De vez en cuando uno recupera la esperanza. Así, de la nada, aparece una pequeña gira de un músico prácticamente desconocido, que visita nuestro país por primera vez, y todo el mundo se vuelve loco. Con todo el mundo me refiero al selecto puñado de aficionados que han ido abarrotando los humildes, pero nada despreciables, aforos de esta primera gira española de Luke Winslow-King, y con volverse loco vengo a decir que sí, que lo de Winslow-King es una cosa muy seria, no un bolillo revivalista mas.
El revival es, en cierta forma, antagónico a lo genuino. Lo primero es mimetismo, lo segundo, auténtico. Aunque, ojo, auténtico o genuino son concepto muy interpretables: lo que para unos es auténtico, para otros es una patraña. Afortunadamente, aún quedan tipos como Winslow-King para romper la baraja. Escuchando sus acojonantes "The Coming Tide" (Bloodshot, 2013) y "Everlasting Arms" (Bloodshot, 2014) se intuye, pero en directo la cosa queda fuera de toda duda: la principal virtud de este trovador de Nueva Orleans es su autenticidad.
Porque, aunque nacido en Michigan, lo que hace Winslow-King es puro Nueva Orleans: su música se deja infectar por muchos estilos, dejando que los lugares comunes asociados a los ritmos y personalidad de la célebre ciudad hagan de catalizador. Winslow-King, como todos los grandes, sabe que es tan importante hacer que su guitarra y su voz reluzcan como que quienes le acompañan hagan lo propio. Así, el líder se trajo una banda de primera para reinterpretar en directo su música como Elvis manda: fielmente secundado por la angelical voz de Esther Rose y sustituyendo las sofisticadas trompetas y clarinetes que encontramos en sus discos por una compacta sección rítmica. Como miembro circunstancial, la italiana Alessandra Cecala (habitúal de los Red Wine Serenaders y 50% de Reverend and the Lady), muy discreta y particularmente fina con el arco; y venidos directamente de Nueva Orleans, el asombroso Roberto Luti –una especie de mezcla entre Marc Ford y Derek Trucks que en Bilbao tuvo momentos realmente brillantes– y Benji Bohannon, todoterreno baterista que, como no podía ser de otra forma, domina a la perfección los particulares ritmos de la mítica ciudad sureña.
Juntos dan alas al imaginario de Winslow-King, pasando del blues a lo Blind Willie Johnson a originales empapados en gospel, folk, swing y rock'n'roll sureño, todo ello envuelto en una interpretación perfecta y con la credibilidad de quién toca música anacrónica conviertiéndola en atemporal.
Winslow-King podría ser el prototipo de ese americano tranquilo que patentó Gary Cooper: alto, desgarbado, con mirada pícara y talante seductor. Pero es mucho más. Es un músico completo que toca la tradición norteamericana sin sonar a un vulgar revivalista. Es un cabrón auténtico como pocos, y por eso es tan bueno.
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