Tras muchos meses de secano cultural obligado, una sanadora brisa vuelve a inundar las calles, plazas y enclaves más representativos de Málaga. Brisa Festival reaparece como un ciclo solidario (de la mano de Cruz Roja) en el que algunos de los mejores grupos del panorama alternativo nacional y local han insuflado una semana de aire fresco y energía musical como la mejor vacuna para recuperar la ilusión perdida. Un éxito total de público y disfrute en las mejores condiciones de seguridad y comodidad, reactivando el sector cultural y destinando el beneficio de los conciertos a Cruz Roja para apoyar su labor con los colectivos más vulnerables.
Nuestro recorrido comienza el lunes entre las flores, con Arista Fiera desplegando su Cromatismo Doméstico (21) y emocional en el atardecer de un Jardín Botánico que comienza a llenarse poco a poco. Inicio perfecto donde el dorado de los últimos rayos de sol se funde con las primeras cañas de Victoria y reencuentros, bajo el envolvente y vaporoso dream-pop de la banda malagueña, cada vez más compacta y efectiva en directo.
Las plantas siguen respirando shoegaze con un extra de distorsión de la mano de Apartamento Acapulco, que salen a escena rebosantes de frescura y energía. Un par de canciones y su imaginario sentimental hace espejo con el nuestro. “Ahora sé” y “Juan sin miedo” y la noche coge velocidad de crucero por la vía de amores encontrados y perdidos, latidos que aceleran y frenan sin avisar. Coreamos y nos sumergimos en el bucle ganador de “Estrella de los mares” y seguimos su mensaje: “No nos moveremos, aquí todo está bien”. Siguen desplegando su ADN planetario y nos inyectan en vena un hit tras otro de su segundo y sobresaliente largo, El resto del mundo (19), consagración de la que caen sobre nosotros canciones como fuegos artificiales en el corazón. De la adictiva “Regional preferente”, a la vaporosa bruma de ese laberinto del querer, con sus contradicciones, curvas y baches que tan bien conocemos. Del “Deseo que no vengas a buscarme”, hasta el “te estoy esperando toda la mañana” de un “Camino a Ronda” como clímax colectivo final. Antes nos regalan un par de adelantos y no faltan clásicos instantáneos como “Y tú en Barcelona” (con esa estela hipnótica de “El mato” tan marcada), o esa triada (“Romance de verano”, “Qué quieres de mí” y “Scarlett”) de Nuevos testamentos (17) que sigue hurgando en el pecho de un Jardín Botánico rendido a los granaínos.
No hay tiempo para recuperarse y El último vecino prosigue la senda de la “Nostalgia” de los sentimientos, con un desbocado Gerard Alegre al mando total, con esa fragilidad y efervescente nervio eléctrico sobre el escenario que lo hace único. Dulce veneno a ritmo de tecno pop, con The Cure y New Order bajo las alas. Un continuo oleaje de sintetizadores que nos engulle y arrastra hacia esa oscuridad brillante que define su cancionero. Así, nos dejamos llevar mar adentro en “Antes de conocerme”, en “Si dejas cosas atrás” (no me dejes a mí), y nos cogemos bien de la mano de Gerard para adentrarnos en lo sagrado “En una especie de costumbre”.
Las pulsaciones siguen aumentando y la luna gira hasta arder, como una bola de espejos que suda sueños, éxtasis y pesadillas a flor de piel, haciendo que las temperaturas alcancen sus picos más altos en la traca final. Corre la pólvora y explosión con “Mi amiga salvaje” y dos clásicos encadenados que dejan quemaduras en esta primera jornada, “Tu casa nueva” y “Culebra, columna y estatua”.
Se va el lunes y una terrible noticia nos deja tocados y hundidos: muere el compañero y maestro Xavier Mercadé, el fotógrafo del rock. En cada disparo que tiremos los próximos días nos acordaremos de él.
Entre llamas nos fuimos el lunes y el martes nos recibe con un grato y refrescante descubrimiento, Çantamarta. Una fina “Lluvia” tropical que cala y deja su semilla de ritmos y fragancias urbanas en la tierra del jardín botánico. Magnética mixtura de sonidos que hacen muy complicado aguantar sentados en las sillas. Con un ramillete de singles y su reciente EP Amapolas (21) bajo el brazo, hacen que Málaga baile de principio a fin al son del caribe latinoamericano y aires neo-soul, dejándonos con ganas de más.
