Ya es tradición que a finales de agosto y desde una primera edición en 1965 con bandas folk, se celebre en Portugal el Festival EDP Vilar de Mouros. Situado en el Municipio de Caminha, al norte de Portugal no muy lejos de Vigo, junto a un puente medieval, un bosque y un río en el que los más calurosos se pueden bañar, el festival reúne a casi 30 mil personas con la propuesta de seis artistas por día en un solo escenario. Los conciertos empiezan a las 19h, así que si alquilas por ejemplo un coche, puedes degustar los diferentes manjares que ofrecen los pueblecitos de la zona para después asistir a los conciertos. No es de extrañar que con este formato acudan familias completas cada año que lo convierten en su ritual vacacional y, por proximidad, acuda también bastante público de Galicia.
En esencia el Vilar de Mouros se presenta con un espíritu pelín nostálgico de los 80’s y de los 90’s, pero abarcando bastantes estilos; en anteriores ediciones se han llegado a mezclar bandas como Sepultura, The Mission, Neil Young, Young Gods, Echo & the Bunnymen, Melvins, Anathema, PJ Harvey, Beck, Megadeth o Sonic Youth.
Este año el festival se presentaba con un abanico que abarcaba desde la presencia británica de grupos seminales del post-punk de principios de los 80’s, pasando por el pop de los británicos James, y acabando por formaciones más americanas como Los Lobos o propuestas más bailables como Crystal Fighters, además de una buena cuota de bandas lusas.
Jueves 23 de agosto: El espíritu de 1978
A las siete de la tarde del jueves 23 de gosto, se presentaron ataviados con camisas hawaianas los Cavaliers Of Fun , banda lisboeta-londinense que venía avalada por ser la ganadora de EDP Live Bands de 2015. Aunque aún con poca discografía, su música espacial bailable con guitarras funk vacilonas cogió un empuje más rockero en directo y menos sintético que en como suenan en disco. Su set mínimo tuvo capacidad para hacer mover los primeros pies y a hacer bajar las primeras cervezas (a precios razonables, por cierto).
A Plastic People, la siguiente banda portuguesa, puede que se les notara no estar demasiado acostumbrados a las audiencias festivaleras. Lo suyo seguro que es más disfrutable en un pequeño club. Sus canciones son una especie de neo-post-punk-wave, con un cantante que escénicamente recordaba a Ian Curtis. En disco suenan más wave, más post-punk, pero en directo se rockerizan, en detrimento de su propuesta, con esos bajos cortantes y ritmos incansables.
Con PIL (Public Image Limited) el festival prendió la mecha definitivamente. Al fondo del escenario, el imperenne e icónico logo de la banda dibujado en un muro. Y es que ellos son un muro de sonido conceptual. El batería Bruce Smith (también en The Pop Group) inició su ritmo maquinal y el sonido de bajo de Scott Firth empezó a retumbar literalmente en el pecho. Creo que los marcapasos no eran bienvenidos al concierto. John Lydon, con un chubasquero, camisa blanca debajo, sus gafas de leer y con un atril. Muy punk. El guitarrista Lu Edmonds (también en The Mekons y ex-Damned) fue cambiando de guitarra cada par de canciones, con la curiosidad que una de sus guitarras principales es un “Bouzoki” eléctrico (un tipo de guitarra larga griega). Aunque en un primer momento les costó conectar con el público, a medida que se fueron sucediendo las piezas se fueron ganando a la audiencia y generando un pequeño trance. Así, sonaron “I’m Not satisfied”, “This is not a love song”, “Death Disco”, “Warrior”, “Rise” (enorme), para acabar con “Shoom”, la pieza minimalista sónica que cierra su último disco: “What the world needs now... is another Fuck off”. John, afable y hasta simpático, sólo soltó algún escupitajo detrás del escenario. En realidad, aunque PIL a priori es una propuesta nostálgica, han hecho seguramente sus dos mejores discos con “This is PIL” (2012) y “What the World needs now" (2016). El mensaje de Lydon y los suyos es más vigente que nunca.
