Los dos conciertos previos de DeWolff en la capital zamorana dejaron poso, el suficiente como para que las expectativas ante una nueva visita de los holandeses fuesen elevadas. En esta ocasión el trío presentaba el reciente y atractivo “Roux-Ga-Roux” (Electrosaurus, 16), aunque en su caso los lanzamientos discográficos resulten poco menos que una mera excusa para volver a los escenarios, hábitat desde el que la formación brilla en esplendor.
Y es que sobre las tablas el grupo resulta un incuestionable y explicito torbellino que, a lo largo de casi dos horas, evita cualquier tipo de relajación. La suya es una descarga eléctrica en el que la pasión por el rock clásico de los setenta y la influencia de bandas como Led Zeppelin, The Rolling Stones, Cream o The Black Crowes resulta indisimulada y presentada orgullosa a través de un virtuosismo que cuenta con un valioso cómplice en la improvisación. Una apuesta de tonalidad exclusiva y que, aunque según el momento pueda derivar hacia psicodelia o tintes progresivos, evita a toda cosa salirse de unos parámetros férreamente establecidos.
Es en esa monotonía y escasa capacidad de diversificación donde puede situarse la única pega de una ejecución que, en cualquier caso, resultó espectacular en base al órgano demoniaco de Robin Piso, la consistencia a la batería de Luka Van De Poel, y la entrega del vocalista y guitarrista Pablo De Poel. El combo cuenta con directo de lo más efectista, apostando por un cuerpo a cuerpo sudoroso del que saben que sólo pueden salir victoriosos.
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