“Deja que la vida brote / donde menos te lo esperas, deja que se abra camino /y trepe como enredadera. Deja que me lleve el aire / hacia un futuro nuevo, deja que vuelva al origen / y que desaparezca el miedo”.
En cuestión de segundos, con tan solo esas dos primeras estrofas de Mi danza lanzadas al aire, tema que abre su flamante y sobresaliente Origen (20), el dúo cordobés/canario, Cristina “Nita” Manjón y Alejandro Acosta (bien flanqueados por dos percusionistas/baterías y un guitarra), encienden la mecha de una parranda explosiva que hará que, durante hora y media, las 3000 personas que abarrotan París 15, pierdan todo miedo, abrazando un jaleo que nos llevará a las raíces y más allá. Fuel Fandango están aquí.
Dibujan en cada interpretación un mapa de lunares de neón en el cielo estrellado malagueño, colgando farolillos del techo de la sala y cambiando la luna por una gran bola de espejos en Silencio, otro de los hits inflamables de su nuevo trabajo, con Alex regando una enredadera electrónica que no parará de extenderse, en llamas, por cada rincón de la sala, hasta romper puertas, ventanas y apoderarse de la madrugada. Nina es pura combustión instantánea y, por mucho que nos pida “que alguien me coja la mano, / que alguien me clave en el suelo”, es imposible mantenerla a ras de tierra un solo instante. Vuela y taconea por los cuatro vientos, bailando sin parar, agitando abanicos y fundiéndose entre quejíos con los ritmos africanos, una lluvia de sintetizadores y las omnipresentes percusiones flamencas.
Con esa continua pregunta de ¿Hay alguien ahí, ahí? y la tormenta sintetizada aún resonando en muestras cabezas, nos cuentan, emocionados y agradecidos por la gran acogida, que la primera vez que tocaron en Málaga en una pequeña plaza, hace ya más de once años como Fuel Fandango, había menos de diez personas. Cosecha de admiración creciente y respaldo que se han ganado y trabajado como pocos hasta el día de hoy, sembrando semillas con sello propio que ahora son todo un bosque andante que late fuerte y acelera el pulso por allí donde pasa. Tras su EP debut de 2009 y posterior álbum homónimo de 2010, han ido tejiendo un mantón musical a base de funk, flamenco y copla, añadiendo capas extras de soul y rock en Trece lunas (2013), y tocando techo electrónico, disco y house en Aurora (2014). Siempre con pasión, respeto por la tradición y una frescura que no entiende de lastres ni cadenas. Y ahora tocaba seguir blandiendo las alas y cruzar, como canta la también cordobesa María José Llergo (¿futura colaboración?), “esas aguas de ultramar que mecen y ahogan miles de sueños”, para buscar en la madre África las raíces y “Origen” que siempre palpitó en su música y en este nuevo trabajo se desborda por cada pista.
Pero antes de seguir Por la vereda y con un Despacio que hace temblar los cimientos de la sala, nos conectan tres clásicos imprescindibles de su cancionero, Medina, Trece lunas y La primavera, desatando la locura y un florecer de neones que invita a que el fin del mundo nos pille bailando.
Con La grieta prosigue el deshielo y encontramos cierta calma sanadora, con Nita cantando a la indiferencia que te puede hacer más fuerte, creando en cada verso una libertad inmarchitable, para, sin pausa, hacer que “florezcan rosas” entre “agua y fuego, arena y viento”, descubriendo senderos y “palpando la vida” en “Estamos solos”.
La recta final es un levitar continuo que pone al miedo Contra la pared una y otra vez, con la banda fundiéndose y la cordobesa (casi en trance) bailando los ritmos tribales que Alex remata al bajo, para terminar de arañarnos por dentro con su voz desnuda, traspasando “montañas, la lluvia y el sol” en una Nature que nos ciega en una nueva explosión electrónica. Los fuegos artificiales, sin parpadeo posible, alcanzan su máximo esplendor con cientos de caballos en la niebla galopando sobre nosotros en Salvaje, seguida de la compañera de surcos “Toda la vida”, con miles de gargantas cantando ese mismo sueño compartido.
Cogemos aire y Nita nos estruja el pecho interpretando, a corazón abierto, una Despertaré de belleza deslumbrante, inundando cada palmo de la sala con sus cuerdas vocales y “anudando claveles entre nuestros huesos”, para terminar este canto al amor y la naturaleza, girando sobre sí misma y provocando un Huracán de flores que acaba con todo atisbo de pena o preocupación que flotara en el horizonte.
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