Del primitivismo de PIL pasamos a otro concepto musical: el sonido sintético de The Huma League. Ellos son mucho más que “Don’t You Want Me”, aunque ya casi no quede nada de sus primeros dos discos, donde eran más un cruce entre Kraftwerk y David Bowie y unas bases electrónicas más experimentales, onda Sheffield. Decidieron convertirse en una fábrica de producir hits a partir de “Dare” (1981) y así siguieron. Con una escenografía completamente blanca (incluidos los instrumentos) empezaron a sonar sus temas más populares: “Mirror Man”, “Sounds of the Crowd", “Heart like a Wheel”, “Lebanon”. Las dos coristas Joanne Catherall y Susan Ann Sulley cantan sus voces como parte esencial de muchas de sus canciones, mientras que Philip Oakley mantiene su voz intacta. Además, Oakley nos ofreció todo un desfile de moda, con cuatro cambios de vestuario completo. El público lo coreaba casi todo aunque, cómo no, el cenit vino con su canción más famosa ya citada, que la cantaron hasta los camareros de las barras. La sorpresa del concierto fue la inclusión de “Being Boiled”, con vestimenta de astronauta y proyecciones lunares, de su segundo disco “Travelogue” (1980).
Los Pretenders de Chrissie Hynde llegaban para tocar todos sus hits de rock’n’roll más algunas canciones de su nuevo álbum “Alone”, producido por Dan Auerbach de The Black Keys. El guitarrista James Walbourne, una bestia parda de la guitarra con pintas de Chris Isaak, exhibía un virtuosismo a la vez expresivo, y el batería Martin Chambers pese a su edad llevaba la base rítmica con poderío. Chrissie Hynde en directo no paró de reivindicar el rock’n’roll, tanto como con su música como con sus presentaciones. Las familias presentes podían volver a mover sus cuerpos mientras la banda iba ejecutando todos sus temas icónicos: “Private Life” (Hynde dijo estar escrita para Grace Jones), “Hymn to her “ que dedicó “a mi amigo Johnny Rotten”, “Night in my veins”, “Thumbelina” y evidentemente los hits “I’ll stand by you” (parejas besándose emocionadas) y “Don’t get me wrong” (no se apreció casi ningún pie quieto). De su último álbum tocaron “Gotta Wait” y “Let’s get Lost” y terminaron su show rockero con “Mystery Achievement”.
Peter Murphy
La noche llegó a su clímax con Peter Murphy & David J celebrando el 40º aniversario de Bauhaus. Duele decirlo pero no se echó en falta a la otra mitad del grupo. A Murphy se le vio más en forma que en las últimas visitas por España, aunque vocalmente nunca ha decepcionado y su elegancia en el escenario es innata. David J (y sus sempiternas oscuras gafas de sol) imponía la base del sonido con su bajo, piedra angular para las canciones de la banda, una de las fundadores del rock gótico británico aunque siempre con una vertiente de experimentalismo sónico en sus composiciones. El repertorio empezó con los hipnóticos arpegios de “King Volcano” y su ritmo tribal, mientras Peter Murphy entraba en escena envuelto con un pañuelo blanco, del que enseguida se liberó al empezar a corretear y bailar por todo el escenario de lado a lado. Fueron cayendo clásicos: “Double Dare", “Silent Hedges”, junto a piezas más inusuales como “Boys” o “God in an Alcove”. El guitarrista John Andrews (actual guitarrista de NENA entre otros) parecía salido directamente de 1982, con su pañuelo en la cabeza y su elegante ejecución a la guitarra que consiguió hacernos olvidar a Daniel Ash. El punto álgido fue evidentemente “Bela Lugosi’s Dead” y su ritmo dub penetrante in crescendo. El concierto terminó después de hora y cinco minutos haciendo un bis con la versión de Dead Can Dance, “Severance". Algunos asistentes que no habían entendido el motivo del concierto, se fueron a casa hacia las 3h de la madrugada sin haber oído ninguna pieza de Murphy en solitario.
Viernes 24 de agosto: Esencia Pop Portuguesa
El viernes tenía un carácter esencialmente portugués: las 3 primeras bandas eran del país. En primer lugar Scarecrow Paulo, el proyecto de Paulo Pedro Gonçalves, músico veterano de la escena lusa ligado a bandas como Faíscas, Corpo Diplomático, Heróis do Mar, LX90, Kick Out The Jams o Ovelha Negra. Presentó su último trabajo “Skank”, con aires de Jacques Brel o Tom Waits, y que ha sido grabado en Londres, donde reside desde hace años.
