Lo que pasó en el WiZink con Dellafuente y Morad fue tan bonito que lo primero que hice después de salir del concierto del martes fue escribir a todos mis contactos para ir el día siguiente. Lo conseguí. Vivir dos veces un show único es igual de paradójico que ver a una empresa internacional haciendo lo que no ha sabido hacer nadie aquí: reivindicar la música mediterránea del siglo XXI por todo lo alto. El folklore atemporal (en palabras de Dellafuente) de la juventud española que nació, como pronto, en los 90, ha encontrado su máxima expresión en un trabajo como ‘ZIZOU’ y en unos shows como los Red Bull Sound Clash que reivindican una y otra vez valores que los sociólogos comprados por los medios de masas dicen que no son los característicos de las nuevas generaciones: amistad, familia, trabajo duro, amor, lealtad y honor.
El espectáculo fue impresionante. Divididos en varias secciones temáticas, Dellafuente y Morad pasaron de cantar sus clásicos a versionar a sus socios principales (Maka y Beny), y de ahí a interpretar un clásico del otro. Lloré con ’13/18’ de Dellafuente, una canción que no solo habla del pasado lejano sino de quién escribió ese tema y quien es ahora él. Muchos millones de streams, mucha pureza y muy buenas canciones. Red Bull volvió a demostrar que son los mejores en esto de montar superproducciones y construyó un escenario transversal en mitad del WiZink decorado como si fuese una calle de un barrio -andamios y farolas incluidas- donde se encontraban y se alejaban maestro y aprendiz una y otra vez hasta terminar fundiéndose en un abrazo honesto y sincero.
Muy clásico Morad, animando menos a los fans que a sí mismo, incombustible en su actuación, pidió varias veces al público una bandera palestina para lucirla sobre el escenario, y canta con verdad y sentimiento. El chaval que salió a la palestra en 2019 siendo un dechado de autenticidad y timidez ahora es un performer de primera.
Dellafuente parecía feliz, que ya es mucho decir cuando hablamos de las apariciones públicas del granaíno. Hasta bailó. Su apuesta por un perfil austero se complementa con una puesta en escena más interesante de lo que parece. El artista cantando sentado al lado del DJ, casi reproduciendo el esquema básico del flamenco, puede ser la nueva artesanía musical.
Dellafuente, siempre siempre siempre, y casi sin querer, innova y reivindica la tradición al mismo tiempo. Es su sino. Morad, que, en cambio, es un artista notablemente más popular, creador de himnos que todo el WiZink se sabía desde los primeros acordes, carece del poso, de la leyenda, que Dellafuente lleva a su espalda. Eso se comprobó con la cantidad y la calidad de artistas que convocó a su llamada. Rels B, Lola Indigo, RVFV, C. Tangana (en exclusiva en el segundo pase, robándose el foco de la noche para sí y para un ‘Guerrera’ que ha envejecido a la perfección), cuatro de los artistas más grandes de España, acercándose a compartir con Delafuente en directo y en exclusiva para los afortunados que peregrinamos al WiZink como hace cuarenta años nuestros padres lo hicieron con los Stones.
Los clásicos se mezclaron progresivamente con los temas de ‘ZIZOU’ que tienen en común, y los ‘Dineros’ y los ‘No Estuviste En Lo Malo’ de turno. El final, protagonizado por ‘Manos Rotas’, una canción que cada día que pasa tiene más pinta de convertirse en un clásico, fue, además de icónico (la imagen de Morad y Dellafuente espalda contra espalda quedará, créanme) un fiel reflejo de los dones de los que ambos artistas han hecho gala en sus carreras.
Ovación clamorosa. En el WiZink, audible, y en los bares, a la salida, implícita. Radiantes de felicidad, hubo hasta quien se arrancó a cantar y a tocar palmas. Si la tradición significa algo en 2023 es precisamente porque hay artistas que siguen siendo capaces de crear códigos eternos; momentos que definen un periodo mayor de tiempo, que generan su propia leyenda, donde lo imposible sucede. Empezar por poder vivir dos noches únicas a pesar del oxímoron es un gran principio de cuento.
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