Ha querido el destino que en pocos días se hayan presentado en Barcelona dos propuestas lideradas por mujeres con el feminismo por bandera y basadas en combinar música electrónica y pop. La primera lo hizo en el muy burgués Palau de la Música Catalana y la segunda en ese templo dedicado al baile llamado Razzmatazz. Dos formas que utilizan mimbres parecidos, pero con resultados diametralmente opuestos. Si Rigoberta Bandini emana chanel y desayuno continental, lo de Delaporte huele a sudor y tortilla de patatas. Si una transmite cierto tufillo pijo con una propuesta muy bien diseñada en busca del triunfo, los segundos bajan al fango del techno populachero para hacer que las manecillas del reloj corran unas horas y trasladarnos a un after donde la gente ha ido en busca de desenfreno. Si a una te los imaginas tocando en el Primavera, los otros son carne de CruÏlla entrada la madrugada. Lo arty y cool versus el populacho y la verbena. Personalmente, si tengo que elegir, me quedo en el lado correcto de la historia: el que emana del pueblo.
Ya nos había comentado Sandra Delaporte en su reciente visita a nuestra redacción en Barcelona, que su actual show buscaba rescatar el espíritu de una buena 'rave' y no hacer prisioneros. Por eso se presentan cuatro músicos sobre el escenario, y el dúo se arropa con dos percusionistas en busca de conseguir que la bola se haga más grande. La bola de sonido, claro, pero también la bola de espejos. Porque Razzmatazz se convirtió en una gran pista de baile y desenfreno comandada por una maestra de ceremonias que no paraba de arengar puño en alto a la masa. Y todo mientras el dúo combinaba temas propios, como la fantástica “Droga dura” o la reciente “Narciso”, con esas versiones que han hecho suyas como “Toro” y “Cariñito” que se han convertido en auténticos clásicos del cancionero fiestero de este bendito país.
Desde que acabaron las restricciones de esa inesperada sexta ola que nos pilló desprevenidos, he tenido la oportunidad de disfrutar de unos cuantos conciertos. De La M.O.D.A. a Albert Pla, pasando por Travis Birds o Morgan. Todo bastante diverso. Sin embargo, ha sido Delaporte el primer concierto en el que he sentido que algo dentro de mi florecía de nuevo. Que las ganas de bailar toda la noche surgían de mi interior y me catapultaban a un hedonismo fiestero. Me da igual que alguien pueda pensar que Delaporte han emprendido el camino facilón del techno y máxime si su propuesta me sacudía unos cuantos años de encima. Con Sandra y Sergio recordé que la música no solo se escucha, también se suda y se experimenta con el cuerpo. Ya habrá tiempo más adelate para dirigir sus esfuerzos a mostrar ese otro lado de su música encarnado en temas como “Las montañas”. Ahora lo que toca es otra cosa. Toca despertar de ese largo letargo al que nos ha sometido la pandemia. Que así sea.
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