En el pico de sus capacidades. Luciéndose más que nunca. De dulce. Así están Death Cab For Cutie en directo. A estas alturas. Quizá nadie lo hubiera previsto cuando Chris Walla bajó del barco allá por 2015 y la inspiración menguaba. Pero 25 años de carrera y diez discos, entre ellos el reciente repunte que ha supuesto "Asphalt Meadows" (2022), perfectamente ubicable al final de un hipotético Top 5 (lo mejor que han hecho en más de una década, aunque no iguale sus mejores discos), son herramientas suficientes como para idear un espectáculo de 23 canciones y casi dos horas en las que prácticamente no sucede ningún altibajo. De esos en los que las canciones muy buenas lo siguen pareciendo, y las no tan buenas parecen muchísimo mejores de lo que son. Exhibiendo la cara más amable y convincente de ese indie rock de alto voltaje emocional con el que dieron continuidad (junto a Modest Mouse o a los Built To Spill, de quienes tanto aprendieron) a todo lo que aquellos próceres de los noventa (Pavement, Sebadoh, Guided By Voices) mostraron al mundo hace ya tanto tiempo. Con sus salvedades y sus peajes, que por algo Ben Gibbard y compañía trascendieron la barrera del mainstream cuando algunas de sus canciones fueron incluidas en series como The OC (Josh Schwartz, 2003-2007), House (David Shore, 2004-2012) o Crepúsculo (Stephanie Meyer, 2005-2009). Nunca le hicieron ascos al gran público. E hicieron bien.
Los versátiles Dave Depper y Zac Rae (guitarras y teclados) le han sentado estupendamente bien al directo de los de Seattle. Ben Gibbard, el hombre de las carreras por montaña que pueden durar un día entero, está pletórico. Y la sonorización y la secuencia de su único concierto en Bélgica, precedido por la discreta actuación de la banda de Chicago Slow Pulp, fue impecable, con nada menos que hasta ocho canciones de su último disco y hasta cinco de su cumbre, "Transatlanticism" (2003). Faltó algo de volumen mientras arrancaban con “I Don’t Know How I Survive”, “The New Year” o “A Movie Script Ending”, pero hasta eso pareció premeditado para escalar el crescendo. Todo fue de menos a más. La buena acogida de “Here To Forever” y “Black Sun” mostró que han encontrado un nuevo público durante la última década, más joven. Y a partir de “Rand McNally” todo sonó con mayor potencia y nitidez. Hasta el mismo ecuador del bolo lo tienen perfectamente concebido para sacudir al personal: Gibbard encarando solo y en acústico “I Will Follow You Into The Dark” (picando al público de Amberes con el argumento de que en Amsterdam le habían acompañado con más vigor) y la obsesiva contundencia de “I Will Possess Your Heart” dando entrada a la recta final.
El último tramo cimentó su encanto en una atronadora “We Looked Like Giants”, la fulgurante “The Sound Of Settling” y el novedoso spoken word de “Foxglove Through The Clearcut”. Y tras al paripé de salir y entrar para el bis (del que Gibbard hizo guasa), broche final con el single de libro que fue “Soul Meets Body” y la emocionante coda que es siempre escuchar el subidón de “Transatlanticism”, la canción que podrían haber firmado los primeros Arcade Fire, con su autor encarándola sentado ante el piano. Ahora, a esperar que la gira que conmemorará este otoño por Norteamérica el año de gracia de Ben Gibbard, el 2003, rescatando en su integridad "Give Up" (2003) de The Postal Service y su "Transatlanticism" (2003), se amplíe también a Europa.
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