El irlandés fue el nombre perfecto encargado de cerrar la temporada del ciclo de conciertos celebrados en el jardín de la Complutense, bajo una espléndida luna llena. De nuevo, un entorno privilegiado y agradable para disfrutar de la música en las noches del verano. Una selección de artistas tan heterogénea como atractiva que, sumada al frescor de la arboleda, ha culminado con récord de asistencia. No es de extrañar que la nueva grada y la pista se llenaran por completo en muchos de las actuaciones. Fue el caso del de Damien Rice, que se prodiga tan poco en lo discográfico como en persona, y que dio un recital mágico, con unos niveles de intimismo e intensidad emocional poco frecuentes, menos en grandes recintos. El público respondió con un silencio escrupuloso, roto puntualmente en los momentos en los que el irlandés invitó a los asistentes a cantar o a dar palmas en temas como “Volcano”. Y aquello no sonó forzado o cursi.
Curiosa trayectoria la del de Dublín, quien cuenta en su haber con sólo tres álbumes en una carrera que se remonta más allá de las dos décadas: el último y celebrado “My Favourite Faded Fantasy” ya queda muy atrás, como él mismo reconoció pidiendo disculpas un poco de broma por girar sin disco nuevo…Pero Rice lleva en la sangre la rica tradición de su país, además de evocar a gigantes de la sutileza y la poesía musicada en su forma más noble, como el malogrado Jeff Buckley, Nick Drake, Lloyd Cole o Leonard Cohen (no es casual que sonara en el hilo musical antes de la actuación), con algunos toques contemporáneos que no llegan a hacerse empalagosos, y momentos de feroz intensidad. Palabras mayores, pero nuestro hombre ha nacido para esto. Crítica y público agradecen su poder de comunicación innato y entienden que en no pocas ocasiones menos es más, de modo que no le reprochan su anémico ritmo productivo. Como admitió él mismo con gratitud, se acuerdan de él. Rice, que no tira de set list, va improvisando al repertorio sobre la marcha. Todo forma parte de un modo de hacer las cosas que parece casual y caprichoso, pero en el que hay un poderoso ritmo interno.
Nada más salir, se gana al público sentándose en el borde del escenario y contando una historia que culmina en una explosión de humor gamberro inconfundiblemente irlandés, antes de interpretar “The Professor & La Fille Danse”. Sí, por si fuera poco, Rice tiene una gracia natural para el humor negro, y le reprocha a los que se levantan a la cuarta canción que él no necesita ir al baño…Pero no abusa de las explicaciones, las canciones se explican por sí mismas en un inglés exquisito con dulce y clarísimo acento irlandés. La puesta en escena es eficazmente austera -varios viejos focos de cine, un piano-, y el compositor cuenta con el apoyo puntual de la cellista y cantante brasileña Francesca Barreto, cuyo estupendo trabajo complementa exquisitamente las guitarras y la aparentemente infalible capacidad vocal del artista. Rice desarma con canciones en las que el desamor descarnado se convierte, como lo es en las canciones de sus maestros, en forma de arte. “Nos estamos muriendo en este momento, así que más vale aprovechar y hacer algo distinto”, anuncia con fatalismo celta invitando al público a dejar sus asientos y acercarse al escenario. Después pide si queremos una canción “triste, deprimente o furiosa”, y acaba tocando una “triste y furiosa”, encadenando las tremendas “9 Crimes” y “Rootless Tree” (“si me odias, ódiame tan bien como para dejarme fuera…”) ya dentro del bis y con el piano.
Un pequeño incidente con el cello, que deja de sonar en una de ellas, no empaña una parte final en la que el compositor saca a relucir su parte más teatral mientras apura una botella de vino. Incluso presentó un tema nuevo que a buen seguro formará parte del nuevo disco que empezará a grabar nada más termine esta gira, según anunció. Lo mejor de todo es que habrá nueva excusa para disfrutar de su magisterio (y su gracia) sobre el escenario.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.