Noche de sábado de sonidos incómodos y crudos en la sala Niágara con un cartel doble local y vecino. Abrimos boca con los locales Emilio Manso, una banda que no se prodiga demasiado y que siempre es un placer escuchar. Probablemente esta es una de las varias razones por las que llaman la atención y atesoran ese puntito inquietante que siempre es un plus. El otro tiene que ver con su música que no le va a la zaga. Sus directos están tan cargados de sonidos severos y actitud pertubadora que te dejan con esa sensación tan complicada de encontrar hoy en día de cero artificio. Cuando uno les ve tiene la sensación de verdaderos ochenta nada impostados. Auténticos supervivientes de una época que hoy en día se erige como faro de muchas de las cosas que aún están por ocurrir y no me refiero a las camisetas de turno de las tiendas de moda.
En lo musical, su directo es tremendamente disfrutable para fans de ritmos espartanos y oscuros en la onda de Joy Division (“Bucle interminable”, “Mi vida sin ti”), Bauhaus (“No paras de preguntar”) o Lagartija Nick (“Lo que quiero decir”) por poner tres ejemplos más o menos cercanos. No se me ocurre una banda local que se maneje en coordenadas (relativamente) más parecidas al bueno de Pablo und Destruktion para esta noche.
El asturiano es viejo conocido y es habitual verle por la tierruca cada poco tiempo. Aun así, pese a la familiaridad y la habitualidad, cada noche con Pablo es diferente y en cada concierto la destrucción se acomete desde una perspectiva diferente. No hay dos iguales. Independientemente del formato esto es así. La noche que nos ocupa acudió al Niágara en formato dúo acompañado por un batería. Pasada ya la hora de las brujas se pusieron el mono de trabajo y a reventar la sala. La noche ya no estaba para andarse con medias tintas. “Puro y ligero” sonó aún más llena de rabia y sangrante, como una expiación. Ciertos problemas con el bombo de la batería parecían llevar al traste el ritmo del recital, pero nada que Pablo no pueda abordar con una verborrea y discurso únicos. “Mis animales”, “La extranjera” o “Busero español”, tres de los temas que interpretaron siguieron en la tónica exaltada y exultante, con un frontman director de orquesta y hombre ídem, marcando el ritmo y haciendo y deshaciendo a su antojo.
Para finalizar, canciones para cortejar –a su modo, claro-. Ya era hora para ponerse al tema antes de que fuese demasiado tarde que no quedaba mucha noche y en definitiva es lo que tiene que hacer un buen galán. Alguien con tamaña presencia y fuerza escénica lo tiene mucho más fácil, todo hay que decirlo.
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