Este 2021, tan raramente especial, corona al Festival Phe como uno de esas citas singulares a nivel nacional. La sexta edición ha dejado al público ansioso al nivel de la penúltima temporada de Game of Thrones: ¿Qué pasará en la siguiente? ¿Qué más puede pasar? Los directores de esta saga saben que aún queda mucho por llegar, y los espectadores nos morderemos las uñas marcando en nuestra agenda una cuenta atrás hasta el verano 2022.
Que la música es una de las cosas de las que los seres humanos no pueden prescindir es algo que quedó claro en los inicios de la pandemia que nos ha cambiado la vida a todos. Fueron los músicos quienes primero se lanzaron a ofrecer un respiro cultural a través de las redes y que la gente estaba ávida de devolverles la visita estaba claro desde los primeros valientes recitales que abrieron sus puertas. Y valiente, justamente, es la palabra que se nos ocurre para describir el Phe Festival, a estas alturas un clásico del estío de Puerto De la Cruz, en Tenerife, y el único festival de verano que se ha celebrado dos años consecutivos en estos tiempos extraños que nos ha tocado vivir. Una organización impecable con las normas sanitarias ha conseguido, una vez más, demostrar que sí, que la cultura es segura, aunque probablemente pase aún algún tiempo hasta que podamos volver a vivirla como antes. Mientras, en sus redes sociales, Phe Festival tiraba de humor y sarcasmo para explicar las normas a seguir, las restricciones impuestas y para invitar a los asistentes al optimismo y a la fiesta con el hashtag #DisfrutenlasMolestias. Querían gente Pheliz y estaban dispuestos a todo por conseguirlo.
Lo que en tierras peninsulares llamaríamos “un sol de justicia”, aquí lo expresan, con cierta resignación, con la exclamación “chiquita solajera”. Y así abrían las puertas del recinto, con el implacable astro sobre las cabezas de quienes pacientemente hacían cola para reservar las primeras butacas, un sitio que, dando fe de la exquisita organización, conservarían durante todos los conciertos de las dos jornadas, aunque esto parece que no contentaba a todos por igual. Pero es tiempo de reinventarse y nosotros, como público, debemos poner también de nuestra parte: responsabilidad individual, lo llaman, para el bien colectivo.
Ahora sí, a lo nuestro. Pese a las primeras colas a la entrada, los accesos funcionan con agilidad y, ya sentados, la primera sorpresa de Phe. Una jovencísima Pat Llombet abría Phe’21 con el entusiasmo del debutante, no solo en un festival sino como líder de una banda que, por primera vez en ensamble en el escenario, dio toda una lección de profesionalidad y talento. Vienen pegando fuerte, los nuevos, aunque Pat ya había avisado con su triunfo en el certamen Lala Core, lo que le brindó la oportunidad de regalar sus canciones a un público más curtido en la cosa festivalera. Y conquistó a propios -legión de fans, la que arrastra- y a quienes la veíamos por primera vez. Habrá que seguirle la pista.
Todavía con un calor abrasador (lo de la panza de burro perenne de Puerto de la Cruz empezamos a pensar que es una leyenda urbana) salía la elegancia al escenario. Dispuestos a quitarse la espinita de los minutos robados en Sonorama, Jack Bisonte salieron a comerse el mundo con su exquisita mezcla de R&B, pop y electrónica. La poderosa voz de Carlos y la elegancia y potencia de Miky en la batería nos pone a las puertas de una nueva era de universos electrónicos y melodías imposibles. Adiós al folk de los inicios de este entregado dúo. El mundo ha cambiado para todos y también para ellos, en este caso, creemos, que por las ansias de búsqueda y por un irrefrenable sentido del espectáculo, y también porque, a qué negarlo, las sombras de ojos les sientan de maravilla. Descarados, chulescos, soberbios, en todos los sentidos de la palabra. Qué rápido pasa el tiempo cuando uno disfruta, muchacho!.
Y continúa el goteo de público que poco a poco, llena los asientos de la explanada. Lástima, no saben lo que se han perdido hasta ahora, aunque fe damos de lo que les quedaba por disfrutar. Las canciones inmensas deMujeres ya resonaban hasta por las callejuelas de Puerto de la Cruz y bastaba echar un ojo a las ventanas de los alrededores para ver que los vecinos disfrutaban, salvando las distancias, como quienes habíamos cruzado el umbral. Ellos podían bailar, claro, pero nosotros veíamos de cerca las expresiones de gozo absoluto de Yago, Pol y Arnau, el trío que parece haber dado por fin con la tecla de los himnos festivaleros y que se han convertido en uno de los grandes referentes del rock en castellano. A pesar de un ligero contratiempo con el sonido que pareció perturbar más a los propios músicos que al respetable, la actuación de Mujeres se convirtió en uno de los momentazos de la jornada y volvía a ser complicado mantenerse sentados. Hay ganas de saltar, de bailar, de gritarse los hits a la cara, pero con estos bueyes tenemos que arar. Mujeres es uno de los grupos más necesarios de la escena actual y oírlos después de escuchar a Jack Bisonte es una experiencia que, desde aquí, su revista de confianza, recomendamos encarecidamente.
