Las montañas son de quienes las suben. O eso dicen ellos. Da igual cuántos hayan alcanzado la cima del Everest, donde ya hay incluso turismo estable, si se toca techo, es tremenda la autoafirmación. Y no importa la altura del pico. El Puig de la Consolació, de apenas doscientos metros, ejerce esa misma sensación sobre quien lo pisa.
Cualquier día del año es bueno para salvar las tropecientas escaleras hasta su santuario, edificado en el siglo XIII. Pero desde hace tres, hay más motivos para la peregrinación: su presencia no sólo se siente desde Sant Joan, el pueblo a sus pies; también se escucha.
Las melodías, que en Consolació se cantan en salado (salat es el rasgo dialectal de las Islas Baleares), copan el espacio un fin de semana de agosto. El Mobofest, un festival independiente programado por los jóvenes del pueblo, se ha convertido en un termómetro. Y también en un espejo para eventos del futuro, por su carácter popular, es gratuito desde su fundación, y a escala humana. Más de 6.000 personas convivieron en él, sin dañar el espacio, que se cuidó con vasos reciclables, y disfrutando de la economía de proximidad (una cerveza local regó las dos jornadas).
Las guitarras protagonizaron el grueso de la programación. Abundaron las propuestas de autor, como el folk sosegado y bien fundido con los pasteles del paisaje del menorquín Leonmanso, que sufrió algo con el sonido, o el rock alternativo de Kaspary. Pero también hubo espacio para las salidas de tono. Las construcciones progresivas de Island Cavall rebotaron durante una hora contra el cuerpo del santuario. Mucho más lejos llegó el electro experimental de Jansky. Drum’n’bass y electrónica de baile que latió incluso en el centro del pueblo.
El Mobofest sonó a vanguardia, excepto por un detalle. Ellas no fueron las más (aunque sí las mejores): slots poco agradecidos para las propuestas encabezadas por mujeres, que no se acercaron ni a la mitad de la contratación total del evento. De las pocas excepciones, el casi cierre del domingo de Núria Graham, que anda preparando nuevo material y dijo acusar –no se notó– la falta de rodaje. “Does It Ring A Bell?” (17) sonó como acostumbra. Júlia Colom y su fusión entre Maria Arnal y Soleá Morente también tuvo ese pedigrí que hace olvidar las edades.
La programación del Mobofest coincidió con las fiestas de verano de Sant Joan. Las mobylettes, un tipo de ciclomotor con pedales que gana en protagonismo los días de verbena (los jóvenes, ataviados con todo tipo de disfraces, cogen los vehículos de sus mayores y los hacen rugir por las calles), descansaron al lado de los lavabos portátiles. Pasado y presente se entendieron una vez tras otra en el Puig de la Consolació. Hubo público joven, que buscaba sandungueo, y también familias. Y las músicas respetaron las expectativas: los ecos de ska demodé de Dinamo contrastaron con el arrojo mestizo de Jokb; la mala uva de Lost Fills hizo lo propio con la irreverente pero todavía inofensiva música de Kaspary… Y Billie The Vision And The Dancers, el pecado original de la edición, dejó a todos desubicados.
El Mobofost es un escaparate para las últimas tendencias, pero también rebuscó en el baúl de los recuerdos. La banda de Malmö, célebre por un “Summercat” –ese primer verano raptado por una cerveza catalana– que nubló toda su discografía, se reivindicó con su twee pop sentimentaloide.
La cultura popular siempre ha dado buena cuenta del carácter mágico de las montañas. Ya sea por la falta de oxígeno en el cerebro al alcanzar una cima o por el carácter neurodivergente de los que se dedican a contemplar, lo cierto es que las montañas embriagan. Muy seguramente, Alejandro Jodorowsky cumplía ambas condiciones cuando escribió “La montaña sagrada” (73). La película es culmen del cine surrealista. Y, como tal, transita entre lo elevado y lo mundano. No hay nadie más preparado en lengua catalana para una travesía de ese tipo que Joan Miquel Oliver. El ex Antònia Font, maestro alpinista, tuvo el pico de público el sábado y aprovechó para repasar sin presión “Elektra” (18), “Atlantis” (17) y “Pegasus” (15). Acompañamiento mínimo y pasajes ruidistas para invocar a los extraterrestres. En Consolació, lo marciano y lo sacro se dan la mano.
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