Como un gran ciclón llegado del otro lado del Atlántico. Así aterrizaron Elsa Carvajal y su banda en el pequeño escenario de la sala 3 de la Razzmatazz de Barcelona. Y lo hicieron con la única intención de arrasarlo todo con su carisma, simpatía, actitud picarona y, sobre todo, canciones de esas que se escriben con mayúscula. Y es que ya desde el minuto uno, la artista colombiana se mostró del todo ganadora, al iniciar su show con esa maravilla ‘eriza-vello’ titulada “Amantes y amigos”, que logró que todo el público se balanceara gracias a su desgarradora tonada, dejándonos de entrada medio hipnotizados y con ganas de más, muchísimo más.
Lejos de defraudar, Elsa nos regaló un concierto de hora y media repleto de hits rasga vestiduras, muchos de ellos extraídos de “Palacio”, su recién estrenado disco -el cuarto y más sólido de su carrera-, con los que demostró que atesora una habilidad innata para sacar a relucir en sus canciones, esos sentimientos que se producen en el proceso del enamoramiento, pero también en las rupturas. Temas de amor universales que a todos nos interpelan y que logran que ese espíritu romántico, que anida en todos nosotros, reluzca por muy rudos y fríos que nos pensemos.
Porque cabe reconocer que Elsa y Elmar consiguen en directo algo que no está al alcance de todo el mundo. Algo que un viejo crítico como el que esto escribe hacía tiempo no experimentaba con tanta intensidad y en primera persona. Me refiero a esa comunión a la hora de corear, hasta hacerlas propias, canciones nuevas, pero ya ganadoras, como “Visto”, “Drogada de emociones” o baladones como “Querer Así” o esa entrañable “Gigante” que interpretó arrodillada, combinadas con perlas del pasado como “Grecia” o “Pelo Suelto” que fueron acogidas con la algarabía que merecen por parte de todos los presentes. Una entrega generalizada que en el tramo final rayó el paroxismo con la interpretación de “entre las piernas” y “Ojos noche”. Dos de esas canciones que deberían apuntalar la carrera de esta artista, hasta hacerla mucho más popular en nuestro país de lo que en realidad es. Y es que resultó algo extraño, a la vez que agradable, presenciar un concierto que atesora semejantes canciones en un espacio tan reducido. A priori cualquiera diría que temas con semejante embrujo melódico, precisarían de recintos para varios miles de personas. Pero al tiempo.
Por todo ello cabe calificar de auténtico lujo el haber disfrutado en ‘petit comité’ de la esencia de Elsa Carvajal, hasta sentirla muy nuestra. Y es que la colombiana sabe muy bien como crear esa invisible correa de transmisión con su público a base de mostrarse muy próxima, con recursos universales como invitar a tres chicos a bailar con ella, o iniciar una encuesta a brazo alzado, en la que quedó demostrado que éramos muy pocos los catalanes entre el público asistente, donde los mexicanos ganaban por goleada.
Situación que deseo se revierta con el tiempo y futuras visitas. Porque no cabe duda que la propuesta de Elsa y Elmar es un diamante muy pulido que debería ser apreciado como tal por muchísima más gente. Eso a pesar de las dificultades que sin duda existen para entrar en un territorio que anda sobrado de artistas femeninas como Amaia, Alba Reche o Natalia Lacunza con el pop romántico por bandera. Aunque ninguna con el trasfondo latinoamericano de Elsa y Elmar. Esa es su principal baza y es lo que debería hacerla merecedora de más. Lo mismo que en su día le pasó a Julieta Venegas, aunque para ello resultara clave que se instalara en nuestro país durante un tiempo.
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