Empezaba a caer la tarde y ya se cocinaba el plato fuerte del viernes. Zahara calentaba en la banda junto a quienes se han convertido en sus escuderos en esta gira, complicada en las últimas semanas y necesaria ahora y siempre. El trabajado set con el que se presenta la de Úbeda da pocas concesiones a divertimentos como Caída libre, tema del que me confieso fan absoluta o la autocompasión de, por ejemplo Con las ganas. Así, deja paso a la fiesta y al desenfreno rave como forma de exorcismo. Es este un show aventurero de una artista que busca su camino y, de paso, parece abrir nuevas rutas para quienes no somos capaces de verbalizar y ponerle música a lo que nos pasa por dentro. Qué falta haces, María Zahara. El maratoniano Martí Perarnau a un lado, su eterno Manuel Cabezali al otro, dos incansables bailarinas como escolta y ya estaba el lío. Ojalá el público pronto pueda levantarse por completo, no solo los brazos. Puta ha hecho historia ya, también por motivos extramusicales, aunque es posible que no seamos del todo conscientes hasta dentro de unos años. Porque el abismo de lo que nos pasa es peligroso, pero más peligroso es ignorarlo. Hagámosle frente, como Zahara, y acabemos con nuestros demonios con melodías y pasos de baile. Y un poco de terapia, que tampoco viene mal.
Llegados a ese punto, necesitábamos un respiro y tomamos rumbo hacia la zona de restauración, y no fuimos los únicos. Habida cuenta de que, maldita pandemia, no era posible refrescarse ni comer en nuestros asientos y de que muchos asistentes parecían querer vivir los conciertos al viejo estilo, la cola para pasar de una zona a otra se nos antojaba eterna. No resultó ser tanto, y Triángulo de Amor Bizarro comenzó su actuación con aforo completo en la zona de beber, con viejos conocidos abrazándose, besándose y brindando prepandémicamente. En una suerte de dadaísmo pandémico, y haciendo honor a la frase “siempre hubo clases”, una se pregunta por qué unos sectores sí y otros no, por qué tanta manga ancha con las cañas, los litros y el tapeo y tan poca con los trabajadores de la cultura. Lamentablemente, son preguntas que no parece que vayan a tener respuesta.
Triángulo de amor Bizarro toreaba ya su tercer tema cuando volvimos a dirigirnos al recinto, aunque ya desde fuera intuíamos que no iba a ser una de sus mejores noches. Su directo presenta momentos desiguales y eso es una de las cosas que nos mantiene atentos, aunque su legión de fans inasequibles al desaliento no comparten su opinión con nosotros. Lo cierto es que las canciones de este grupo consiguen una atmósfera inconfundible y vuelve a parecernos estar fuera de la realidad cuando advertimos que no podemos levantarnos del asiento. La fórmula inconfundible de Triángulo, guitarras ruidosas, la justa dosis melódica y la velocidad endiablada parece que sigue funcionando, a pesar de todo.
Y de nuevo Martí Perarnau sobre las tablas, con su proyecto Mucho. Otra vez a agarrarnos a las sillas para vencer el impulso de bailar, de saltar, de abrazarnos de intentar hacerle llegar lo que nos hace sentir, que no es poco. Otra vez, fueron unos cuantos quienes prefirieron disfrutarlo con una cerveza en la mano, y no somos capaces de echárselo en cara. Vendrán tiempos mejores y un directo de Mucho en el que nos duelan las plantas de los pies y los alveolos pulmonares de saltar volverá a ser normalidad. Nos lo debemos, se lo debemos. No debe ser fácil intentar reventarlo frente a un auditorio sentado…
Y a las doce de la noche, el silencio, las ordenadas colas y las salidas escalonadas. Qué cosa esta de la pandemia mundial, con lo que hemos sido…
Pero amanecía un nuevo día y, después de una vueltita por las actividades paralelas que oferta Phe, volvíamos al sanctasanctórum. Las mismas caras, los mismos vecinos de asiento, mucha más agilidad a la hora de entrar y algún despistado que todavía no se enteraba de lo del dinero virtual, lo del asiento perpetuo…. Ojalá nunca tengamos que acostumbrarnos.
