A las diez en punto, vestido de negro y con una guitarra española colgando del hombro, Dominique Ané saltó al escenario dispuesto a comerse el mundo. Con “L’horizon”, su último largo, bajo el brazo, el alumno más aventajado del golpe de gracia noventero a la chanson française la emprendió a cabezazos contra el aire y a guitarrazos que le costaron alguna que otra cuerda y una contundencia envidiable. Construyendo bases sonoras, que podrían pasar por walls of sound spectorianas, con la ayuda de una pequeña pero potente banda (teclista, saxo, guitarra y batería), Dominique desgranó lo mejor de “L’horizon” (epatantes fueron los momentos de “Rouvrir”, “Antaimoro” y, sobre todo, “Dans un camion”, primera muestra de entendimiento entre el músico y su público, demasiado asombrado quizá por lo que veía y hasta el último momento frío y distante) y rescató parte de “La Memoire Neuve” y un “Tout Sera Comme Avant” musculoso y vibrante que hizo temblar el suelo de la sala. Perfeccionista hasta lo indecible, Dominique afirmó haber tenido “un día de mierda” hasta entonces y llamó “viejos” a sus seguidores, imperturbables ante los mazazos sonoros y la energía del cantante. “¡No estamos en España!”, les gritó a sus músicos, hacia el final del concierto (apenas una hora y veinte). Corto pero intenso, el directo del tipo que se dejó producir por John Parish (seguramente en busca de un sonido más áspero y ardiente), es violento y doloroso, a veces susurra y otras grita, como l’amour que corre por sus venas (musicales).
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.