Es bastante improbable que cuatro jóvenes chicas de Salamanca sepan lo que es el “perímetro vasco de distancia”. Se trata de un concepto que define esos dos o tres metros que separan al escenario del público y que rara vez se traspasa salvo que se produzca alguna de estas variables: a) Se arma una buena fiesta y los vascos perdemos nuestra timidez y habitual frialdad. b) Se han agotado todas las entradas y ya no queda otra que arrimarse a las primeras filas. c) El grupo anima a que los asistentes den unos pasitos en dirección al escenario, la mayoría de las veces sin éxito. Pues bien, no fue éste el caso de las salmantinas Estrogenuinas, que lograron arrastrar al público hasta el borde del escenario y se dejaron contagiar de sus despreocupadas y divertidas canciones de punk-pop en castellano. En las primeras filas, como casi siempre, estaban los miembros del grupo Albert Cavalier, que parecían ejercer de correa transmisora entre lo que ocurría abajo y arriba.
Ojalá el experimento de organizar un festival exclusivamente femenino -la promotora tiene doble mérito porque, curiosamente, se hace llamar Men Of Rock- pueda ampliarse el próximo año. Ya se sabe que en muchos casos las mujeres no han tenido todo el reconocimiento que merecen, pero la historia (y el presente) del rock también es obra suya: The Runaways, The Donnas, Death Valley Girls, L7, Pandoras… En eso andan, en entran en la primera división de las girl groups rockeras, LA Witch (foto encabezado / Lorena Otero). Hasta ahora apenas han publicado un par de EPs y su LP de debut saldrá a la luz, presumiblemente, a principios de 2017.
Su propuesta musical no difiere demasiado de otro trío de oscuro garaje-psych, Night Beats. A LA Witch, en cambio, les falta más rodaje, acabar de soltarse la melena y una pizca de punch. Tuvieron que pedir que les subieran el volumen de la guitarra para recordarnos que sus mejores temas (“Drive Your Car”, “Get Lost”) arañan y son capaces de dejarte marcas y heridas por todo el cuerpo. Surtió efecto y en la recta final de su actuación se pusieron bravas.
Ainara LeGardon corría el riesgo de terminar siendo engullida por el efecto sándwich de unas jóvenes deslenguadas y el esperado estreno de unas promesas angelinas. Se la jugó y Ainara LeGardon, que apareció en formato trío, hizo de Ainara LeGardon (foto inferior / Irene Mariscal). Basculó entre el ruido y el silencio, entre la mirada cómplice con sus estupendos escuderos -a quienes mandaba a seguir sus pasos y construir una torre de electricidad o parar de golpe- y el respeto reverencial del público. Su música no es tanto lo que dice, que también, sino lo que esconde. Como han hecho Shellac toda la vida. Ainara acaricia, susurra, calla, canta y grita. Y lo hace muy bien.
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