El festival Donostikluba ha sido tradicionalmente una fecha señalada con boli rojo en Donostia, el lugar en el que puedes descubrir nuevas bandas con otras más consagradas y pegarte, además, un fiestón de escándalo. Ha habido grupos locales que prácticamente tomaron aquí la alternativa (Thee Brandy Hips) y otros que reafirmaron su reinado (Rafael Berrio, La Buena Vida); sesiones de djs de artistas que han marcado a unas cuantas generaciones (miembros de Teenage Fanclub, Peter Hook); propuestas estatales pilladas en su momento más dulce (Extraperlo, Grupo de Expertos Solynieve, Los Punsetes), joyas internacionales (Eleanor Friedberger ha sido de las últimas) y la muy respetable filosofía de que no importa el tamaño, sino la calidad.
En su edición número 11 se han recortado los días de conciertos (sólo dos repartidos entre el 1 y el 8 de octubre) y el cartel se ha visto diluido notablemente. La idea de contar con el británico Lloyd Cole en solitario como principal reclamo de la primera jornada plantea, además, una disyuntiva que se está dando últimamente en los festivales. ¿Merece la pena contar con artistas que giren en solitario, por muy buenos que estos sean? ¿Es un festival el marco adecuado para este tipo de actuaciones? ¿Provoca gatillazos no poder ver al grupo al completo?
Además de Cole, también actuaron tres jóvenes bandas: Smoke Idols, Izaro y Cecilia Payne. Fueron conciertos que dieron algunas pistas sobre lo que se está cociendo en Bizkaia. Quizá lo más sorprendente fue ver las tablas que en tiempo récord han adquirido las chicas de Cecilia Payne. Actitud punk y descaro a patadas. Lástima que para entonces no quedase apenas público. Tras el show de Cole hubo una desbandada generalizada de sus veteranos fans y, aunque luego se abrieron las puertas a todo el mundo, no estaríamos más de 50 personas. Era buena idea acabar con Smoke Idols. Las canciones madchesterianas de "A means to and end" dan para bailar y pasar un buen rato y es a lo que se dedicaron. En las primeras filas daban botes miembros de Belako, entre otros. A Izaro, por su parte, le tocó una difícil papeleta. ¿Qué haces cuando tienes que abrir para un genio del pop ante un público madurito que no es el tuyo? Sal, haz lo mejor que puedas y no pienses en nada más. Y como hace poco en el Kutxa Kultur Festibala, dio el callo y salió airosa.
Con Lloyd Cole es imposible no sentir cierta desazón al comprobar que no vamos a poder disfrutar de los exuberantes arreglos de "Rattlesnakes" o la célebre "Jennifer Said" con banda y con la que cerró la primera parte de su set acústico. Cole mantiene un magnetismo a prueba de balas. Es capaz de decir que no sabe tocar bien la guitarra cuando realmente no es así; tiene la virtud de hacer fácil lo difícil. Afina su instrumento antes de cada tema, casi de manera compulsiva. Canta como los ángeles y su timbre de voz ha madurado sin perder un ápice de sensibilidad; se ha vuelto tan cálida como el fuego que se calienta en las brasas de la chimenea. Tras un curioso descanso de unos 15 minutos volvió al escenario para desempolvar su viejo repertorio, esta vez acompañado a la segunda guitarra de su hijo, William Cole, la viva imagen de su padre pero con estética mod. El show se hizo menos esquelético y ganó algo de musculo. Sonaron imperecederas piezas pop como "Are you ready to be heartbroken?", "Perfect Skin" o "Undressed", de su primer disco en solitario y con una letra ("Estás tan guapa cuando pareces deprimida, mejor aún que cuando te desnudas") que le encajaría como un guante a Nick Hornby para su personaje de Rob y su teoría sobre la música pop en Alta Fidelidad.
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