Una vez más se constató que la fórmula empleada por el festival barcelonés Cruïlla funciona, y lo hace evitando caer en la tónica de buena arte de las grandes citas barcelonesas. Desde sus inicios, se ha tratado de un evento que apuesta por la diversidad estilística, que busca un perfil de público lo más local posible y que apuesta en sus carteles por combinar nombres locales con propuestas internacionales para audiencias populares. De ahí que, este año y en un mismo cartel, pudiéramos pasar de Funzo & Baby Loud a Oscar D’León, y de Avril Lavigne a Aurora, por citar únicamente unos pocos nombres. Las dos primeras jornadas, eso sí, han buscado una vez más ceñirse en la medida de lo posible a cierto tipo de espectadores: miércoles al urbano entendido con amplitud, el jueves al baile desde lo festivo, léase desde ritmos latinos al despiporre de Ladilla Rusa.
Jueves 11 julio
Una vez más, el festival redondeó para la jornada del jueves un cartel de lujo con lo latino como eje central. A Chucho Valdés le tocó la siempre comprometida apertura del festival y al frente de su Steinway y de su remodelada banda Irakere 50, dio inicio a esa jornada a la que el Cruïlla nos tiene ya acostumbrados. Aunque esa latinidad no pasaba por reivindicar el reggaeton, sino otros géneros quizás con más enjundia. No era para menos tener sobre el escenario a un grupo que añadía ese “50” a su nombre por todos esos años que llevan en activo y que les ha permitido contar con ilustres como Paquito de Ribera o Arturo Sandoval. En el Cruïlla, su jazz latino sonó con precisión desde ese inicio con los tambores Batá, a momentos de lucimiento de cada uno de los virtuosos músicos. Estuvo, por ejemplo, tremendo Horacio “Negro” Hernández en su batería a la hora de encarar la versión instrumental del clásico “Stella By Starlight”, rebautizado como “Estela va a estallar”. También animaron al baile con “Por romper el coco”, “Lo que va a pasar” o con el clásico “Bacalao con pan”. Ahí dejaron el legado de Chucho Valdés en un concierto que quizás se hubiera disfrutado más en un Auditorio. Grupo Niche actuaron tras la descarga de Chucho Valdés, pero no fue un problema. Hablamos de una macro orquesta –con cuatro cantantes– acostumbrada a la misión de romper caderas con su romántica salsa colombiana. También venían celebrando, en este caso los cuarenta años de su tema más emblemático “Cali Pachanguero” y la mayoría de público de su país se sintió como en casa. Algunos problemas de sonido –sobre todo ese bajo saturado– impidieron disfrutar la actuación como se merecía, pero con “La negra no quiere”, “Una aventura” o “Hagamos lo que diga el corazón” demostraron que salsa es el mejor sinónimo de fiesta. Y obviamente no faltó “Cali Pachanguero” como homenaje al maestro Jairo Varela, fundador de la banda.
La puertorriqueña Olga Tañon ofreció un show muy al “estilo Miami”, respaldada por una gran banda con hasta diez bailarines, cambios de vestuario, pirotecnia, humo... grandes herramientas que no consiguieron eclipsar su dominio del escenario y su indiscutible poderío vocal. Su dinámica mezcla de merengue, vallenato, salsa y pop latino, también fueron ideales para demostrar lo aprendido en las clases de baile. Aunque sus letras hablan de amor y desamor, también hay lugar para el empoderamiento femenino y el optimismo. Por si no hubiera suficiente, se desenvolvió como un verdadero torbellino cuando arremetió con un medley de la gran Celia Cruz con “La vida es un carnaval” incluida. Antes de empezar, esa leyenda llamada Oscar D’León ya tenía a numeroso público esperándole frente al escenario, así que cuando se lanzaron unos pequeños fuegos artificiales y una voz en off anunció que iba a aparecer en escena todo el público que quedaba en el recinto –exceptuando a los acólitos, que eran bastantes, de Ladilla Rusa– se rindieron a los pies del maestro. Además era el día en que el “sonero del mundo” cumplía ochenta y un años, así que la fiesta fue redonda. De nuevo hubo que ponerse el traje de baile, en esta ocasión, para la salsa brava de este veterano venezolano que mantiene su capacidad vocal intacta. Sonaron “Melao de caña”, “Detalles”, “Frenesí”, “Llorarás”, “Que bueno baila usted” y una ristra irresistible de hits para el amante de estos ritmos. La sorpresa del día, para quien no la conociera, fue Bia Ferreira. En la pequeña carpa Johnnie Walker, la activista brasileña ofreció un tremendo concierto y no por su espectacularidad, sino simplemente con su palabra y su revulsiva música. Se presentó en trío, ella a la guitarra y su poderosa y modulada voz, más batería y bajo. Todo junto le dio un acento muy funk. Hizo que t odo el mundo coreara “Diga não”, “A conta vai chegar” o “Sharamanayas”, como si del coro de su iglesia se tratara, consiguiendo una conexión con el público realmente impresionante.
