La casa de las pesadillas
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La casa de las pesadillas

9 / 10
Sergio Amor Herrero — 11-10-2022
Fecha — 10 octubre, 2022
Sala — Jimmy Jazz Gasteiz, Vitoria-Gasteiz
Fotografía — Unai Endemaño

Un lunes gris otoñal fue el día que recibió la visita a Vitoria de los californianos Deafheaven, adalides del subgénero bautizado como Blackgaze (el tema de las etiquetas se nos fue de las manos hace tiempo). Un grupo caracterizado por su potencia y agresividad, coronadas por la voz desgañitada de su líder George Clarke. Sin embargo, en su último disco hasta la fecha, “Infinite Granite”, la banda optó por un cambio de registro, aparcando casi totalmente su vertiente más metalera y potenciando la creación de atmósferas propias del dream pop.

Pero antes, el aperitivo lo sirvió el cuarteto belga Slow Crush. Comenzaron muy ambientales con la tranquila "Blue" y se mostraron más abrasivos en "Drift". La voz de la vocalista Isa Holliday se perdía entre la maraña musical, luchando por salir a flote y hacerse oir sobre los fenomenales arreglos de guitarra de Jelle Ronsman. "Tremble" ralentizó el tempo hasta casi paralizarlo, creando en mi cabeza un nuevo subgénero. ¿Dream Doom? (Buff, las etiquetas otra vez). "Aurora" se erigió como la canción más completa del set. Dulce y ensoñadora, nos invitó a levitar y a caminar entre las nubes. Shoegaze de manual ejecutado a la perfección para recordar, aún más, a My Bloody Ballantine. Con la voz de Isa cada vez más presente, la velocidad apareció en los apenas dos minutos y medio de la urgente "Swoon", para finalizar con la letanía postrockera de "Hush" y el rock directo de "Glow". Viaje a un bonito país imaginario.

Turno para Deafheaven y su propuesta mixta. Los tres primeros temas pertenecieron a su cara más relajada, con el inicio a cargo de la melódica "Shellstar", superada en intensidad por la también bastante etérea "In Blur" y, sobre todo, por una "Great Mass of Color" que sonó de maravilla y nos empezó a poner las pilas, apoyada en grandes explosiones guitarreras y en un generoso estribillo que invocó a los británicos Ride, y en cuyo final George Clarke dejó alguna pincelada de lo que se nos avecinaba. Tras haberse mostrado excesivamente afectado y pecado de cierta sobreactuación, en la cuarta canción ya no dejó títere con cabeza. Un viaje al pasado, de doce minutos de duración, que sirvió para comenzar a exorcizar los demonios que habitan el interior del atormentado cantante, y que elevó la apoteosis postmetalera hasta límites inexplorados. Los movimientos de cabeza se aceleraron y se multiplicaron entre la audiencia, esa catarsis arrolladora es lo que la gente había ido a ver. "From the Kettle onto the Coil" siguió por los mismos derroteros de desesperación descontrolada. Comienzo extremo, con un ritmo hardcore punk para dejar patidifuso al más pintado, black metal desatado y un final más progresivo, y una sensación entre el público de que ya no se podía ir más allá. Los diez minutos de "Worthless Animal" apaciguaron un tanto los ánimos. Screamo ambiental para dar forma a un lamento eterno e inconsolable, envuelto en una instrumentación muy fina, con las guitarras campando a sus anchas. Orgullosas, agudas y punzantes, materializaron su particular visión de una belleza solo posible de contemplar cuando te encuentras a las puertas del Averno. Cuando ya estábamos al borde del paroxismo y de padecer el síndrome de Stendhal, "The Gnashing" acudió al rescate con su espíritu inquietante y sosegado, al que dio continuidad el comienzo post rock de "Mombasa", composición dedicada al fallecido abuelo del vocalista, y que a mitad de trayecto tornó en otra oda al decadente sufrimiento humano.

Aún quedaba el bis, y la cosa se volvió a poner muy seria. La atronadora "Brought to the Water" recuperó la senda de los sonidos aterradores, y los chavales y chavalas de la primera fila se arrancaron con unos pogos juveniles que ya no abandonarían hasta la conclusión del concierto. El éxtasis rockero de "Dream House" finiquitó el asunto. Pogos más bestias, cambios de tercio, la sección rítmica a punto de colapsar, y el señor Clarke poniendo cara de loco, totalmente en trance, ejerciendo de siniestro maestro de ceremonias y con su garganta a punto de hacerse añicos.
Sin aliento.

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