¿Y si Donostia Festibala ha acertado por fin con la formula? ¿Y si ha encontrado su espacio definitivo? No nos engañemos, el festival donostiarra no cuenta ni con el músculo financiero del Bilbao BBK Live, ni con una parroquia fiel como la del Azkena Rock Festival. Y en esta época en la que una ardilla indie puede cruzar de festival en festival veraniego toda la península, ni siquiera cuenta ahora con el marco incomparable del parque de atracciones de Igeldo, al que se le perdonaba todo. Donostia Festibala ha hecho una apuesta que a priori parecía arriesgada: un all in claro hacia las nuevas generaciones.
Y los jóvenes han respondido, vendiendo más papel que nunca en la novena edición del festival, tercera en la nueva sede: 18.000 asistentes repartidos en dos jornadas en las que los sonidos urbanos han retumbado en el Hipódromo de San Sebastián. Después del descalabro de una primera edición pasada por agua -dos años después ya podemos decirlo sin tapujos, ¿verdad?- y un año de transición, la propuesta se ha asentado y tiene el beneplácito de la chavalada. Con una media de edad de 23 años no fue extraño que los conciertos más multitudinarios fuesen los que más atraen al público joven.
Pero empecemos por el principi. Llegar al recinto es sencillo, tan solo hay que cruzar el río que separa Lasarte-Oria con el hipódromo. A eso de las 18:30-19:00 ya llamaba la atención la afluencia de jóvenes seguidores que iban en una sola dirección. No es común ver a tanta gente tan temprano. Y si bien es verdad que algunos optaron por la vía del botellón, las colas de acceso eran ya llamativas.
Abrían la veda Rukula e Ira. Los gipuzkoanos estrenaban el escenario curado por la sala Le Bukowski con esa genial amalgama de rock, funk y cualquier estilo que pase por su mente. Mientras, IRA subía al escenario ante más personas de lo habitual para un concierto de apertura. Las madrileñas desplegaron con furia su rap reivindicativo, con aviso a navegantes despistados en Rap save the Queen: “Esto es rap, no rap femenino; rap, aunque te joda, pardillo”. Perreo y letras sociales, una tendencia que se mantuvo durante las dos jornadas.
19:15 de la tarde. Lagrimas de Sangre a punto de subirse al escenario Keler, el principal, y una multitud que casi llegaba hasta la mesa de sonido. Y por detrás oleadas de adolescentes corriendo para no perderse las primeras canciones. “Euskal Herria es nuestra segunda casa” reconocieron los catalanes, que ciertamente, parecían jugar como locales, vista la respuesta del público. Comenzaron con fuerza, desgranando sus canciones más combativas, en las que tiene más presencia el rap en detrimento de otros estilos. Pero poco a poco fueron reduciendo revoluciones y acercándose más al reggae, para no dejarlo hasta el final de su actuación. Ese pequeño cambio de tercio, hacia las buenas vibraciones, fue primordial para el público, que entregado, cantó de principio a fin todas sus canciones: Buen viaje, Voy a celebrarlo, Cuando sale el sol, Quemar el mar… Un baño de masas.
Fue una sorpresa agradable ver a tanta gente cuando aún quedaba una hora para anochecer. No podemos decir lo mismo del concierto de Kaskezur. Donostia Festibala es un tanto atípico, ya que a pesar de ser un festival pequeño, tiene sus propios mini-festivales. Por un lado están los dos escenarios principales en los que escuchamos ritmos urbanos y por otro lado el del circuito underground, con grupos que cualquier otro fin de semana hubiesen tocado en una sala pequeña o en un gaztetxe. Kaskezur tomaron el relevo de los anteriormente citados Rukula, pero no consiguieron atraer a mucho público.
Peor para ellos, ya que fue una actuación muy consistente, que sirvió para presentar su última referencia, "Ihesi doaz animaliak", del que sonó algún que otro tema, como "Euria", versión de "Euria ari du" de Joseba Irazoki, que más tarde se iba a subir al mismo escenario y que en esos momentos asomaba por las primeras filas. Los navarros dedicaron su concierto al bertsolari Jon Barberena, recientemente fallecido. Con unos mimbres que recuerdan a la fiereza de grupos como Lisabö, pero sin dejar de lado la melodía, hicieron las delicias de los amantes de ese sonido tan característico en la década de los 90. Precisamente, el estilo que añoran los últimos mohicanos que aún no han asumido el cambio de dirección del Donostia Festibala.