En otro registro, la actuación de Albert Pla & The Surprise Band se produjo entre los grandes nombres de la música latina que actuaron el jueves, pero su propuesta reunió a numeroso público que en su mayoría sabía lo que iba a ver. Su nuevo espectáculo que celebra los veinticinco años de la edición del “Veintegenarios en Alburquerque”, está pensado para lugares donde el público pueda moverse, así que fue perfecto para este ecléctico festival. Salió primero él solo, ataviado con su vestimenta habitual, con la guitarra eléctrica al cuello y cantó “Antonia Font” y con todo el mundo coreándolo. Se presentó: “Soc l'Albert i vinc a cantar cançons”. Pero no venía solo. Judit Farrés a los teclados y samplers, el gran Diego Cortés a la guitarra y el trío femenino La Prenda Roja, cantando bailando e interactuando con él. Dieron un recital con temazo tras temazo: “Marcelino Arroyo del Charco”, “Carta al Rey Melchor”, “La dejo o no la dejo”, o esas versiones que ha hecho suyas “Pepe Botika” “Soy Rebelde”, “El lado más bestia de la vida” o el reciente y mordaz “Experiencia religiosa”, todo con ese particular aire rumbero. Si ha montado esto para que la gente lo pueda bailar, lo consiguió de pleno. Porque “no solo de música latina vive el hombre”.
Rayden
Viernes 12 julio
El viernes se iniciaría con unos jóvenes Malmö 040 que han echado mano de su frescura y su desparpajo para convertir lo que podría ser una simple banda de instituto en un grupo que, poco a poco, va consolidándose entre ese pop que no le hace ascos a la comercialidad y que tan pronto se permite echarle guiños al pop catalán como a la canción melódica italiana. Jugaban en casa y, en el Cruïlla, doblemente en casa. Empezar prácticamente la jornada con Depedro, te deja el cuerpo con una alegría vital excelente para afrontar lo que queda de día con la moral alta. Lo hemos dicho en anteriores ocasiones, pero sus conciertos son siempre garantía de éxito. Lo demostró incluso hace dos años en este mismo festival y lo subrayó una vez más. Como dijo Jairo Zavala nada más empezar: “se trata de ir sembrando semillas y a veces florecen”, y ante todo el público tempranero del festival, tocaron la tranquila “La Siembra”, de su nuevo disco “Un lugar perfecto”. Las vitales “Nubes de papel” o “Déjalo ir” ya fueron coreadas y bailadas. Pero también esas nuevas como “Ojalá el amor nos salve”, “Coreografía” o “La Gloria”. A medio concierto se bajaron todos para compartir con el público el clásico “El Pescador”. A destacar la intensa “Noche oscura” con esa letra tan certera (que grabó junto a Leiva). Se despidieron con “La llorona” convertida en karaoke y con la festiva “Mañanita”. En el escenario Johnny Walker, el dúo tiktokero Eva Sola –convertido en cuarteto con una guitarrista y una batería– convenció a quienes se acercaron a verles gracias a un set amable y que se acomodó perfectamente en la carpa.
Actuando en el Cruïlla, Shinova se confirmaron dentro de la liga de bandas que se reivindican en los festivales. Presentaban su quinto disco, “El presente”, que copó prácticamente todo su set. Destacaron sus potentes “Alas”, “Lobos” o “Movimiento”, con final vibrante y con toda la banda rodeando al batería. Acompañados por un buen número de público, acabaron con los efectivos “Que casualidad”, “Te debo una canción” y “La sonrisa intacta”, que visto como se corearon, se puede decir que ya forman parte de sus temas clásicos.
