Los días de la semana suelen ir acompañados de unos atributos casi inamovibles que condicionan y afectan directamente a la vida de la ciudad. Los lunes están cargados de nostalgia por el fin de semana que se deja atrás. Los martes y miércoles se vacían, ya que somos catalanes y hacemos cosas. Los jueves desprenden una esperanza que culmina en el electrizante viernes para acabar reafirmándose en el sábado excitante. Pero el domingo es diferente, es un día libre, impredecible y ecuánime, que depende totalmente de las circunstancias que lo rodean y que transita entre contrastes y posibilidades. Es una oportunidad y una concesión que algunos nos brindan de vez en cuando.
Y precisamente este domingo hubo un encargado de darle sentido y vida, quien consiguió llenar la Sala Paral·lel 62 tanto en pista como en platea, creando un aura mística a la vez que acogedora y jugando con los contrastes más exquisitos entre la sutileza y la extravagancia, entre los susurros y los pedales más psicodélicos.
Bajo una luz tenue y pinkfloydiana, Devendra Banhart volvía a la ciudad de la que no se despidió demasiado contento en su última visita en 2020. Pese a aquel concierto en la Razzmatazz, con un público que se alzó con una incontinencia verbal alarmante ante la escasez de volumen, el artista ha vuelto a confiar en Barcelona y esta vez, al sonar la primera línea de bajo de “Twin”, el efecto hipnótico que corresponde a los conciertos silenció la sala y solo hubieron ojos y oídos para todo lo que pudiera suceder sobre el escenario.
Aun así, el respetable no se quedó impasible y distante. Entre la gran multitud de personas chispeaban palabras de admiración y súplicas de temas que quizás no sonarían, ya que este era supuestamente un concierto de presentación de su último disco “Flying Wig” (2023). El rebelde Banhart, con la personalidad de un actor chiflado y seductor, jugó tanto con el setlist como con las mil voces, idiomas, acentos y personalidades que interpretaba en las dilatadas pausas entre canción y canción. El concierto se convirtió en una experiencia extra-musical, cargada de alegría, sutileza y humor ingenioso.
Por mucho protagonismo que tuviera la psique del personaje, la musicalidad del encuentro no quedó para nada en segundo plano. La banda de Banhart sostuvo con una perfección abrumadora el set, dando la posibilidad al cantante de que pudiera expandir sus mensajes de amor, tranquilidad y optimismo. Devendra Banhart cantó con una voz prodigiosa y un vibrato aplastante, jugando con los fade-out más limpios que tanto cuesta ver en directo y explorando todos los rangos que su dilatado registro le permite. De lo más admirable fue la capacidad de generar tanta dinámica entre intensidad y delicadeza, sin tambalear en la transición y manteniendo esa esencia silenciosa pero atravesante.
Tristemente, la velada finalizó sin llegar a la hora y media, generando un desconcierto agridulce. Quizás le dijeron a Devendra Banhart que los domingos, en Barcelona, suelen ser neutrales y quizás contenidos, algo con lo que en realidad nadie contaba, ya que el público tardó en desperdigarse y aceptar que el telón había bajado (literalmente) y que aquella noche de ensueño había llegado a su fin.
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