Noche casi de lleno en el Teatro Lara. Arropado por una banda de nivel y beneficiándose del buen sonido de la sala, el californiano dio una lección de serena elegancia en la presentación en toda regla del excelente Mangy Love, obra de madurez y consagración dentro del exigente universo de los cantautores norteamericanos. McCombs, con aspecto de sereno crooner desaliñado de poquísimas palabras entre canciones, y ejerciendo en todo momento eso que se conoce como liderazgo tranquilo, no tuvo ningún problema para trasladar al escenario con gran eficacia el sonido espacioso y aterciopelado de su disco, de un clasicismo natural, en el que las esencias de un suave soul atemporal dominan la función. Música crepuscular o nocturna, muy adecuada para las horas en las que empezó el show (¡casi las once de la noche! Difícil de comprender lo de los horarios en esta ciudad).
No es que no hubiera algún arrebato rockero e incluso sabrosas y complejas pinceladas progresivas o psicodélicas -nunca indigestas-, pero el concierto discurrió fundamentalmente entre las baladas tiernas que se adueñan del álbum -para entendernos, Bum Bum Bum pondría el tono general-, con largos desarrollos instrumentales, en las que todos los músicos tuvieron cuota alícuota de protagonismo. En ningún momento el repertorio se me hizo espeso, lo cual habla bien de las canciones y de los músicos que las interpretaron; mención especial merece el bajista Dan Horne, cuyo traje, camisa y gafas le hacía parecer directamente salido de una película de Tarantino, con ese gusto Motown o incluso funky vintage que añadía picante; y el teclista Lee Pardini, que armado de un piano eléctrico y viejo sintetizador analógico, se adueñó de la velada en no pocas ocasiones. Los temas, cocidos a fuego lento, parecen a veces al borde de caer en una discreta intrascendencia, pero entonces la rotunda voz de McCombs o los aportes instrumentales salen al rescate. Y todo encaja.
Porque McCombs, cantante notable y elegante que en las canciones más poperas, con su voz de barítono me evoca a un rejuvenecido Lloyd Cole, es un tremendo guitarrista -por cierto, qué ironía histórica que un artista indie pellizque la guitarra con los dedos como el denostado Mark Knopfler y se suelte, como él, con generosos solos-, pero en ningún caso abusa de protagonismo con su Stratocaster. En Madrid dejó espacio de sobra a sus músicos, que incluso, como en las bandas de jazz, tuvieron su solo de gloria (menos el sobrio pero excelente batería). Así que, sí, lo de Mangy Love no era, como sospechábamos, flor de un día. Hay artista para rato.
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