David Martínez Álvarez es Rayden. Por lo menos lo lleva siendo un largo tiempo, aunque a punto de volver a ser David tras acabar con esta gira de despedida que le está llevando por toda la geografía estatal. Respaldado por su habitual banda, un puñado de virtuosos en lo suyo que llevan muchos tiros dados y que, sobre el escenario, suenan como una banda de crossover de los noventa a pleno rendimiento. “No hago rap”, canta Rayden mientras viéndole nuevamente en escena uno entiende perfectamente que es lo que quiere decirnos.
La belga Selah Sue se ha tomado su carrera discográfica con cierta calma –tres álbumes en algo más de una década–, pero con mucha cabeza. Una cabeza que se nos antoja privilegiada, porque pocas veces nos encontramos ante una artista que tan pronto brilla cantando acompañada únicamente por su propia guitarra ejerciendo de modern folk singer como cuando capitanea una formación de músicos solidísimos mientras baila y capta toda la atención del público al mismo tiempo. Escuchándola en disco se disfruta, pero viéndola en escena es cuando se entiende que el mismísimo Childish Gambino se brindase a cantar con ella en “Together” hace casi una década.
La actuación de Luke Pritchard y sus The Kooks no brindó sorpresas. Quizás sea porque sabemos que siempre defienden más o menos bien su propuesta, sin altibajos, sin grandes picos, o quizás por el hecho de que más de medio set estuviera formado por canciones de su exitoso “Inside In/Inside On” (06). Podríamos tirárselo en cara, pero atendiendo a los repertorios de buena parte del cartel su apuesta resulta de lo más entendible. Y qué narices, cantar con ellos “Ooh La” o “She Moves In Her Own Way” siempre está bien. Algo similar a lo ofrecido por Kasabian, aunque estos últimos sepan tomar más riesgos con respecto a su repertorio y a su sonido.
Avril Lavigne
Han sido necesarios casi veinte años para volver a ver a Avril Lavigne en Barcelona. Aunque la mayoría la recuerde como la eterna adolescente con zapatillas y skate bajo el brazo, hubo un tiempo en el que Avril Lavigne intentó encontrar su sitio (sin demasiado éxito) en un pop más maduro en el que pudiera crecer a la par que sus fans. Porque desde el principio Avril Lavigne era muy punk para el pop y muy pop para el punk. Cuando el destino de Avril Lavigne parecía llevarla a ser un artefacto nostálgico más, sucedió algo que hubiese sido impensable hace unos años. Toda una nueva generación de estrellas pop como Olivia Rodrigo y Billie Eillish la reivindicaban y elevaban al estatus de referente, y aunque nunca formó parte de la escena pop punk de los dosmil como tal, Avril Lavigne decidió reescribir su historia trabajando en sus últimos álbumes con Travis Barker y otros habituales de la escena. Pero vayamos a su actuación. Sobre el escenario dos grandes corazones con calaveras, monitores rosas y una introducción que nos muestra todas estas “eras” de la canadiense para desatar la euforia (confeti incluído) con “Girlfriend”. Avril Lavigne interpreta el papel de eterna adolescente a la perfección: saltos, poses, un maquillaje espectacular que se queda reducido a eso: un papel a interpretar. Hay algo en esa mezcla de euforia y nostalgia que cuesta vivir como algo genuino, una sensación que se multiplica por momentos con las miradas perdidas de la artista. Pero, si jugamos a suspender la realidad, veremos un show muy distinto en las primeras filas. Fans extasiados ven el símbolo convertido en una persona de carne y hueso cuando consiguen abrazarla en el momento que baja a primera fila a corear con ellos, de los que elige a tres afortunados para subir al escenario con ella para cantar “Sk8er boy” y regalarles una tabla de skate firmada. Y justo en el momento en el que más de un asistente piensa eso de “como me sabía esta canción con doce años” llega el bis con “Head Above Water”, uno de los pocos temas que difieren de un setlist marcado por sus dos primeros discos. “Head Above Water” es la canción con la que Avril Lavigne regresaba en 2019 después de unos años sufriendo la enfermedad de Lyme, una balada con toques de pop cristiano y todos los clichés imaginables sobre mantener la fe y la resiliencia. Temas que empiezan a romper esa ilusión de tiempo suspendido, algo que la mayoría de asistentes empiezan a percibir y empieza el éxodo de escenario tres temas antes del final. Porque empezaba Amaral, y Amaral a día de hoy continúan siendo mucho Amaral. Lo demostraron una vez más en un concierto que, para lo bueno más que para lo malo, no tuvo prácticamente sorpresas. La entrega de Eva, Juan y los suyos fue la de siempre y la batería de canciones para corear también.
