El Barts había desplegado sus butacas en platea para recibir de forma reposada a Joan Miquel Oliver en formato trío, muy bien arropado por su inseparable Jaume Manresa a los teclados y por el batería Xarli Oliver. Llegaba el mallorquín a Barcelona con un excelente disco en el capazo, titulado “Pegasus”, que empezó a desplegar de inmediato, con canciones excelentes como la que da título al ábum, “Ecos d’ ambulàcies”, “Femurs” o “Món vegetal”. Sin embargo la interpretación de este material tan nuevo sonaba con cierta bisoñez de espíritu inacabado, como si de un bosquejo a carboncillo sobre una tela se tratara. De hecho no fue hasta que empezó a sacar a relucir su cancionero más antiguo, sobre todo el que recoge ese excelente trabajo titulado “Bombon Mallorquín”, que la cosa empezó a coger la volada que un autor de su calibre y delicadeza merece y precisa. Canciones como la bella y delicada “Dins un avió de paper”, la más cándida “Final Feliç” o ese clásico de su cancionero que es “Polo de llimona” si aunaron con un bonito lazo multicolor la magia del universo onírico y lírico de Joan Miquel con un desarrollo instrumental preciosista, y ese aroma de tropicalismo mediterráneo que tan bien le sienta a su propuesta.
Podemos hablar, por tanto, de dos partes muy diferenciadas de su puesta en escena. Un tembloroso inicio con su material más nuevo, y un rotundo tramo final que despertó a una platea que, con sus entusiasmados aplausos, obligó al artista a salir en tres ocasiones para los correspondientes bises. Y es una lástima pues una mayor combinación de su material, no relegaría tanto al papel de piezas de calentamiento a sus nuevas composiciones. Unos temas que deben ir ganando esa seguridad que ahora, con su ubicación inicial, se les niega.
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