Recién llegados de México donde el público es más entusiasta y todo resulta más padre, llegaban Cuchillo con los efectos del jet-lag y unas cuantas anécdotas que contar a sus nietos cuando sean mayores. Lo hacían para presentar, por fin en Barcelona, su segundo largo de título “Encanto”. Y no se me ocurre un lugar mejor para hacerlo que el Music Hall de la Rambla de Cataluña en una noche auspiciada por el Live Circuit de Budweiser.
Un concierto que no deparó sorpresas, pues no son Cuchillo ese tipo de banda de actuaciones muy diferentes entre sí. Quién los haya visto en directo, sabe de lo que estoy hablando. Música hipnótica basada en los drones repetitivos que van tejiendo atmósferas bajo un mantra espectral no exento de cierto orientalismo. Y la verdad es que a la hora de generar un poder hipnótico y sedante entre el respetable lo consiguen, aunque si hay que sacarle algún pero a su propuesta, uno echa a faltar algo de mala leche y alguna salida de tono que vaya más allá de incorporar, en la recta final del bolo, un saxo que vaya dando pinceladas jazzies al cadencioso devenir de las canciones de Cuchillo. Cosas como la preciosa versión del “What Are Thay Names” de David Crosby cantada a capella, que se acaba convirtiendo en uno de los mejores momentos de un show que te cautiva pero no acaba de hacerte prisionero. Y no lo hace porque hay cierta linealidad en la música de Cuchillo que, sin llegar a ser monótona, provoca que la repetición de estructuras pidan a gritos algún roto. Un descosido experimental o ruidista que provoque tal pasmo que tu culo aterrice de golpe de la nube gris en la que te han elevado. Es loable querer hacerlo bonito, intenso, incluso que por momentos parezca que puedes llegar a tocar las notas con la punta de los dedos, pero también es necesario cambiar de registro, romper el letargo, ensuciarte y mostrar la cara oculta del sueño: la pesadilla.
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