum conjunto en un espacio que potencie de tal forma la espiritualidad que ya de por si emana del disco. Bajo el órgano de San José, con el propio Raül pulsando las teclas de otro órgano menos aparatoso, la pareja más que de un concierto al uso nos hizo partícipes de un estado de ánimo: su trabajo alcanza otra dimensión en directo, más aún cuando el entorno es propicio para que así sea. Había más producto nacional ese día en Eurosonic: Melenas actuaban en Lola, la misma sala en la que Yawners prácticamente cerrarían la jornada. Un precioso salón de aspecto rococó y decadente en el que las barcelonesas se limitaron a ir desgranando su repertorio ante un medio aforo atento pero no especialmente cálido. Y los segundos, en esta ocasión Elena conde Joan de Cala Vento golpeando los parches, tuvieron que sobreponerse a un sonido excesivamente estruendoso entre numerosos españoles allí desplazados y un buen puñado de público local, señal de la atención que progresivamente va despertando el grupo dentro y fuera de nuestras fronteras.
Melenas Foto: Siese Veenstra
Pero en medio de esos dos conciertos hubo tiempo para más: el sonido entre industrial, kraut y directamente techno de los locales The Resurrection en Oost Clubstage o, un piso más arriba, el pop preciosista pero excesivamente plano de los igualmente holandeses Meadowlake, que en la nota de presentación se comparaban con Beach House pero a la hora de la verdad evidenciaron que el carisma de Victoria Legrand malamente se puede clonar. También había referentes claros para ubicar a Sólveig Matthildur: a medio camino de Julee Cruise y Zola Jesus, la islandesa al menos se entregó al escaso público del News Café para, en una suerte de concierto-karaoke emular alguna escena de Terciopelo azul o Twin Peaks, en un ejercicio de striptease emocional no apto para todos los públicos. Como tampoco era para todos los públicos, a pesar del llenazo que registraba la discoteca Kokomo, el directo de los británicos Scalping. Hoy por hoy no está del todo claro si son una banda de post-rock un poco rara o metaleros pasados de vueltas buscando nuevos registros. Con la ayuda de visuales psicodélicos plantearon una sesión de rock instrumental de gran tonelaje, que por momentos alentaba el headbanging y otros invitaba al baile.
Aunque el festival todavía se alargaba un día más, el viernes era nuestro último día allí, y a priori el que planteaba los conciertos más mediáticos de todo el Eurosonic. Empezó la jornada como el día anterior entre cubetas de discos en Plato Records, con el concierto de The Snuts, escoceses que en línea con el árbol genealógico musical de su país practicaban un pop-rock de guitarras en la tradición que va de Orange Juice a Franz Ferdinand y que aspira a seguir la brecha abierta por Arctic Monkeys. Muy correctos. Alice Boman no es precisamente una recién llegada: empezó a publicar canciones hace casi una década, aunque su momento de atención mediática se lo debe a la aparición de varios temas suyos en la serie británica Wanderlust. Una segunda oportunidad que está dispuesta a aprovechar con su recién estrenado disco Dream On. En directo confirmó que las comparaciones con Cranes o hasta Hope Sandoval no le quedan grandes. Westerman maneja unas vibraciones similares a las de Boman. El cantante británico, con tan sólo una guitarra desprovista de distorsión y su prodigiosa voz redefine el término “emo” a partir de un cancionero sólo en apariencia ligero o intrascendente: cuando abandona el escenario ubicado en San José, la magia tarda unos segundos en difuminarse en el ambiente.
Scalping Foto: Bart Heemskerk
A Georgia, posiblemente el nombre más mediático de cuantos tocaron en el festival, la ubicaron en Simplon, una sala para trescientas personas alejada del centro. Nos presentamos allí bastantes más de los que pudieron entrar, para asistir a la curiosa reinterpretación del Eurodisco y el indie-dance a cargo de la hija de uno de los integrantes de Letfield. Sentada al borde del escenario tocando la batería electrónica Georgia Rose Harriet Barnes sólo abandonaba su instrumento para acercarse a jalear al público. Es cierto que canciones como About Work the Dancefloor o 24 Hours invitan a un desenfreno mucho mayor que el que generó en Groningen, pero el show cercano e impecable sirvió de demostración de habilidades para una artista que empieza a superar el calificativo de “estrella en ciernes”. Casi al otro lado de la calle la irlandesa Fehdah acompañada de un guitarrista y un percusionista planteaba un show en familia, igualmente enfocado al baile, aunque en su caso las raíces soul y r’n’b la definen. Y poco después, como en una suerte de imagen espejo de lo que habíamos vivido poco antes, RRUCCULLA salió al escenario de Kokomo con un set de batería y su ordenador, las herramientas con las que la singular artista bilbaina se basta y sobra para poner la sala del revés Tiene mérito lo de Izaskun González, una apuesta por sonidos abiertamente experimentales en los que cabe del free jazz al drill’n’bass que resulta fascinante, especialmente en directo. Ni siquiera el gesto impertérrito de Izaskun, ajena al jolgorio que puede llegar a provocar su música y visuales, resta un ápice de pasión a un show que justifica el interés que ha generado a nivel internacional. No había mejor forma de cerrar nuestro paso por Eurosonic 2020.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.