Dejamos el concierto a medias para descubrir dónde estaba toda esa gente que faltaba en Kaskezur. Tremenda Jauría llenó la carpa y caldeó el ambiente con esa mezcla tan característica de cumbia y reggaeton. Llegamos justo antes de sonar una de sus canciones más conocidas: Esta noche. Antes de cerrar honraron el recuerdo de Iñigo Muguruza, otro artista que nos ha dejado demasiado pronto. Un frenético acordeón y unas bases bien preparadas hicieron que los allí congregados se moviesen a golpe de cadera. No hay duda de que los ritmos latinos han calado en el público más joven; un camino que precisamente comenzó a forjar el propio Muguruza con Joxe Ripiau.
Sin tiempo ni para pedir una cerveza -destacar que no hubo excesivas colas ni para comer ni para beber, salvo en algún momento puntual- Natos y Waor irrumpieron con fuerza. Han llenado plazas difíciles como el Palacio de Vistalegre, con lo que no sorprendió que abarrotasen el escenario principal. Cargaron con energía, con rimas afiladas -y coreadas-, sociales y personales. El disco Cicatrices (2019) ha tenido una gran acogida, y así fue en Donostia, como se pudo observar en canciones como Bicho raro.
Fue otro concierto que dejamos a medias, ya que coincidían con Ro, en ese escenario tan extraño, bajo las gradas del hipódromo. Llegamos cuando parecía que tenían algunos problemas técnicos que solventaron enseguida, para derrochar clase con un delicado post-rock instrumental, que sufrió de la estridencia que llegaba de Natos y Waor en sus momentos más reposados.
Les pedimos perdón de antemano a quienes han entrado aquí con la intención de leer la crónica de Carlos Sadness, y los invitamos a dejar sus impresiones en los comentarios, ya que la clase de Joseba Irazoki nos hizo imposible dejar su actuación en el ecuador. Saltan chispas cada vez que se junta con sus amigos encima del escenario. De sus cuerdas sale rock, progesión y psicodelia, un hechizo hipnótico que atrapa y seduce. No en vano "Zu al zara?" fue uno de los mejores discos que se facturaron por estas latitudes. 45 minutos que se pasaron volando.
El concierto del de Bera dio paso al más multitudinario y divertido de la noche. La Pegatina fueron los grandes ganadores de la noche. ¿Que hay grupos a los que les gusta cerrar sus actuaciones con una colorida fiesta de confeti? Pues, nada, los de Montcada i Reixac deciden darle una vuelta de tuerca al concepto y hacerlo con la primera canción para regocijo de sus seguidores, una fiesta sonora que no iba a tener descanso. Ante un público entregado y extasiado, sonaron sus canciones más conocidas, como "Lloverá y yo veré", "Y volar" o "El curandero", especialmente bailada gracias a ese ritmo tan rumbero y buenrollista. También salió Xabier Solano para tocar una coreada "No Tinc Remei". El cierre llegó con "Alosque", en acústico, un apropiado descanso antes de desatar la locura con "Maricarmen", santo y seña de La Pegatina, y tan bailado en los bares de Euskal Herria.
Era medianoche, y ya muchos asistentes tomaron el camino a casa, descafeinando un poco el concierto de Carolina Durante, que si bien congregaron un buen puñado de seguidores, no llenaron la carpa. Poco les importó. De negro riguroso y desaliñado, Diego Ibáñez tenía un aire a Robert Smith. Fueron de frente, con esa ironía tan suya. Comenzaron con "Las canciones de Juanita", esa que dice “no sonamos mal, sonamos mejor que ayer”, con guitarras directas y mucha actitud. Dedicaron "Himno titular" a esos “dos valientes” que llevaban la camiseta del Athletic Club y antes de decirnos adiós con "Cayetano" clamaron porque hubiese más conciertos de 45 minutos y menos de dos horas. De acuerdo, retiramos eso de que se parecía a Robert Smith. Precisamente, fue Cayetano la única canción que movió unas primeras filas bastante gélidas hasta entonces.