Otra artista local, Mel Ömana, y sus ritmos tropicales abrían la segunda jornada de Phe. Divertida, sabrosona, con buenos mimbres para esos cestos, festivalera a tope. Y con un público entregado, tal vez demasiado, para nuestro gusto. Sigue habiendo personas que, o carecen de cultura festivalera o les da igual. Que si qué injusto el poco tiempo de actuación, que si por qué a esta hora, que qué mal… a veces los fans son el peor enemigo del artista al que admiran, esperamos que esta no sea una de esas veces. La casa, señores, se empieza por los cimientos.
No salía en mejores condiciones _Juno, el brutal y, de momento, no del todo disfrutado proyecto de Zahara y Martí Perarnau. Nadie diría que la de Úbeda a duras penas se había recuperado de un alarmante golpe de calor cuando subió al escenario, ingeniera mecánica de la electrónica junto a Martí, y de nuevo bajo el mismo sol y más grados de los que cualquiera podría aguantar, nos regalaron una sesión de electrónica intimista y divertida salpicada con algún que otro contratiempo técnico y no pocas bromas sobre el susto que podría habernos privado de disfrutar en directo de una de las ideas más geniales de los últimos años y lo que, en definitiva, es una unión natural. Perarnau y Zahara son una productiva pareja, ojalá sea por muchos años. Como dato a tener en cuenta, a poco de bajarse del escenario, otro desagradable vahído y de nuevo la recuperación. Los artistas, definitivamente, están hechos de otra pasta.
El punk de Biznaga era otro de los grandes alicientes de Phe festival y del viaje hasta Puerto De la Cruz y nunca decepcionan. Gamberros, exquisitos, con una actitud que choca frontalmente con el significado de su nombre, el típico ramillete de jazmines de Málaga. Un sonido crudo, enérgicas guitarras y letras que van a lo más profundo de los tiempos actuales, pero sin concesión a la nostalgia, una contundencia musical en himnos de rabiosa actualidad que son el espejo del desencanto actual y en lo que, a la luz del sentir del público, nos vemos reflejados más de uno. Y otra vez la necesidad de saltar, de bailar, de fundirse con el de al lado.
El atardecer fue el quinto componente de Rigoberta Bandini, merecidísima cabeza de cartel del caluroso sábado. In Spain we call it Soledad, in Spain we call it amargura y la catalana se los llevó a todos de calle. Ahí empezó a tener trabajo la organización, exquisita en su labor, porque ya era difícil contener a la masa pegada al asiento. Porque la cabra tira al monte y Rigoberta guía al ganado con arte y con sus singles explosivos. Esteban Navarro, parte fundamental de este proyecto como compositor y tecladista, Juanma Barenys a la percusión y la deliciosa voz secundaria de Belén Balenys conforman esta familia bien avenida a la que ya morimos de ganas de ver en circunstancias normales. El triunfo inesperado de la banda hace que todo nos suene a nuevo y esperanzador y todo cobra sentido con la excelente y tierna a pesar de todo interpretación de “Cuando tú nazcas”, con toda la fuerza impactante de su significado. Y la alegría terminó de contagiarse con la maravillosa versión del “Corazón contento” de Marisol, con un punto electrónico y hasta soul que nos voló la cabeza. Habría que volver a los clásicos, más y mejor, como hace la nueva diva del panorama electropop.
Rufus T. Firefly repetían en Phe y nos regalaban un momento impagable con su batería acompañando al DJ que amenizaba los pases. Electrizantes desde el inicio, psicodelia pura, vibrantes hasta el suspiro final… Es un valor seguro, la banda de Aranjuez, ya un clásico entre los festivaleros y solo nos acordamos de lo que tenemos al alcance cada vez que tenemos la oportunidad de disfrutar de ellos en directo. La fuerza de sus guitarras y el espíritu de rock alternativo marcado por la excelencia en las baquetas de Julia, algo sin lo que la banda, definitivamente, no sonaría igual.
Y se acercaba el momento de la despedida a cargo de la chilena Ana Tijoux, con la mayoría del público entregado ya a los placeres de Baco. La ex rapera chilena, ahora símbolo del feminismo, empeñada en tejer alianzas entre mujeres de todo el mundo, ahora en Puerto De la Cruz. Urbana, poderosa, rebelde, con una militancia que no afloja. Salvaje. Su versatilidad nos conquistó gracias, también, a la competente banda que la acompañaba.
Y a las doce en punto, como cenicientas indies y pandémicas, el silencio, el abandono lento y controlado del lugar donde habíamos sido felices dos días y en la mente, planes para el Phe’22 en Puerto de la Cruz. Y la vida por delante.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.