Mundos sonoros
Conciertos / Sinsal Son Estrella Galicia

Mundos sonoros

9 / 10
Raúl Julián — 30-07-2024
Empresa — Sinsalaudio
Fecha — 26 julio, 2024
Sala — Isla de San Simón
Fotografía — Pedro Galbán (Cedida por Sinsal)

El mundo continúa girando y, mientras tanto, artistas de todas partes del planeta siguen enfrascándose en aquellos caminos señalados por su creatividad, encontrando mil y una direcciones que afrontar (y exprimir) para, atendiendo a sus propias prioridades, ofertar otros tantos mundos sonoros a un tipo de oyente específico: el inquieto e insaciable. Seleccionar y juntar cada temporada a un buen (y representativo) puñado de ellos parece ser la misión casi suicida de los responsables del Festival Sinsal Son Estrella Galicia. Por si la empresa no fuese, de por sí y en base a sus propias especificidades, lo suficientemente quimérica, el cartel del evento en cuestión se mantiene en riguroso secreto y sólo se averigua tras echar pie en la Isla viguesa de San Simón.

Una fórmula misteriosa y exclusiva a partes iguales que, en la práctica, funciona y propicia que todas las entradas para el asunto en cuestión se agoten rápidamente y pasen a ser la preciada posesión de las ochocientas personas que visitarán la ubicación cada uno de los tres días: viernes, sábado y domingo. Un enigmático espacio natural sin parangón que, en 2024, ha contado con tres escenarios principales (San Simón SON Estrella Galicia, Buxos Fest Galicia y Santo Antón Rock 'N' Roll) que han acogido más de veinte conciertos, además de generosas actividades culturales paralelas tales como sesiones DJ’s (Russ, Saya o Phonotoner), exposiciones, talleres, rutas y hasta encuentros en los que se registran piezas con la pretérita técnica del cilindro de cera. Lo dicho: una cosa de (maravillosos) locos.

La programación oficial de conciertos del viernes comenzó con la presencia de Sessa, sita a la postre como una de las más destacadas de todo el evento. El proyecto liderado por el brasileño Sergio Sayeg dejó, en formato trío, una delicada mezcla de bossa nova y psicodelia con alma. Un alarde de un clasicismo sin fecha de caducidad con el que la magia del Sinsal SON Estrella Galicia empezaba a fluir. La danesa Clarissa Conelly se antoja como una artista a medio camino entre la Björk más comedida y la Sinead O'Connor menos comercial, esgrimiendo su voz (y las múltiples posibilidades del “instrumento”) como argumento, en un concierto de extrema fragilidad y belleza orgánica en la que resultó acompañada, según el momento, de guitarrista o percusión electrónica. El dúo gallego Fantasmage ha regresado a los escenarios una década después, y la presencia de Daniel Nicolás (batería) y Andrés Magán (guitarra) no podía faltar en el Sinsal. El power-dúo resonó consistente pero pulcro, exhibiendo músculo y ese trazo grueso con gancho que cunde exponencialmente a través una mezcla de indie-rock y garage ante la que apetece claudicar con una sonrisa en la boca.

Dentro de un festival con propuestas tan arriesgadas y fuera de la norma también se agradece, de tanto en cuando, alguna porción de pastel más inmediata y de fácil digestión como la que ofertan Glockenwise, una de las bandas de moda en el país vecino. Los portugueses facturan un esplendoroso indie-pop de guitarras, sin dobles lecturas y del de toda la vida (con, por ejemplo, Phoenix o The Kooks como referentes) que, en su caso, materializó en luminosas canciones realzadas a lo largo y ancho de un poderoso directo. Orchestre Tout Puissant Marcel Duchamp fueron los encargados de echar el cierre a la música en directo de la primera jornada, y el agitado concierto de los suizos resultó ser una excelente elección si se trataba de dejarlo en todo lo alto de cara a lo que vendría los siguientes dos días. El numerosísimo combo resulta también inclasificable y aúna influencias africanas con otras siempre de rabiosa actualidad occidental como pueda ser el caso de David Byrne. El grupo huye, en cualquier caso, de la clasificación estilística lógica y el resultado, además de sorprendente, promueve buenas vibraciones, una férrea conexión con la audiencia y una fiesta sonora de diferentes tonalidades y probada intensidad. Su actuación fue, en definitiva, un desparrame de cuerdas, vientos y percusión, además de un viaje en toda regla.

Los también gallegos Isius -recién reaparecidos con su EP “Studio 2” (Ernie, 24)- estrenaron la jornada del sábado con su power-pop a la antigua usanza, delineado con buenas melodías y un sonido potente heredado de The Posies, Big Star, Teenage Fanclub o The Beatles. Siempre es un placer reencontrarse con ese tipo de propuesta, sobre todo cuando en directo llega desarrollado con seguridad y canciones tan solventes como en el caso de los de Vigo. Mohammad Reza Mortazavi es de esas raras avis que se antojan imposibles de ver sobre un escenario que no sea alguno de los que pueblan el Sinsal. El alemán-iraní maneja a su antojo una percusión ancestral, tanto que, apoyado en un instrumento tan sencillo en apariencia como el daf persa, consigue extraer un sinfín de matices, en una actuación hipnótica de efectos casi electrónicos a modo de loop. En el extremo opuesto y apostando por la opulencia como medio para enriquecer su música se situarían Unsafe Space Garden. El grupo portugués protagonizó una performance hippie alucinógena en la que tienen cabida rock progresivo, influencias setenteras, pop y psicodelia. Un tripi sonoro salpicado de histrionismo que se ganó al público.

