No son más de las 21:20h y han bastado cuatro acordes para escuchar las primeras voces espontaneas reconociendo "Muntanyes i glaciars". La gente sonríe, las parejas se miran. Impacta escuchar a la Bikini –hasta la bandera– en polifonía. Impacta saberse en un concierto de Pau Vallvé, siempre de discurso incómodo ante las 'masas' pero que hoy goza, en cierto modo, de una –y bien karaokera–. El ecosistema en la sala, gracias al vaporoso y dulzón inicio de la propuesta, hace pensar más en una suerte de parodia de los bolos de pop facilongo de los que el propio músico se mofaba con su 'alter ego' Estanislau Verdet años ha, que en un concierto del "tostón" –como él se define– y ¿minoritario? cantautor barcelonés.
¡Pum, pum-pu-pum, pum-pu-pum! La batería espasmódica de "En camera lenta" desace el clima de concierto-Estrella-Damm, sacando a relucir la parte más vibrante del bolo; de "Pels dies bons"; y del propio Vallvé –que aunque haya sentido el picotazo cantautor, con 16 años andaba tocando una bateria de hardcore; y algo queda, siempre–. Un pellizco en medio del sueño en toda regla. La otra –genial– cara de la moneda.
El barcelonés, aunque se sirvió de varios –y celebrados– temas de su 'stock' discográfico (destacable siempre ese 'crossover' Willy Fog/"Ni tu ni jo" o la siempre impactante versión de "All is full of love", con vocoder gritón), resolvió gran parte del bolo con su flamante auto-editado, auto-diseñado, auto-manufacturado nuevo largo; tirando más de los apartados atmosféricos, entre The Cure y Los Planetas, y dejando el sabor folk –ese tratamiento de guitarras tan abellotado en disco– algo relegado en el 'live'.
Vallvé, el John Thackery de la música catalana –de gusto casi cirujano por el sonido– hizo sonar la Sala Bikini, ya 'per se' un seguro de vida, milimetrada, soberbia. Todo en su sitio; incluso demasiado, pues en las filas de atrás se hechó de menos algo de pegada, 'punch' –que nos mola a los periodistas– en los pasajes de ruido que el formato 'power trío', con Jordi Casadesús y Víctor García, permite.
Fuera como fuere, el catalán hizo y deshizo como quiso y el bolo se fue sucediendo en esquizofrenia; entre aguas mansas ("Amics dels cirerers", completamente revisionada para "'evitar' los aplausos", explicaba entre risas) y alborotadas ("17820"), todo aderezado por los 'speeches' ácidos e inspirados, flajelantes y reflexivos, sobre postureo y guayísmo generacional (de la generación de los asistentes), ya marca de la casa. Un bolo de canciones y con poca conexión entre las partes de tensión-distensión: al disfrute de Vallvé, que ni ante 'tanta' audiencia cede en su propuesta. Para él, las tablas son sus vacaciones, su retiro soñado. El descanso del rey.
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