Pero la noche tiene ya su corona adjudicada y resplandece cuando la Mala Rodríguez pisa el escenario, muy bien acompañada a la guitarra y coros por María León. Los destellos del mítico Lujo Ibérico (2000) en formato acústico marcan el primer sold out del festival. La Mala no defrauda y tarda un parpadeo en demostrar que, si hace 25 años fue pionera del género, el tiempo no pasa por ella ni su obra, desnudándola en un concierto íntimo y rezumando garra y flow intacto marca de la casa. Es una “Peleadora” y así empieza, con ese grito de “¡ahora!” que nos marca el rumbo del viaje. Y es que, aunque recorreremos cada surco de Lujo Ibérico, el ahora también tendrá su peso en el show, sumando al primer tema, cuatro más de La Mala (20): una “Aguante” que gana en crudeza y poderío en vivo, la emotiva “Mami”, más sincera si cabe al natural, “Superbalada” y el “Contigo” final. Pero son las pistas más afiladas de su incendiario debut, las que consiguen que la temperatura suba y casi se derritan las sillas de plástico donde estamos sentados. Suenan especialmente rompedoras “Tambalea”, un “Tengo un trato” a capella que es coreado al unísono, “La cocinera” y una descarnada y a fuego lento “Con los ojos de engañá”. Arriesga en cada fraseo y hace que sus letras cobren nuevas vidas sin aditivos, solo con su voz como quejío descarnado y verdadero, tocando techo y rompiéndolo con dos picotazos imprescindibles de su discografía, “La niña” de Alevosía (03), con un “¡te llaman, te llaman!, el teléfono no deja de sonar…” que parte la luna en dos y, del Malamarismo (07) otra de las joyas de la corona, “Por la noche”. Aunque está más claro que el agua clara que baja del monte, rescata una pieza de Bruja (13) y no hay atisbo de duda de “Quién manda” aquí o allá. Pues sí, “no necesita poder”, con su voz y personalidad le basta. Un lujo ibérico de velada en el que el rap que abrió puertas y marcó camino en España, vuelve a brillar bajo las estrellas, con María Rodríguez Garrido como la más brillante de todas ellas.
Si el lunes lloramos la pérdida de Xavier Mercadé, hoy las lágrimas caen al ritmo de las baquetas más elegantes del rock… Despedimos al gran Charlie Watts y todo se pinta de negro.
El miércoles llega con sabor a rock and roll, primero con El Zurdo exprimiendo sus seis cuerdas, flanqueado por una banda que va a por todas y, como plato fuerte, un huracán eléctrico y camaleónico rebosante de talento llamado Maika Makowski, que nos hará respirar el amor por la música y nos llevará en volandas hacia otra dimensión. Siente Málaga muy cerca (por parte de madre) y quema las naves esta noche. Aunque comienza al teclado, con la vibrante y abrasiva “Sacared of dirt”, de su flamante y sobresaliente MKMK (21), la velada es pura efervescencia y la orgía musical infinita, en la que el intercambio de posiciones e instrumentos entre los músicos (una banda galáctica) es continuo. Serpentea por toda su discografía, pasándonos por encima como una piedra rodante en llamas una y otra vez. Así se suceden e intercalan piezas claves de su carrera con nuevas dentelladas de su último trabajo. Del “Lava love”, de su disco homónimo de 2010, al nervio relampagueante de “The gate”, de Desaparecer (11), del que también suenan especialmente fulminantes la aridez blues de “Iron bells” y una psicodélica “Nevermore” en la que la banda cabalga en los propios rayos de su tormenta eléctrica perfecta. De la nueva hornada nos dejan marca “Reaching out to you”, una “Purpose” que casi nos revienta el pecho, y el genial giro de aire fresco con regusto a country y americana “Places where we used to sit”, con Maika a la guitarra sola en el escenario y la banda sumándose poco a poco a la fiesta. Si de Chinook wind (16) rescata “Bulldog”, del repoker elegido de Thank you for the boots (12) me quedo con el magnetismo de “Your reflection” y la épica de “When the dust clears”, con ese juego de voces en el que Mariana Pérez desprende luz propia una vez más. Y casi sin tiempo para parpadear, nos conecta “The Posse”, boogie en el que hace saltar chispas aporreando el teclado, y la genial versión de la alienígena “This town ain’t big enough for both of us” de Sparks, en la que el éxtasis y terremoto en el jardín botánico alcanza su escala más alta. Hay un par de bises tras una pausa larga por problemas de sonido, pero nos quedamos a vivir en la sinceridad a corazón abierto de “Love You Til I Die”, un canto al amor sin límites que se cuela por los poros de cada uno de los presentes y siembra su semilla en un Jardín Botánico en el que estamos seguros de que, dentro de poco, tras esta noche de auténtico desenfreno eléctrico, nacerá una nueva especie de flor salvaje. Si los especialistas no saben que nombre ponerle, aquí va una propuesta: Maika Makovski.
Dejamos atrás el Jardín Botánico y nos mudamos a otro enclave malagueño mágico: el Castillo de Gibralfaro, donde el jueves la fiesta es infinita y, si no estuviste, te arañaras la cara cada vez que te lo cuenten.