Pero seríamos injustos si dijésemos que la jornada no nos brindó sorpresas, porque eso es precisamente lo que fue el concierto de unos Maestro Espada que han hecho crecer su propuesta de una forma increíble. Esta vez, Alejandro y Víctor Hernández no iban a estar solos en escena, ni nos dejarían con la sensación de que a su puesta en escena le faltaba algo. Más bien al contrario, los murcianos ofrecieron uno de los conciertos más intensos y especiales de esta edición. Ya desde el inicio, respaldados por Raúl Frutos (de Crudo Pimento, quien permanecería acompañándoles toda la actuación) y Pau Vallvé a las baterías, su folk electrónico y vanguardista se creció tomando matices de tribalismo, rock industrial o electrónica oscura minuto a minuto. Invitaron a David Ruiz (La Maravillosa Orquesta del Alcohol) a cantar con ellos, versionaron en clave casi metal el popular “Maquillaje” de Mecano (mucho más dura que la toma de estudio para la banda sonora de la serie "Reina Roja”), bordaron recién estrenada “La despedía” y nos erizaron el vello cuando, acompañados por el Cor del Conservatori Liceu (dirigido por Ricard Oliver), encararon la parte final de una actuación que cerraron dejándonos boquiabiertos con una “Mayos” francamente mágica.
The Smashing Pumpkins
Sábado 13 julio
La media tarde del sábado le sentó de fábula al sexteto de Tucson Calexico. Aunque el guitarra y voz Joey Burns y el batería John Convertino son el alma del grupo, siempre se han rodeado de unos virtuosos músicos multiinstrumentistas. Hubo teclados, percusiones, trompetas, guitarras, acordeones, coros o incluso primeras voces conformando una banda compacta y cómplice. Abrieron con el “El Mirador”, tema que da título a su último disco, seguido de la “Cumbia del polvo” y de “Then You Might See”, tres canciones que muestran esa desértica, pero rica frontera musical entre la que se mueven. Así mismo celebraron también el veinte aniversario de “Feast Of Wire” con “Black Heart”, “Pepita” y un soberbio “Not Even Stevie Nicks...” que como siempre unieron al “Love Will Tear Us Apart” de Joy Division.
Marala se declaran folklóricas y modernas, aunque diría que ya pesa más el segundo adjetivo que el primero. Casi nada más empezar interpretaron el arrebatador y punzante “Estic antiquà”, toda una declaración de intenciones. Y fue de agradecer que montaran un “espectáculo” especial para la ocasión. Así que en “Copeo traidor” invitaron a Maria Hein. En “Canción de Varear” fueron el grupo de percusiones La Peñaparda, con sus correspondientes panderos cuadrados, quienes les acompañaron. En su particular “Ball del vetlatori” fue un numeroso coro. Y en “El desich” un cuerpo de baile. O sea que pasaron del baile más oscuro, “Testament”, a la celebración más festiva, “Entre carn i os” de la mano de Pello (Zetak). De la delicadeza extrema, con “Ramo verde”, al cierre con el festivo “Disimula” y todas sus colaboraciones celebrando con ellas el gran bolo que nos regalaron.
Existen dos Johnny Marr. Uno el que actúa en salas y parece sentirse más orgulloso de su repertorio más reciente; otro el que es totalmente consciente de que en los festivales la gente quiere mambo. Y ese mambo significa que quienes le han seguido de cerca agradeciesen ese inicio con “Armatopia” y quienes le disfrutan tangencialmente por su carrera en The Smiths diesen el concierto por iniciado con “Panic”. A partir de ahí, los primeros disfrutaron porque se asume que les encanta el legado de Marr en The Smiths e incluso en Electronic (sonó “Get The Message”, como homenaje a Pet Shop Boys, dijo el guitarrista), pero la partida la ganaron los segundos puesto que prácticamente el cincuenta por ciento del set fueron clásicos atemporales de The Smiths –con Marr cantándolos con solvencia, claro está–. ¿Pero quién, sea más fan o menos, le va a hacer ascos a “This Charming Man”, “How Soon Is Now” o “There Is A Light That Never Goes Out”? Lo de la versión de Iggy Pop se entiende menos, pero en los festivales todo está permitido.
