Viernes 8 de junio
Mucho se había especulado acerca del primer festival de música electrónica de la capital antes ni siquiera de hacer público su cartel. “¿El Sónar en Madrid?”, “¿el primo clubbing del Mad Cool con un line up encaminado a agradar a diestro y siniestro?”, “¿la regeneración de los hermanos Morán hacia una programación contemporánea y de ‘nombres pequeños’ que visa también dentro de nuestras fronteras?”.
El pasado fin de semana, madrileños y gente de otros puntos de la piel de toro –cabe destacar una importante presencia de público francés–, al fin pudimos adivinar de qué se trataba esta nueva enmienda que tanto interés y escepticismo había suscitado desde su anuncio –qué digo–, desde que, se supone, era un nuevo proyecto “secreto”.
Las puertas del Complejo Deportivo Cantarranas del Campus de la Universidad Complutense se abrían hacia las 21:30, hora y media más tarde de la hora prevista, como consecuencia de los estragos provocados por la lluvia. El primer corte de Kelly Lee Owens sonaba al tiempo que las colas se despejaban a la entrada, lo que no impidió que muchos se quedaron sin oír los primeros veinte minutos de concierto. La galesa era una de las grandes esperadas por muchos quienes acudieron a primera hora –estamos en España y, como saben, aquí las primeras horas no existen–. No obstante, la sensibilidad vocal de la protegida de Daniel Avery y un live in crescendo y envolvente –gracias en parte a unos visuales que acompañaba con soltura la maquinaria sonora– consiguieron en poco tiempo convencer a todos los que ya merodeaban por el complejo a acercarse a escuchar a una de las pocas artistas femeninas que figuraban en esta edición. A medio caballo entre una Björk en la era del ‘Debut’, y una Ellen Allien nutrida a base de shoegaze y Rachmaninov, y con un actitud entregada como pocas, la autora de uno de los álbumes del año logró meternos a todos en el bolsillo. Pocas veces sientes estar en el lugar correcto y esta fue una de ellas.
HVOB era otro de los grandes nombres de la noche. Con una dialéctica entre el deep techno y un elecropop nostálgico y preciosista, los austriacos Anna Müller y Paul R. Wallner ofrecieron, acompañados de un baterista, un live efectista y del lado de la electrónica festivalera, heredera –y digna sucesora– de bandas como Royksopp o incluso Booka Shade. La puesta en escena, minimalista y cimentada en juegos con luces y humo, no restó ni un ápice de interés a una propuesta que se crecía con un público entregado y entusiasta, aunque por momentos fuera casi imposible oír la voz de Müller.
Con un liveset menos convencional y acompañado de un vocalista se presentó en Paraíso el mítico productor de house de Chicago, Larry Heard aka Mr. Fingers, Alrededor de una hora, el ex líder de Finger Inc., hizo bailar al público con un dinámico tracklist que incluía la mayoría de temas de su nuevo trabajo ‘Cerebral Hemispheres’ (2018), y que oscilaba entre un house old school altamente adictivo aderezado con elementos deep y unos visuales de lo más psicodélicos. Era fácil imaginarse a los Club Kids bailando a tu lado ataviados con pelucas y plataformas.
El revival de los 90 más alocados y salvajes de Heard se esfumó en cuestión de segundos con las primeras notas de Kiasmos, uno de los conciertos más esperados de la noche.
La dupla compuesta por los productores Ólafur Arnalds and Janus Rasmussen, dicen, no decepciona en directo. Y así fue. Su set, calculado al milímetro y sin un ápice de margen de error, fue uno de los grandes momentos de la noche. Complacientes, sumamente compaginados y con un sonido potente y embriagador, los islandeses trajeron a la pista de baile un recital preciosista en clave tecno que, si bien por momentos, preso de tamaño perfeccionismo, resultaba carente de factor humano, atrapó a los asistentes en una órbita de buen rollo y excitación, ideal para seguir la fiesta en el resto de escenarios y tener la sensación de haber amortizado la entrada al festival.
Sábado 9 de junio
El cartel del sábado prometía y —lo mejor— el tiempo estaba de nuestra parte. Las hermanas franco-cubanas Lisa-Kaindé y Naomí Díaz, más conocidas como Ibeyi, se ocuparon de abrir la jornada con su singular y alegre propuesta. Las hijas del cubano Miguel “Angá”Díaz, percusionista de Buena Vista Social Club, deleitaron a un público que se iba creciendo a medida que se sucedían los temas de sus dos sobresalientes álbumes “Ash” (2017) e “Ibeyi” (2015). En cuestión de una hora y pico, el festival se convirtió en ese edén del buen rollo y la complicidad que promete desde su nombre. Con una ejecución vocal e instrumental pasmosa y de un destacado virtuosismo (ver a Naomí tocando el cajón es toda una experiencia), Ibeyi demostraron que en la música y la cultura nadie todavía ha conseguido colocar barreras. Elementos electrónicos, ritmos cubanos y guiños a otras músicas del mundo se fundían con letras en castellano y en yoruba, repuntes de jazz urbano y reivindicación hip hop. Su constante interacción con el público, que les hizo de coristas en más de una ocasión, y sus alusiones a la situación política global –con un speech sampleado de Michelle Obama incluido–, hizo que todos los allí presentes deseáramos que aquel momento durara para siempre… hasta que llegaron tUnE yArDs.
El proyecto de Merrill Garbus fue probablemente uno de los que contaban con un espectro mayor de fans entre el público más popero. Por mucho que sus componentes se esforzaban por hacer de su concierto una especie de ritual ancestral (o una batucada en Caños de Meca…), lo cierto es que la propuesta, que por momentos hacía pensar en unos Chk chk chk (!!! ) venidos a menos, no llegó a convencer a quienes previamente no los tenía demasiado controlados. Por suerte, poco después le llegó el turno a Floating Points. Esta vez sin banda. Solo, con un liveset con el que demostró una vez más que es uno de los músicos más completos y con con más talento sobre la faz de la tierra. Electrónica con alma que avanzaba demoledora como destellos de una tormenta en la noche. Una lástima que los visuales que acompañaban no estuvieran a la altura de tamaña experiencia, más propios de Windows Media Player que de un concierto de una de las piezas claves del puzzle de la música contemporánea.
Y al fin ella. La más esperada del sábado y una de las cabezas de cartel de la primera edición de Paraíso: Roísín Murphy. “Ha estado floja”. Este fue uno de los comentarios que más se oyeron en los minutos posteriores a su show. Y hay algo de cierto en estas palabras. Si bien la voz de la ex Moloko sigue intacta y ella hizo todo lo posible por entretener al público a base de cambios de ropa in situ (nada de entrar y salir del backstage), con algunos looks imposibles que incluyeron hasta un muñeco-bolso hinchable plateado, el debut de su gira en España no fue lo que sus fans esperaban. Pero, ¿cuál fue el problema? Probablemente el hecho de que apostara por un repertorio enfocado en los temas de sus últimos discos –más experimentales y menos efectistas que sus anteriores, sobre todo cuando se trata de un concierto ya entrada la madrugada–, huyendo de los grandes hits que han hecho de ella uno de los nombres imprescindibles de la vanguardia sonora. Eso y cierta desgana en sus paseos por el escenario (ella misma pareció reconocer entre bambalinas no estar contenta con el show). El apoteósico final con ‘Sing It Back’ casi salva un concierto que seguro no pasará a la historia de la música, pero que al menos nos hizo sentir a los allí presentes parte de nuestro tiempo.
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