No quedan entradas y abre las puertas del castillo otro de los nuevos nombres a tener muy en cuenta, Sarria. Con aroma a rock de los 60 y 70, pero con una amplia paleta de colores actuales, Sarria desgrana su debut homónimo, rebosante de psicodelia y rock and roll actitud sobre las tablas, bien acompañado por una potente banda. Además de demostrar su buen hacer a la guitarra, posee una poderosa voz que, como dijo una amiga, se mueve entre Bunbury y Antonio Flores, ahí es nada. Terminan de ganarnos con ese soniquete del “Sympathy for the devil” stoniano, tributo con clase al genial e irrepetible batería que nos dejó esta semana.
Por todos es sabido que Novedades Carminha son una apisonadora festiva en directo y nunca fallan, pero las ganas contenidas de la banda y del público que rebosa el castillo de Gibralfaro esta noche, se funden y explotan en una verbena que parece anunciar la última noche en la Tierra. “Fui a buscarte al balcón / y ahora me llaman ladrón…”. Los primeros acordes y estrofas de “Volverte a ver” y una cerilla encendida cae sobre un patio de butacas empapado en gasolina. Imposible contenerse con pildorazos tan adictivos como “Que dios reparta fuerte”, “Disimulando”, “Te quiero igual” o la definitiva llamada a la fiesta con un apoteósico “Quiero verte bailar”. Hasta el castillo, como el ambulante de Miyazaki, baila y se rompe las caderas. Imposible aguantar sentados.La banda pisa el acelerador y Carlangas anuncia que se viene a vivir a la Malagueta. Más gasolina y más fuego bajo nuestros pies con ráfagas en las que encontramos la nueva “Típica cara” o clásicos por los que mataría cualquier banda por tener en su repertorio, como “Ritmo en la sangre”, “Obsesionada” o “Ya no te veo”. Gibralfaro se ha convertido en una gran pista de baile y la recta final es un despegue continuo en el que el cosquilleo de felicidad se palpa en cada rostro enmascarado o no. Volvemos a Juventud infinita (14) y la noche muere y renace en “Antigua pero moderna” y “Capricho de Santiago”, para seguir con el alma punk y funky en llamas, con hits a quemarropa de Ultraligero (19) como “Hay un sitio pa ti” y “Verbena”, intercalados con la bailonga “Mucho nivel” y el tsunami definitivo que provoca una “Lento” en la que se podría haber parado el mundo. Sudor, alegría y desenfreno casi como el de antes. La gente de seguridad y miembros de la Cruz Roja se ganan dos cielos, hacen lo imposible y más... Los asistentes al concierto respetan el uso de las mascarillas, intenta mantener las distancias y estar sentados siempre que el cuerpo lo permita… Pero “Dame veneno (que quiero morir bailando)” y Málaga muere y revive tras tantos bailes postergados. Carlangas y los suyos (falta el bajista titular) vuelven a demostrar que no hay banda nacional con un directo tan radicalmente festivo y adictivo como el de Novedades Carminha. El público, como los músicos y la organización, de diez. Compartiendo y respetando la diversión de cada uno. Menos algún pijo maleducado, al que le dedico personalmente la canción de cierre, “Ensalada de Ostias”. Paz y amor, y un poquito de educación o “el plato especial de la casa”.
El viernes atardece con el terral aún serpenteando en el aire y el camino al castillo (de nuevo sold out) se antoja etapa de montaña. Los sudores y abanicos de colores marcan la oscura subida del pelotón planetario a Gibralfaro (alguna farola más, señor alcalde, se agradecería). “Conciertos esenciales” reza el cartel que anuncia la actuación de Los Planetas en formato trío. J y Floren, más el piano invitado de David Montañés. Teclas que, desde el inicial misticismo envolvente de la siempre colosal “Islamabad”, se mezclan y compactan a la perfección con los loops atmosféricos de las guitarras planetarias. La propuesta funciona y “nos caemos parriba” desde el primer tema, “ready pa morir” una vez más en el universo sentimental de los granaínos. En Málaga y retoman por Verdiales con una “Si estaba loco por ti” a fuego lento, sin escatimar un ápice en intensidad. Los amores y desamores siguen abriendo heridas en “Segundo premio”, clásico entre los clásicos que los más puristas reciben hoy como huérfana, por falta de la potencia a las baquetas de Eric. Hueco insalvable que completa muy meritoriamente Montañés a las teclas, demostrando que estamos ante un músico de los grandes. Seguimos en el imprescindible Una semana en el motor de un autobús (98) y las estrellas se erizan con “Línea 1” y “Toxicosmos”, más una previa “Experimentos con gaseosa” que flota como una enredadera de neón entre las nubes y nosotros con ella. Los recuerdos de lo que fue y dejó de ser, coronan cumbre en la oscuridad resplandeciente de “Santos que yo te pinte”, humedeciendo los ojos de la parroquia planetaria, que se deja la voz en cada estribillo.
