Los “Indiô der çûh” entraron con ganas y por la puerta grande. La fiesta, sin embargo, no podía empezar sin una reivindicación de la madre Andalucía; ni Ayusos, ni Riveras, ni altivezas clasistas pueden opacar la fuerza de sus gentes y de su cultura. Al instante, Barcelona se vistió de folklore y se dejó llevar gritando “Olé” y tocando las palmas a destiempo pero de manera sincera.
El descaro y el golferío de Califato ¾ fueron recibidos con euforia y admiración. Sea música popular con actitud punk, folclore ravero o flamenco bass, su propuesta musica es claramente fresca, subversiva y divertida. En directo se puede apreciar aún más el cariño y la peculiar alma que hay detrás. Las danzas y desvaríos del capataz Manuel Chaparro –animador indispensable–, sumadas a las voces flamencas y a los agitados sonidos electrónicos, hacían muy ardua la simple tarea de mantener la compostura en la silla.
Estoicamente aguantamos sentados en “Buleríâ del aire acondiçionao”, “Canelita en rama” y “La Bía en Roça”, en parte gracias a canciones más pausadas y reflexivas como “Fandangô de Carmen Porter”, que mantuvieron e intercalaron un ritmo tenso. Durante las casi dos horas de concierto experimentaron con la psicodelia en “Ecô der dormío” e incluso nos deleitaron con un laureado solo de guitarra española. Pero todos aquellos aplausos a media canción, todas aquellas ganas y gritos reprimidos tenían que salir por algún sitio. Fue entonces cuando, sin previo aviso, empezó a sonar “Crîtto de lâ Nabahâ”, su composición más motivante y conocida. El ambiente se cargó, y a medida que la canción alcanzaba su punto álgido, todo el Teatre Coliseum se levantó; casi sin darnos cuenta, ya estábamos bailando y gritando como si no hubiera mañana. Un chute de adrenalina necesario en estos tiempos difíciles.
La euforia se mantuvo perfectamente en un período final pletórico, en el que brilló la aparición de Queralt Lahoz en “Tó ba a çalîh bien mamá” y el homenaje a Los Sobraos en “Te quiero y lo çabê”, que volvió a levantar a un público ya entregado. La velada sólo podía acabar de una forma: con la bandera blanca y verde y con el himno de Andalucía pasado por una base tekno. La despedida fue muy festiva, pero también resaltó la importancia del compromiso social y prometió tiempos mejores para el vulgo. “¡Viva Andalucía libre!”, gritaban voces anónimas. Pero como dijo Lorenzo Soria (electrónica), la reivindicación importante es la de sentirse fuerte siendo diferente, sin importar cuál sea tu origen. Y es que las desgracias, los infortunios y las ruinas no son para nada ajenas a Califato ¾. De hecho, es justamente aquí donde su música prende sentido: su fuerza reside en ser un grito de vida, una reivindicación de la alegría entre la miseria y los márgenes de la sociedad. Al fin y al cabo, todos somos hijos de lo que siempre hemos sido: putas, moros, locos, judíos, pobres, mestizos, desclasados… Califato ¾ es la voz de todos ellos; que suene el grito de los nadies.
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