De vuelta a lo auténtico
ConciertosRosario La Tremendita

De vuelta a lo auténtico

8 / 10
David Pérez Marín — 26-10-2020
Fecha — 24 octubre, 2020
Sala — La Cochera Cabaret, Málaga
Fotografía — David Pérez Marín

Primera vez desde el confinamiento que me veo sentado, mascarilla y distancia acordada incluida, en una sala cerrada para vivir música en directo… Porque, aunque estos meses atrás hemos tenido la suerte de asistir a varios conciertos e incluso a un par de festivales (precisamente nos acabamos de teletransportar del Salvia, que se celebra en el Jardín Botánico), todas las actuaciones que he vuelto a experimentar en esta rara y nueva normalidad han sido, hasta hoy, en lugares abiertos. Ahora, en una Cochera Cabaret llena y expectante que nos recibe con los brazos abiertos y cumpliendo estrictamente todos los protocolos de seguridad, nos toca disfrutar a cubierto de una de las artistas más genuinas e imprescindibles de la actualidad flamenca, en su vertiente más eléctrica y heterodoxa y, a su vez, más pura y auténtica.

Mono blanco y botas negras con hebillas plateadas, media cabeza afeitada y melena rizada al viento, la más punk de todas las cantaoras, con un alma morentiana que no le cabe en el pecho, conociendo y respetando las raíces, amando la poesía (de Anne Sexton a Valente entre otros, muy presentes en su última obra) y los cantes populares por igual, le da alas a la tradición en letras de su autoría y con interpretaciones que derriban falsas fronteras, priorizando la libertad creativa y el riesgo expresivo, palpitando con fuerza el pasado, pero vibrando con su presente y sentir. Así, acompañada a la batería y atmósferas electrónicas por Pablo Martín Jones, comienza a corazón abierto y descarnada, al cajón y por tonás que parecen moldear el ambiente a golpes de martillo en el fuego de su garganta, con las baquetas marcando un pulso nervioso y Rosario dejando claro, quejío a quejío, de dónde viene y (rompiendo toda cadena) a dónde va.

Canta por seguiriyas, soleares, bamberas o tarantas con el mismo desgarro y naturalidad con el que se cuelga el bajo eléctrico y hace que se tambaleen los cimientos de la sala. Revisita los estados de ánimo de Delirium Tremens (18) y, desnudo de sus arreglos orquestales y jazzística instrumentación, renace salvaje y afilado, noqueándonos con las magnéticas enredaderas y ritmos sintetizados que teje Pablo Martín y esas cuatro cuerdas omnipresentes que laten a base de funk-rock, pero sin perder su esencia de flamencura en  La ley de la Tierra y con el abandolao Huyo hacia el amo, entre finas brumas de psicodelia y electrónica.

Luz dorada en la oscuridad, a capella y “más pura que la heroína”, su voz llora y ríe filtrándose por cada uno de nuestros poros. Como ella dice, “la música nos tiene enganchaos” y “vamos a disfrutar, porque dentro de dos días podemos estar encerrados”. El público pide cantes por fiestas y, guitarra flamenca en mano, acordándose de su abuela, se arranca con coplas por bulerías. De desamores que duelen, a mitades inseparables que siempre serán una: Del “No sé qué viento ha cambiado / las cuerdas de tu vivir, / que ahora pasas por mí lao / y no te acuerdas de mí…”, a un “A tu vera, / siempre a la verita tuya, / hasta el día en que me muera” que le sale de los adentros y despierta un olé tras otro.

Y entre “rosas tempranas y jazmines” sigue hechizándonos. Vente conmigo y con ella nos vamos, “preguntándole al platero cuanto vale y poniéndole sus iniciales” a la noche para siempre por Alegrías de Córdoba a fuego lento, dando nudillos y esculpiendo el aire con la voz y las manos, alargando y degustando los tiempos, erizándonos la piel verso a verso y desembocando en un final por Alegrías de Cádiz en el que, desbordando garra y compás por los cuatro costaos, nos humedece los ojos y dibuja una sonrisa de oreja a oreja que tardará en borrarse.

Repartiendo flow al bajo a cada paso y su “tocaor” a las baquetas, subimos a los cielos en una Escalera de vidrio que se entrelaza con Valeriana, esfumándose toda preocupación, con el espíritu de Jaco Pastorius jugueteando entre bambalinas, “vendiendo madera y retales”, pero “sin tus besos para que me salven”.

Nos terminan de matar de gusto por tangos, con los de Chaqueta y con un Te tenga por caridad en el que, con el duende siempre a rastras, acelera al bajo y nos levanta un palmo del suelo. Para seguir con el Romance del silencio y su Al mal tiempo buena cara, que es una tormenta de compás bajo una fina lluvia de sintetizadores, con las cuatro cuerdas al mando y aguantándonos a las sillas para no ponernos en pie, con todos los grandes presentes, “de Camarón, a Don Antonio Chacón…” y, entre medias, desde el filo del escenario, arañarnos con los pasajes más taciturnos del romance, para revolverse de nuevo por tangos.

Mi infierno es tu gloria y al cajón, mirando a los ojos al batería, “liberan las bestias que por las noches la andan llamando”, atronando y partiendo el silencio en dos, una y otra vez, con poderío y maestría desbocada, en un mano a mano rítmico en el que ardemos por combustión instantánea.

Se acuerda y rinde homenaje a la Susi (fallecida tristemente este mismo sábado), también tremenda y única. Rumbeando al bajo, nos vamos por fiestas, con popurri por bulerías y ese “Que de teatro andas haciendo, /con tus mentiras yo me entretengo”, quemando las naves en cada pausa y en cada acelerón.

Esta gitana trianera, artista mayúscula con voz y discurso propio que, con toda la jondura fluyendo por sus venas y tablas de mil colores, tras años de tradición ortodoxa y embarcada luego en decenas de proyectos de vanguardia, como autora, intérprete o directora musical, irrumpe ahora como el sol que le sigue a la noche, más cegadora y libre que nunca.

Sí, son tiempos inciertos, pero estamos de enhorabuena, lo mejor está por llegar.  Mientras tanto, hagámosle caso a Rosario La Tremendita y a la mare que la parió: “A mal tiempo, buena cara, / decía mi mare / cuando amanecía tristeza en el alma”.

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