Las letras flamencas tejen un manto de luz que pasa por Fandangos (“Ya no me asomo a la reja”), Colombianas y Alegrías, las del “Incendio” y las últimas “de Graná”. El concierto esencial llega a su fin con la espiritualidad majestuosa de “Los poetas”. La velada se queda corta, pero deja en el paladar el regusto y resquemor de lo auténtico. Los Planetas, siguen y seguirán siendo esenciales.
Es sábado y dejamos poco a poco atrás el terral. Divisamos por penúltima vez el skyline de Málaga y sentimos la brisa del mar en el Castillo de Gibralfaro con los malagueños Ballena. Despliegan su pop luminoso, cargado de melodías y psicodelia, con un extra de melancolía en vena. Repasan su Odisea Ballena (20) y rescatan clásicos de Navarone (17), prendiendo la llama de la recta final del festival. Se les ve cada vez con más fuerza en directo, disfrutando y conectando con facilidad. Estaremos muy atentos al siguiente movimiento, que se antoja como definitiva consagración. Ángel Stanich, “malagueño de adopción”, con su madre, familia y muchos amigos entre el público, sale con ganas extras y su EP como arma arrojadiza, el brillantísimo Una visión global bastante aproximada (21), donde vuelve a demostrar que pocos le hacen sombra componiendo canciones con vida propia. Con muchos guiños al séptimo arte y desbordante megalomanía, dedicado según el propio Stanich “a la memoria del muy necesario José Luis Cuerda”, abre el show con “El volver”, su pista inicial. Con su banda estelar de siempre y desde esa “trinchera infinita de la que nunca se rinde”, arremete con un setlist de composiciones infalibles y pasa lo que pasa: el público canta cada tema de principio a fin en una comunión total. Lo soñado por cualquier artista. Sigue sacándole brillo a su último lanzamiento (caen las cinco composiciones que lo conforman) y las pulsaciones suben en medio segundo con el tema más rockero del lote, “Una temporada en el infierno”, enlazando rimas delirantes que hilan otra de esas historias que solo pueden salir de su poblada cabeza. La lluvia de éxitos no cesa y un terral propio nos atrapa con clásicos incontestables como “Un día épico”, “Carbura!” o la bailonga “Hula, Hula”, con esa pegadiza base que nos arrastra hacia otro baile prohibido. Épicas son también las dos composiciones elegidas del EP Máquina (18), con sendas interpretaciones particularmente geniales el día de hoy: primero una sentida “Qué será de mí” en la que nos mece en cada fraseo, con la banda marcando cada vaivén, y la locura desatada con una “Salvad a las ballenas” en la que Stanich se sumerge entre el público. Y tres ases ganadores bajo la manga como bises, en las que la verbena aumenta por momentos: “Escupe fuego”, “Metralleta Joe” y “Mátame camión”. El castillo aguanta en pie de milagro y Stanich sale por la puerta grande.
Todas las historias tienen un final o un hasta luego, y la de nuestro Brisa comienza su cuenta atrás el domingo, con el pop-punk combativo y callejero de los malagueños La Trinidad. Puesta de largo pospandemia por todo lo alto de Los edificios se derrumban (20) y las réplicas del seísmo que dejan a su paso aún se sienten. Ya llevan tiempo dando guerra, pero aviso a los despistados: no tienen nada que envidiarle a bandas consagradas del género.
Sidonie, con el sonriente Marc Ros a la cabeza, contagian su energía desde que pisan el escenario y abren con un “Nirvana internacional” que se torna para la ocasión en “Málaga internacional”, seguida de la muy coreada “Cadáver exquisito” y “Fascinado”. Estamos ante otra de las formaciones mayúsculas (con extra de lujo hoy a la guitarra, Laia Alsina de The Crab Apples) con uno de los setlists más ganadores del panorama patrio, la legión de fans entregados en cada embestida es clara prueba de ello.La poesía de su sobresaliente y último El regreso de Abba (20) sigue su curso, de “Portlligat” a la épica/festiva “Verano del amor”, para terminar por compartir protagonismo con los versos del poeta malagueño Manuel Altolaguirre y Jim Morrison de fondo.No faltan las esperadas y cantadas colectivamente de principio a fin, “Carreteras infinitas”, “El incendio”, “El peor grupo del mundo” o una “No sé dibujar un Perro” en la que piden que las linternas de los móviles se transformen en luciérnagas, iluminando el Castillo de Gibralfaro en otro de eso momentos que no se olvidan.
Fin de fiesta de una Brisa cultural necesaria e inolvidable con un “Estáis aquí” en el que la música se funde con este entorno mágico por última vez y deja claro que, estuvimos, estamos aquí y estaremos.
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