Si solo tirásemos de currículum, nadie dudaría de que Mala Rodríguez (foto inferior y encabezado) era la gran estrella del cartel el viernes. Y sin embargo, las nuevas generaciones no entienden tanto de jerarquías. Fue muy sencillo moverse entre la gente hasta seleccionar un espacio privilegiado para ver a la jerezana. Subió al escenario con cuatro bailarinas, cuyas coreografías tuvieron bastante protagonismo, en una puesta en escena que en pleno 2019 irremediablemente recuerda a Rosalía. Pero que nadie olvide que la Mala ya estaba haciendo trizas el techo de cristal y mezclando flamenco con otros géneros cuando la catalana no tenía ni diez años.
Hace ya unos años que ha abandonado un poco el rap en favor de ritmos más modernos y latinos, pero en su actuación en Donostia hubo momentos para todo: los veteranos disfrutaron de grandes clásicos como "La niña", "Tengo un trato" y "Quien manda" -que algunos descubrieron con Esne Beltza-, pero nuevos éxitos como "Mátale" o "Gitanas" no desentonaron lo más mínimo. Mención especial al cierre con "Contigo". Actitud, experiencia, cuajo y mucha calidad.
El cierre de fiesta corría a cargo de Ms Nina, una de las abanderadas del neoperreo festivalero, con un leit motiv tan sencillo como demoledor: “Perreando por fuera, llorando por dentro”. Con "Intro, Coqueta y Resaca" todos entendieron que aquello iba de bajar hasta el suelo y mover mucho el culo. Letras explícitas a las que la juventud respondió con devoción y gritos. Fin de fiesta hedonista, sin olvidar que en el escenario Le Bukowski P3z, Budin y Makala se enfrascaban en sonidos más electrónicos.
Puede que fuera por la resaca por la que pregonaba Ms Nina el día anterior, por el partido de fútbol o porque a los jóvenes no les interesaba tanto los grupos que abrían la segunda jornada, pero el sábado todo fue a un ritmo más pausado al principio. Las guitarras de Melenas y el rap de Joanes Unamuno El Negro desesperezaron a los más madrugadores que llegaban a cuentagotas.
Tampoco tuvo excesiva suerte Nerabe en cuanto a afluencia, en contraste a lo que ocurrió la víspera con Lagrimas de Sangre a la misma hora. A pesar de ello, el grupo de indie-rock local dio buena muestra de las joyas que guarda "Toki On", su opera prima del año pasado. Con un constante contraste entre la voz de Sara Zozaya y los ritmos sólidos de sus compañeros, siguen convenciendo en ese pequeño limbo entre lo bailable y lo agitable con la cabeza.
Con Ayax y Prok podemos hablar de la primera cita multitudinaria de la tarde. Los gemelos granadinos abarrotaron la carpa para dar rienda suelta a su lírica. Pese a su juventud -o quizás por ello- tienen el beneplácito de una legión de fans que disfrutó de lo lindo del concierto. Y si todos sus directos tienen la misma fuerza, energía y pasión no nos extrañará que sigan creciendo. Se dejaron el alma, y hasta casi algún diente, sonando agresivos, pero bajando revoluciones cuando era necesario. A la misma hora actuaban Antifan un delicioso amasijo de guitarras, bajos y autotune, en el escenario Dabadaba. La sala de Mundaiz fue la encargada de tomar el relevo de Le Bukowski a la hora de seleccionar tres bandas bajo su sello de calidad.
El concierto de Beret fue un Expediente X para un servidor. En términos objetivos fueron los grandes ganadores de la jornada, con un público entregado que coreó todas y cada una de sus canciones. Se hubiesen pasado tres horas convirtiendo el Hipódromo de San Sebastián en un karaoke gigante, coreando, aplaudiendo y subiendo stories a Instagram. Hubo buenos momentos, como "Cóseme", cantada a capella, y diversión asegurada con la competición preparada en "Bara Bara Bere Bere", pequeña pelea de gallos incluida.