A continuación era el turno de los GNR -no, no tocaron Guns’n’Roses-, acrónimo de Grupo Novo Rock (aunque coincide también con las siglas de la Guardia Nacional Republicana portuguesa), pioneros de la movida wave y post punk en Portugal. Con mas de 20 álbumes en su carrera y después de pasar por diversas fases musicales, aún mantienen gran parte de la energía en el escenario y sobretodo, se les veía ilusionados. A destacar como anécdota la presencia del primer ministro portugués António Costa, parece ser que fan de la banda.
David Fonseca, hizo su show presentando su álbum “Radio Gemini” (2018): un concierto para todos los públicos con confeti, pelotas de plástico gigantes, disfraces de peluche en el escenario, versiones (Depeche Mode, Rod Stewart), pirotecnia musical y luminosa (no quedó ningún foco por utilizar). Ni rastro del álbum homenaje que hizo a Bowie en 2017. Al final no demasiada sustancia pero todo muy profesional, eso sí.
A Editors es va lo épico y de toda la camada de hace unos años que surgió reivindicando los sonidos oscuros de principios de los 80’s, ellos están en una de las posiciones más aventajadas. Con su quinto álbum “Violence” (2018) continúan teniendo la capacidad de producir unos cuantos hits y defenderlos con solvencia en escena a la vez que van sumando matices. El vocalista y frontman Tom “Wolverine” Smith ha crecido en teatralidad, pero eso le da más credibilidad a su mensaje y es capaz de centrar gran parte de las miradas en él. El público coreaba hasta las guitarras y añadía hasta coros imaginarios adicionales de sus temas más emblemáticos, como “Cold”, “Munich”, “An end has start”, “Hallelujah (so low)” o “Nothingness”. Como vulgarmente se dice, lo petaron.
En el concierto de Incubus se veían más camisetas de Red Hot Chili Peppers que de la propia banda, no sé si era indicativo de algo. Contundencia, ritmos entrecortados y con algunas partes más ambientales, los de Brandon Boyd (vocalista) hicieron un concierto para sus fans aunque convencieron también al resto. Son ya tantos años que consiguen reunir un repertorio más que convincente. Aunque englobados en el llamado nu-metal y tengan canciones que se aproximan a este patrón, se acaban desmarcando y consiguiendo su propia voz dentro del género. A las pocas canciones el vocalista Brandon Boyd se quitó la camiseta, enseñándonos su torso de gimnasio hasta el final del concierto mientras alentaba al público a cantar con él. Mientras, el resto de la banda hacía entrega de su energía ejecutada maquinalmente. A destacar su particular versión del “I need you tonight” de INXS poco antes de la explosión de coros entre el público con su hit “Drive”.
Mientras tanto, en el universo paralelo del bar del pueblo iban a lo suyo, poniendo el “Number of the Beast" de Iron Maiden por sus altavoces mientras de fondo a lo lejos empezaban a sonar Kitty Daisy & Lewis en el escenario, que mostraron que su propuesta, aunque estilísticamente sea antigua y clásica, acaba sonando actual y arrastra a gente de lo más diversa. Hicieron bailar a un público encendido que aguantó hasta el final con su rock’n'roll, blues y R&B vintage.
A aquellas horas de la madrugada, o te movías o te ibas de vuelta para la zona de acampada, en medio de un pequeño bosque. Así que Boa noite.
Sábado de agosto: Nuevos, Clásicos y Electrónicos
Luís Severo era el encargado de abrir el tercer y último día del festival. Una de las revelaciones del pop hecho en Portugal, al que por estos lares habíamos podido presenciar en el Primavera 2017. Ejecutó su repertorio de pop conclusivo incluyendo piezas de sus dos discos, aunque con preeminencia del último de título homónimo. Su canción más coreada fue “Escola”.
John Cale era el primer plato fuerte del día. A sus 76 años el músico nos ofreció un repertorio aderezado con visuales estáticos en su mayoría pero efectivos. No tiene nada que demostrar, pero su talento le lleva a insistir -para nuestra suerte- en sonar contemporáneo y siempre a su manera innovador dentro de un ya clasicismo. “Ship of Fools", “Half Past France”, “Guts", “Leaving It Up to You", “Fear Is a Man's Best Friend” (emocionante) o “Hatred” fueron algunas de las piezas que tocó, acabando con el clásico de la Velvet Underground, “I’m Waiting for the Man”.
