Alegría para el cuerpo y el alma: El Hard de los púrpura profunda superó con creces el listón del aprobado en la primera parada estatal del “The Long Goodbye Tour”. Dudo mucho de que el fan veterano, el que los disfrutara en sus dos últimas visitas a tierras vascas (Donostia en 2003 y Gasteiz en 2005) e incluso antes, saliera decepcionado.
Sí, amigos, el Mark VIII (el más duradero de su historia, que acumula ya 15 años con la misma formación) se resiste a morir, y nosotros no podíamos dejar de estar allí para corroborarlo. Antes del plato fuerte, una propuesta metalera de la mejor factura: Los estadounidenses Alter Bridge (foto inferior) no es que calentaran el ambiente sino que, en mi opinión, lo revolucionaron. Como quiera que su Metal con ciertas reminiscencias del grunge esté bien lejos de los postulados de los Purple, tampoco supuso esto un gran obstáculo para los allí reunidos, unas 4.200 almas según la organización. Envueltos en un sonido poderoso, marcado y total, hicieron las delicias de sus fans, que los hubo y bastantes, aunque evidentemente hubiera sectores que desconocieran su trayectoria. Myles Kennedy, con su enorme voz y su guitarra rítmica, demostró sus dotes de frontman decidido y absolutamente profesional, flanqueado por Mark Tremonti, un auténtico líder y maestro de las seis cuerdas. Impresiona la solidez de su guitarra, a la par que la ejecución de la sección rítmica (Brian Marshall al bajo y Scott Phillips a los parches) resulta, por su precisión, sencillamente avasalladora.
Con un repertorio recortado pero bien seleccionado, y una imagen quizás excesivamente pulcra e inofensiva, cayeron sólo dos piezas de su último trabajo (“Crows on a wire” y “Show me a leader”) y tres del celebrado antecesor “Fortress”: “Farther tan the sun”, “Addicted to pain” y “Cry for Achilles”). Para gustos los colores, pero en mi opinión Alter Bridge va mejorando disco a disco, logrando en cada uno de ellos un sonido más espectacular que en el anterior. Los fans de los discos predecesores tuvieron su ración con la rápida y apabullante “Ties that bind”, “Isolation”, y enfilando ya la recta final, “Metalingus”, como no podía ser de otra manera. Antes de esta última, suenan los primeros acordes acústicos del maravilloso “Blackbird” de los Beatles, antesala del “Blakcbird” propio de Alter Bridge, una absoluta maravilla de casi 8 minutos con sus adictivos tramos de calma-tormenta-calma. Para terminar, las ya mencionadas “Show me a leader” y “Rise today”, un auténtico torrente. Terminaron a las 21:00 en punto, aprovechando así al máximo su oportunidad: esta noche los ha visto gente que, de otra manera, quizás nunca lo hubiese hecho. A buen seguro que muchos de ellos repetirán.
Tras media hora de espera, llega el gran momento da una de las mejores bandas de la historia, la mejor en lo suyo: Señoras y señores… ¡¡Deep Purple!! Se apagan las luces, la expectación es enorme. Un rugido felino les da la bienvenida mientras desembarcan con el poderoso “Time for Bedlam” de “Infinite”, su vigésimo disco en estudio, editado el pasado 7 de abril. La banda suena bien, tocan con sentimiento y hay feeling en la ejecución. Seguidamente la gente se vuelve loca con la trilogía clásica que apabulla y machaca: El anfetamínico “Fireball” (por Dios, ¿quién diablos dijo que Deep Purple era pachanga?), el Hard Rock clásico y rasposo de “Bloodsucker” y el juguetón y archiconocido “Strange kind of woman”. Para entonces Ian Gillan ya estaba haciendo de las suyas: bromas incomprensibles (al finalizar del “Strange kind of woman” soltó “Is it reallity? I don’t know”), bailes varios y parrafadas (en ráfagas y solo en momentos puntuales) que dudo mucho que alguien entendiera. Sin embargo, el mítico cantante se divierte, hace pasárselo bien tanto a sus compañeros como al respetable y está lo suficientemente cuerdo como para cumplir perfectamente su papel de frontman inmortal.
Los cinco maestros dieron claras muestras de pasárselo en grande: Miraban a los ojos de los fans, sonreían frecuentemente y se les notaba relajados. De Gillan ya hemos hablado. Roger Glover es un bajista increíble, tiene Groove, tiene estilo y tiene la técnica: lo tiene todo. Ambos van para 72 años, mientras que Ian Paice y Don Airey acumulan ya 69 tacos. Ian Paice ya no hace solos largos de batería, pero sigue siendo imbatible a los tambores y a los platos. Casi no hay palabras para describir su poderío, como no las hay para hacerlo del gran Don Airey, ex de mil y una aventuras, entre las que destacaremos, por no extendernos demasiado, los Rainbow de Graham Bonnet y los del primer disco con Joe Lynn Turner, el Ozzy Osbourne de sus comienzos, Gary Moore o los imbatibles Whitesnake de “1987”. El “benjamín” del quinteto, Steve Morse, quien sólo está a punto de cumplir 63 veranos, asumió cada vez más protagonismo a partir de la mitad del show, y su estilo más metalero que los Purple clásicos lució mucho más en los temas nuevos, evidentemente.