Sin embargo fue la actuación más descafeinada de las dos jornadas. La propuesta rebosó azúcar y adoleció intensidad. El concierto prometía, por la expectación creada y por ver una guitarra y una batería en el escenario, que se agradece ante tanto sonido pregrabado. Sin embargo nos encontramos con una radio fórmula edulcorada y vacía que repetía una y otra vez el mismo juego de palabras: “Y claro que te echo de menos, por eso me echo de más” ("Diez mil por qués"); “Te echo de menos, aunque yo fui quien te eché” ("Te echo de menos"); “Porque tú eres mi pasado, y lo mejor que me había pasado también” ("Me llama"). Mención especial a los discursos buenrollistas entre canción y canción que sonrojarían al mismo Paulo Coelho.
El gap generacional volvió a estar presente con Tote King. El sevillano sufrió para llenar la carpa, y la media de edad subió una década para escuchar a uno de sus favoritos de la vieja guardia. Con DJ Nexxa a los platos y la ayuda de Shotta, Tote subió al escenario con una camiseta de Danilo Gallinari para presentar "Lebron". No se limitó a su última referencia ("Puzzle", "Gente tóxica", "Tonto"...), haciendo un extenso repaso a su carrera, recuperando clásicos como "Botines" y "Ni de ellos ni de ellas" o temas aún recientes como "Todo el dia Barras". Fue un concierto variado, en el que hubo espacio para escuchar la voz pregrabada de Rozalén, "Smack my bitch up" de The Prodigy como base, hacer peinetas al mindfulness y Mr. Wonderful y un wall of death “como si fuera un concierto de Cannibal Corpse”. Cerró con un freestyle, recordando que a finales de año pasará por Bilbao para su final de gira.
El concierto de Iseo & Dodosound with the Mousehunters comenzó con el rítmico golpeteo de las canciones de víspera de Santa Águeda, para iniciar después un multitudinario y aplaudido concierto. También sonó por los altavoces "Quizás, quizás, quizás". En inglés y español, ofrecieron un concierto de reggae con el punto extra de una sección de vientos jazzera, que entraba con delicadeza, sin la estridencia ni protagonismo innecesario, totalmente integrada en el sonido. Sonaron temas cono "Vampire" o "Dame" y la versión de Chan Chan les quedó de lujo. Un ejercicio de buen gusto y estética que agradecieron los más jóvenes y mayores a partes iguales.
A eso de las 00:00 se produjeron varios movimientos. En un segundo plano Atraco Negrata intentaba sumar fieles a su causa con la inefable Dilemma de Nelly. Iseo & Dodosound encarrilaban la recta final de su concierto, mientras los más jóvenes corrían a la carpa en busca de un buen sitio para ver a Bad Gyal. A Alba Farelo se le quedó pequeña la carpa, y hubiese sido capaz de llenar otras dos más. Apareció en el escenario con una ensordecedora ovación. Una de esas ovaciones guardadas para los más grandes. Con "Candela" se vino todo abajo, ante una Bad Gyal de blanco nupcial, acompañada de cuatro bailarinas vestidas de negro. Blink puso a perrear a todo el mundo. Fiebre, Hookah… la fiesta continuó sin grandes sobresaltos hasta que en "Zorra" la tecnología hizo de las suyas. El sonido subió de golpe, se apagó, y eso no hubo autotune que lo salvara. Después de unos pocos segundos de desconcierto, Bad Gyal siguió como si no pasase nada. "Internationally" fue el broche a un concierto en el que Alba Farelo se consagró como la reina del dancehall.
Gatibu clausuró un exitoso Donostia Festibala, rompiendo, al fin, con la dicotomía de nuevo y viejo, gracias a una actuación que atrajo tanto al público más joven como al más veterano. El grupo de Alex Sardui es siempre una apuesta segura, puesto que más allá de filias y fobias tienen un directo solvente y lleno de calidad en el que todo suena como debería sonar. Además de contar con uno de los frontman más carismáticos de la escena. Por supuesto, sonaron temas de su último disco: "Salto!", "Ez naz makurtuko", pero el peso del concierto lo llevaron sus canciones más conocidas. Gatibu demostró que puede y debe mirar a la cara a todos los grupos que actuaron antes que ellos en el festival. ¿Qué otro grupo es capaz de encadenar temas como "Urepel", "Bang bang txik-txiki bang bang", "Euritan dantzan", "Zeu, zeu, Zeu!"; "Gabak zerueri begire", "Ez naizu epaitu" y "Aske maitte" y darse el privilegio de olvidarse de "Musturrek sartunde?". Ninguno de los anteriores.
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