También con propuestas bien diferenciadas llegaban los dos nombres seleccionados de entre la escena japonesa. Por un lado, Goat, el combo liderado por Koshiro Hino que evidencia claras preferencias por el krautrock y que hizo de una precisión cirujana su principal valedor, en un concierto instrumental que fue arrastrando lenta y progresivamente al público. En el rincón contario cabe colocar a su compatriota Ichiko Aoba. La suya bien pudo ser la actuación más preciosista, naturista y harmónica del festival. Una bellísima propuesta entre el pop y el folk que, en pleno periodo estival, dejó a su paso un halo de bienestar otoñal, así como sanador paréntesis dentro del despiadado ritmo trepidante que rige nuestras vidas. La de Arayasu firmó el que, sin duda, fue uno de los momentos álgidos en cuanto a emoción se refiere.

De nuevo, tocaba cambiar radicalmente de tercio con los Barceloneses Prison Affair, que se apuntaron sin disimulo al punk (con alma de ska y new wave), tanto en fondo como en unas formas concretadas en concierto de escasa duración directo a la yugular y ante el que poco cabe objetar. Otros que gustaron mucho al público (sobre todo al hedonista) fueron los británico-colombianos Mestizo, quienes haciendo honor a su nombre entremezclaron estilos (jazz, urban, exótica, hip hop) con ese ritmo tan inherente al continente sudamericano a modo de pegamento. Vívido, alegre pero reivindicativo y, ante todo, contagioso, en una propuesta orgullosa, triunfal y también de consecuencias animosas. Otra que armó una fiesta en toda regla (quizá la más palpable de todas) fue la nigeriana Aunty Rayzor. Un torbellino escénico que arrasó entre el público (literalmente) con una mezcla desvergonzada y sin prejuicios de hip hop, electrónica y afrobeat.

La jornada del domingo comenzaba de la mejor manera posible con Haya Zaatry, el descubrimiento más valioso de esta edición del Sinsal y otra de las experiencias emotivas en extremo que brindó el evento. La palestina defendió su propuesta en solitario, con el apoyo único de alguna capa de electrónica o su guitarra rasgada. De una u otra manera, la vocalista desgarró almas con un concierto cargado de un sentimiento muy específico, abierto en canal y que dejó consecuencias eternas. No es fácil ignorar la delicadeza casi artesanal que los murcianos Maestro Espada imprimen a esas canciones que se mueven entre folk y pop, en una sensibilidad que muestran y comparten con sinceridad, a sabiendas de que la conexión quedará establecida. El cuarteto probó, con sus cualidades, por qué su debut en formato largo es uno de los esperados de la temporada en curso.

La lusa Maria Reis ya había dejado muestras de su talento destacado junto a su hermana Júlia en las siempre reivindicables Pega Monstro, confirmando esas sensaciones que apuntan a un talento diferente con su proyecto en solitario que adquiere forma de trío en directo. Indie-pop de guitarras con (intermitentes) ecos ochenteros que evita acomodarse y apunta en diferentes direcciones, destilando en todo momento esa mencionada chispa compositiva que revaloriza a su autora. Los aficionados a la música urbana también tuvieron su dosis reglamentaria, concretada en la presencia de la ciudadrealeña Lapili, quien se rodeó de varias bailarinas para adornar sus piezas a golpe de coreografía. Por su parte, el ugandés autodidacta Afrorack -aka Bamanya- apostilló sobre las tablas aquel tipo electrónica que venía incluido en su alabado álbum “The Afrorack” (Hakuna Kulala, 22), empeñado en la búsqueda de ritmos africanos y, en directo, de tendencia creciente.

La presencia de Will Butler & Sister Squares (en la foto) era la más "popular" de todas las que conformaban el cartel de este año. Una excelente elección, fuera como fuese, en base al disco homónimo que el ex Arcade Fire (y hermano menor de Win) publicó el pasado año junto a esa banda acompañante que responde al nombre de Sister Squares. El suyo fue un magnífico concierto de indie-pop con pose arty, pretendida teatralidad, intensidad siempre al alza y situado a medio camino entre Talking Heads y, sí, los propios Arcade Fire. El canadiense afincado en Nueva York completó un concierto de gozo sin tapujos, no necesariamente perfecto, pero encantador y dotado de un realismo del todo favorecedor. Otra de las presencias especialmente vistosas fue la del keniata Kabeaushé, quien acompañado de una DJ escenificó (y reivindicó) el arte del exceso, de lo llamativo y lo diferente, en un objetivo cumplido si atendemos a la empatía generada con la audiencia.

Finalizaba un Sinsal SON Estrella Galicia plagado de conexiones. Algunas lógicas e inevitables; otras, a priori, antagónicas e imposibles de encajar. Unas y otras acontecen temporada tras temporada en la Isla de San Simón, en donde descolocan y enamoran a partes iguales, al tiempo de perpetuar la idea de que la música no es sino una senda única que cuidar por encima de todo, transitándola por placer y sin atender a géneros o etiquetas. Una ocurrencia de peculiaridades casi inverosímiles y tal calibre que, la mera posibilidad de ser acuñada con el término actual y comúnmente aceptado de festival, resulta obsceno. No lo llamen festival, llámenlo experiencia vital.

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