El universo personal, de una fragilidad espectral fuera del tiempo, del dúo asturiano formado por José Luis García y Fany Álvarez, requiere de espacios acogedores. La elección del Teatro del Arte, con su excelente acústica, no pudo ser, en este sentido, más acertada, y vuelve a demostrar la importancia que tiene dónde se toca (aunque muchos promotores sigan, por desgracia, sin enterarse).
Presentaban su tercer trabajo, el denso, agreste y elogiado “Refugio”, ante un público respetuoso, hechizado y atento a su propuesta íntima pero con muchas aristas. Teniendo en cuenta su puesta en escena -Fanny, voces y percusión, José Luis, voces, guitarras y loops-, sería demasiado fácil etiquetar a Elle Belga como una especie de Low autóctonos, cuando en realidad, su propuesta es muy diferente, con ese peso de nuestra música tradicional, las delicadas atmósferas góticas y de nanas de su nuevo trabajo, aunque, claro está, compartan pasión por lo esencial, por una austeridad trascendente casi protestante, por un uso magistral de la pausa y los silencios.
Tras empezar muy arriba con “Plegaria/Who By Fire” (Leonard Cohen), estructuraron su actuación en bloques en los que fusionaban sus canciones con un discreto y onírico magma de loops y samplers, sin enmascarar el armazón esencial de guitarras, voces, percusión y silencios. Cada nota de cada arpegio de la Gretsch de José Luis tocada con sentido, una tensión que se rasga puntualmente en estallidos de electricidad, y sobre todo, esas voces impecables y expresivas, que susurran historias de un tiempo remoto que sigue dentro de cada uno de nosotros -“Tus manos rotas”, “Romance del conde niño” (el poema medieval adaptado por Paco Ibáñez)-, amores desesperados, eternos -“He luchado por ti”-, fantasmas de un pasado que nunca termina (“Las generalas”). Son conscientes de la exigencia de determinados pasajes de su música, y no abusan de ellos, sino que ajustan su set, deslizando sabiamente los parajes más accesibles. Elle Belga quieren jugar en una liga muy exigente y lo hacen holgadamente.
Tienen que salir dos veces ante los aplausos que agradecen su intensidad y valentía -“estamos acostumbrados a que al final, el público esté anestesiado”, se disculpa José-, y cuando se encienden las luces, todas las etiquetas -slowcore, post-rock, folk, canción tradicional- se han perdido con los fantasmas y sólo queda en la memoria música hecha con las tripas (y el corazón). La única que perdura.
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