Tenía ganas de ver a Los Lobos, que aunque explotaron en 1987 a raíz de la BSO de “La Bamba”, empezaron a mediados de los 70’s y tienen una larguísima trayectoria. Con influencia y raíces en el tex-mex, el rock’n’roll y la cumbia, la banda americana no acabó de conectar con el público, no nos llevaron por su repertorio más animado y sabe mal decirlo, pero por momentos parecían una orquesta de boda. Aunque eso sí, sonó “La Bamba" como colofón y todo el mundo contento.
Nuestros belgas de Amberes preferidos, dEUS, llevan casi treinta años -con un parón en los 00’s- con su pop vanguardista experimental, y aunque abandonaron hace tiempo un poco el espíritu de Captain Beefheart y Pixies para adentrarse por momentos a terrenos más cercanos a una especie de funk bastardo, continúan dando de sí mucho más que otros de sus coetáneos de los 90’s. Aún con la marcha de uno de sus principales compositores Mauro Pawlowski en 2017, su líder Tom Barman consigue capitanear la banda y llevarla por terrenos interesantes. Sabemos que dEUS (incluso con su grafía) siempre se han querido desmarcar de las modas y crear su estilo.Y lo consiguen, mezclando estos ambientes, melodías extrañas a veces y ese toque de banda sonora que imprimen hasta en sus piezas más relucientes y pop, aderezadas con guitarras por momentos a lo Prince. El vocalista Tom Barman se dirigió ya de entrada al público en portugués (tiene casa en Sesimbra). Los fans de la banda se empezaron a mover al ritmo de “Fell off the Floor, Man” y “The Architect”, y cantaron los hits “Instant Street”, “À quatre Mains” y “Nothing really ends”. Pero con “Hotellounge (be the death of me)” y “Bad Timing” ya se desgañitaron del todo para quedarse afónicos con la final “Suds & Soda”. No tienen la frescura de su paso por Garatge Club hace ya más de 20 años pero mantienen su espíritu original y esperemos que en próximas obras continúen con el listón bien alto como hasta ahora.
Lo de James, fue toda una sorpresa: empezaron más de veinte minutos tarde pero la espera valió la pena. Nos atraparon desde el primer momento con su actuación, conectaron con el público y su sonido no era el de una banda que se limita a reproducir un poco lo que ya hizo 30 años atrás. Su último álbum “Living in Extraordinary Times” (2018) es una obra notable, y nos la presentaron en diversas ocasiones. El vocalista Tim Booth se tiró al público para hacer crowdsurfing ya casi de entrada, y después de llegar a un pacto con el público al regresar al escenario (“No me ponéis teléfonos en la cara y yo os vengo a visitar de nuevo ¿qué os parece?”) se tiró de nuevo para continuar navegando por el mar de gente y tirando para arriba de la fiesta. Evidentemente tocaron además de bastantes temas de su último álbum (“Extraordinary Times”, “Hank”, “Sit Down”, “Tomorrow”, “Many Faces”…) gran cantidad de sus hits: “Born of frustration”, “Getting Away with it (All messed up)”, “Laid” para finalizar con “Sometimes”. Esta gente sabe lo que hace y lo que toca.
Crystal Fighters
Era la última noche ya y los más cansados reposaban fuerzas en los food-trucks para adentrarse de vuelta a casa en coche o andando hacia la zona de acampada (gratuito con el ticket de 3 días). Otros, sudaron hasta la última gota al ritmo de la banda vasco-inglesa Crystal Fighters. Ellos fueron el perfecto colofón para poner la guinda a la fiesta: dominan el marco de un festival y saben cómo moverse e interactuar con sus audiencias, a las que animaron desde los micrófonos con su lema de “Party all night, party all day”. La fiesta fue en aumento durante todo el concierto, su electrónica-indie-folk enloquece al público, y en Vilar de Mouros no fue una excepción. La aportación de un instrumento de tradición vasca como la txalaparta añade personalidad propia al sonido y a la presencia escénica, muy elaborada.
El Vilar de Mouros ya tiene fechas para el año que viene, con tres bandas confirmadas según la organización. Es de agradecer que exista este tipo de festival, donde se alternan la naturaleza y su entorno medieval junto a los decibelios del escenario y la calidad en la programación; el amplio espacio también permite disfrutar de los conciertos sin tener que esperar dos horas en primera fila si lo que quieres es ver y oír al artista desde relativamente cerca.
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