Años atrás, los alemanes Seed dejaron muy claro en este mismo festival por qué motivos son un nombre imprescindible y respetadísimo en su país. Ahora le tocaba el turno a Peter Fox, pieza clave de aquellos y un artista capaz de levantar cualquier noche con un repertorio que apenas nadie podía cantar –por la barrera idiomática– , pero que se nos metió dentro a base de ritmos jamaicanos con rap, drum’n’bass y electrónica de por medio. “Love Songs” es un gran disco, pero Fox y su banda se crecen todavía más cuando lo interpretan sobre el escenario. Uno de los conciertos de la jornada, y eso que quedaba una buena traca por delante.
Seamos claros. A estas alturas de la historia, casi todos sabemos lo que vamos a encontrarnos en un directo de Pet Shop Boys, tanto en la puesta en escena –con cambios, siempre están ahí los looks imaginativos y chillones, las proyecciones, e incluso una banda de percusiones y sintetizadores que les refuerza durante la segunda parte del show– como en el repertorio. Pero ojo, que nadie entienda eso como algo negativo. Más bien al contrario. Las actuaciones de Neil Tennant y Chris Lowe son como volver a casa de vez en cuando. Tennant ha perdido voz, aunque no carisma. Chris Lowe, pues como siempre, discreto y marcial. Pero es empezar con su inmensa batería de hits y ya no hay nada más en lo que pensar más allá de dejarse llevar. “Suburbia” para empezar y “West End Girls” y “Being Boring” para acabar, con casi todas las esperadas de por medio. Ellos no acudieron a Electronic, pero sí que generaron una situación curiosa, que U2 sonasen en dos ocasiones en una misma noche en el marco del festival. La primera a través de su “Where The Streets Have No Name (I Can’t Take My Eyes Off You)”, la segundo vía The Smashing Pumpkins con su ya habitual relectura eléctrica del “Zoo Station” de los de Bono. Y ya que estamos con The Smashing Pumpkins, Billy Corgan y los suyos también echaron mano de un repertorio más bien festivalero, algo que tampoco podemos echarles en cara. Quizás su problema fue más que no consiguen sonar tan compactos como sus canciones merecerían. Aunque no se trata de algo de ahora, sino que en cierta manera siempre ha sido así. Es posible que sea porque Corgan es un tipo muy particular y el resto de la banda debe siempre adaptarse a su ritmo y a sus intenciones. En todo caso, en una actuación en la que estuvieron “Today”, “Tonight, Tonight”, “Ava Adore”, “Disarm”, “Bullet With Butterfly Wings”, “1979”, “Cherub Rock” o “Zero”, solamente puede decepcionar si el resultado hubiese sido un desastre. Y es obvio que no lo fue. No fue una noche histórica, pero sí fue suficiente para que sigamos pensando que la próxima vez volveremos a ir a verles.
Aunque algo eclipsados por los nombres principales del cartel, no podemos dejar de citar las actuaciones de Aurora –por enigmática y por su puesta en escena cuidada y sutil– y el de Xarim Aresté –por todo lo contrario, eléctrica y muy sudorosa–.
Es de recibo apuntar que buena parte del público estaba esperando la actuación de Oques Grasses en su gran concierto festivalero tras publicar “Fruit del deliri”, un trabajo en el que dan un paso más allá con su propuesta. Y los catalanes no decepcionaron ni a los curiosos –su show está ahora mismo a la altura de los artistas internacionales– ni a los adeptos a la causa –la electrónica ha ganado espacio, pero el espíritu festivo de siempre sigue ahí–. Les dio tiempo a interpretar una larga lista de canciones –lo siento, perdimos la cuenta rápido–, pero que en un mismo repertorio puedan convivir “Molta tralla” o “Com està el pati” con “La gent que estimo” o “De Bonesh” es buena señal. El suyo fue un concierto de comunión ideal para, aunque fuese injusto para Chk Chk Chk, ideal para dar por cerrado el festival.
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