Siguiendo el orden de los acontecimientos, nos esperaba otra tanda de tres cortes, esta vez compuesto de dos temas nuevos y un tercero del anterior trabajo. Así, se frenó para algunos la euforia acumulada con la antes mencionada trilogía clásica. En realidad, fue una absoluta maravilla disfrutar de “Johnny’s band”, estupendo tema con sabor a clásico y un Steve Morse que no paraba de sonreír, un “The surprisng” perfectamente ejecutado (ambas nuevas), con “Uncommon man” en medio. Este último, del anterior trabajo “Now what?!” (2013), es una sinfonía absolutamente maravillosa a cargo de Don Airey, a su vez inspirada en parte en la composición clásica “Fanfare for the Common man”. Airey hizo maravillas con el sintetizador en un tema surgido a raíz de la muerte de John Lord en 2012, su antecesor en el puesto y teclista de rock clásico por excelencia, y que había abandonado el grupo en 2002. Fue triste pensar en él, en que ya no está entre nosotros, pero Airey es el mejor sustituto posible y lo demuestra en cada disco con dosis de grandilocuencia, inspiración y técnica a partes iguales.
Con la tremenda y celebrada “Lazy” volvieron brevemente al repertorio clásico (con de Gillan triunfando a la armónica y el momento cumbre posterior del viejo juego de imitación mutua de voz y guitarra, esta vez efectuado entre guitarra y teclado), aunque poco les duró la alegría a muchos, en cuanto que la banda volvió con el nuevo “Birds of Prey” (con gran lucimiento de Steve Morse) y el semi-nuevo “Hell to Pay”, y aquí sí que tengo que dar la razón a ese amplio sector que sintió que se le volvía a cortar el ritmo. Aunque “Hell to pay” tenga garra (Glover, Gillan y Morse juntos en el centro del escenario y cantando el estribillo, además del lucimiento de Glover en varios momentos), ofertar esas dos y darle continuidad con el solo de teclado quizás fuese demasiado, sobre todo tras ver sufrir a Gillan en el estribillo de “Hell to pay”. Sí que es verdad que Airey se metió en el bolsillo a la audiencia con su solo cuando nos sorprendió con “Santa Ageda” y seguidamente se puso la bufanda Del Athletic y entonó su himno. Su largo solo transmitió mucho, pero fue después cuando, en una recta final tremenda, volvieron a retomar firmemente el ritmo.
Atacaron con “Perfect strangers”, rítmica y apabullante, después Glover se echó para adelante en la áspera y dura “Space truckin’”, y ya el BEC se derrumbó con el mega clásico “Smoke on the water”. Fueron momentos tremendos, a pesar de que Morse no consiguiera en el riff el inigualable toque del maestro Blackmore: la gente no cabía en sí de gozo, mientras las pantallas mostraban el incendio del mítico casino Montreux suizo el 4 de diciembre de 1971. Ya sabéis, una bengala lanzada en el concierto de Frank Zappa provocó el desastre, mientras los Purple, a punto de comenzar la grabación del mítico “Machine Head”, lo observaban todo desde su hotel. Todo esto inspiró la canción. Las pantallas gigantes del BEC nos mostraban titulares de prensa como “Historic Casino Destroyed”, partituras originales del “Smoke on the water” etc. etc. Todo muy impresionante, y ahí, en lo alto, se retiraron.
Para los bises, más dinamita. “Hush”, la versión que les aupó por primera vez a las listas de ventas aquel lejano 1968, alargada a lo Purple con sus respectivos pasajes instrumentales, fue coreada con verdadera devoción. Fue impresionante, uno de los mejores momentos del show. Los pasajes de teclado eran contestadas por la guitarra de Morse en un duelo épico 100 % Purpleniano. El lucimiento individual medido y siempre al servicio de la canción. Al finalizar, Glover se lució en un solo de bajo con algo de Funk y mucho, muchísimo carisma. Y ya para terminar de matarlo, el incombustible “Black Night”, totalmente juguetón y absolutamente maravilloso, también fue prolongada por pasajes instrumentales magistrales, siempre sin abusar, y en donde destacó el baile al unísono de Glover y Gillan.
Así nos dejaron, en lo más alto y seguramente con ganas de más en un concierto para nada corto y que sobrepasó la hora y media. Esto es lo que hay, estos son los Purple de 2017. Los tomas o los dejas, pero dejadme deciros que yo no me los perdería por nada del mundo: Tienen actitud, siguen teniendo boogie, continúan divirtiéndose y son unos auténticos virtuosos. Quizás sea verdad y éste haya sido el último tour, un tour de nada menos que 60 fechas que saltará a los USA en Agosto para volver a Europa en Noviembre. No sé como aguantan este ritmo.
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