No era la primera ocasión en la que Luis Fercán visitaba el Avalón Café de Zamora. De hecho, era ya la tercera vez que el cantautor gallego pisaba el escenario de la veterana sala zamorana. Sin embargo, en esta ocasión lo hacía para presentar el recién editado “Postales perdidas” (Calaverita, 24), un álbum con el que el músico debería echar abajo puertas inéditas y con el que, de paso, motivaba (en la que era su nueva visita a la ciudad), unas expectativas diferentes. Algo confirmado con el que fue primer gran logro de Luis Fercán en la velada: conseguir que reinase el silencio en un local que lució buena entrada.
Una presencia, la suya, acompañada únicamente de guitarra acústica y un bonito micro que durante muchos momentos fue justo eso: un mero adorno. Porque la preciosa voz del santiagués lució casi siempre medio metro por detrás del micrófono, amparo por lo acogedor del local y el respetuoso mutismo de los presentes, obviando así artificios y apostando a cambio por una meritoria sencillez. Precisamente, ese torrente de emociones, compartidas sin tapujos y con igual delicadeza que intensidad, significaron el segundo triunfo de la noche. Fue consecuencia directa de bonitas canciones como “Frío al verte”, “El palmar”, “Florecer”, “Una señal”, “Temple bar”, “110”, “Ahí atrás (miedo en el mar)” o “Busco”, que en realidad no lo sitúan tan lejos de Damien Rice o Iron & Wine.
El paso de Luis Fercán quedó registrado, ante todo, como un precioso derroche de sentimientos, realistas y creíbles, también empáticos y elegantes, y ni siquiera el pequeño ataque de ansiedad que acechó al artista (y que obligó a parar el concierto unos minutos) pudo romper la magia. Porque la última parte del concierto, retomado tras el percance, mantuvo intactas todas las cualidades previas hasta certificar lo encantador del paso de Luis Fercán por Zamora. Un cantautor con visos clásicos, pero de poso específico y que consiguió enamorar hasta a los más escépticos del género.
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