Me van a permitir que empiece pidiendo el mayor de los perdones a Guadi Galego. Lo hago porque, sinceramente, dudo que pueda escribir algo que se pueda acercar ni una décima parte a lo vivido en un Teatro Jofre de Ferrol lleno hasta la bandera. Y es que pocas veces me ha costado tanto encontrar las palabras para describir un espectáculo tan tremendo. Fueron noventa minutos en los cuales la gallega repasó su discografía, una hora y media muy cuidada en la que convivieron de forma magistral su voz, una banda de mucha calidad, unas coristas con un protagonismo y presencia escénica brutal, y un juego de luces impresionantes que dotó a la experiencia de un nivel adicional.
Una noche de canto a la vida y a la lucha, una velada en la cual se entremezclaron la risa y la emoción, el baile y la solemnidad... una cita llena de agradecimiento y reivindicación. Una velada en la que se dio voz a tantas mujeres que están reflejadas en sus canciones, tal y como ella misma indicó al comienzo, pero también a causas tan necesarias como la defensa del pueblo palestino. Sin decir una sola palabra, únicamente poniéndose una palestina al cuello, la de Cedeira mostró su apoyo y levantó los aplausos y los gritos de los allí presentes. En lo puramente musical no se puede poner un solo pero, únicamente queda aplaudir y alabar las canciones elegidas, el orden o los arreglos del directo. No contenta con ofrecernos todo esto, también quiso regalar (y fueron los mejores regalos que podíamos recibir) dos interpretaciones únicas acompañada de Xiana Lastra (A Banda da Loba) y Pau Brugada –con quienes interpretó “Penélope” y “Fortuna” respectivamente. Y es que, Guadi Galego incluso se atrevió a tocar la gaita, para deleite del público.
Y el final, sin necesidad del tan aburrido amago de cierre tan habitual en todos los artistas, fue una auténtica locura. De esos que hay que vivir para saber lo que se siente, de esos que hacen compensar cualquier cosa vivida, de esos momentos que te reconcilian con la música y con la vida. Al ritmo de “Cedeira” nos transportó a su tierra, con “Vas cara arriba” levantó a todo un público contagiado del éxtasis que se vivía en el escenario y que acabó lleno de vida como dice Guadi Galego en la canción, mientras con “O.D.A” echó el cierre, dejando claro que está muy viva y en un estado de forma brutal. Una ovación de cinco minutos fue la señal inequívoca de que había sido una noche histórica, de que el canto a la vida fue compartido por todo el mundo.
No quiero despedir la crónica sin mencionar a la otra protagonista, alguien que resultó ser la muestra perfecta de la calidad suprema de Guadi Galego y su equipo. Hablo de una niña de unos tres años, quien no pudo aguantar sentada más que medio concierto. Llegado un momento salió de su butaca para bailar y gozar por el pasillo, sintiendo la música como nadie la estaba sintiendo. No sé si alguien la pudo ver desde el escenario, pero ojalá alguien se lo pueda contar a los músicos porque creo firmemente que eso es sin duda la mayor recompensa que una artista puede recibir.
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