Cuenta atrás activada para el fin de año y “es hora de recapitular las hostias que me ha dado el mundo...”. Pero no, este no será nuestro “último adiós”, como cantaremos en el cierre junto al mejor songwriter nacional de las dos últimas décadas, sino el principio de todo lo demás. Lo que sí será esta clausura de la gira Violética (18), es la guinda perfecta y el concierto final con el que echaremos el telón de un 2019 cargado de buena música y nuevos amaneceres.
Confesamos que el día de los inocentes comienza a lo grande, tirando de raíces malagueñas en una verbena con sabor a vino y anís, donde los verdiales de Almogía se mezclan con los de los Montes y Comares, bailando entre pandas en la fiesta grande del género. Así, tras quitarnos el sombrero de flores y cintas de colores, con los ecos de panderos, platillos y violines aún en la cabeza, aterrizamos en una abarrotada sala La Trinchera, con Nacho Vegas y su banda meciendo el invierno interior de cada uno de los presentes con El corazón helado y una Plaza de la soledad que no entiende de soles, pero sí de quemaduras y cicatrices.
Sigue el baile de sombras y manos frías con Ideología, para pasar luego a la misión de matar vampiros y reparar la tristeza reinante, recordando al gran Daniel Johnston con Ciudad Vampira, una Devil Town particular que deja pasar luz entre las grietas.
Y aunque “la más pura soledad no se cura con champán y cocaína”, gritamos su nombre desde el andén y cantamos a pleno pulmón una Que te vaya bien, Miss Carrusel, en la que la velada alcanza cima y ya no bajamos de ella hasta finalizar el show. Con el espíritu de Van Zandt bajo las alas, Joseba Irazoki (tormenta eléctrica continua) se pasa al banjo y Manu Molina marca el camino de la vida alegre a las baquetas, junto al trío de leones y hermanos de Vegas en mil batallas, fundiéndose en cada nota: el omnipresente Abraham Boba (coros, teclados, acordeón y todo lo que se tercie) y Luis Rodríguez y Edu Baos, esta vez al bajo y guitarra respectivamente. La intensidad desbordante y la emoción contenida y compartida entre Nacho y los tres componentes de León Benavente sobre las tablas, se antoja esta noche más que nunca, como esa inevitable, amarga y dulce despedida que sabes que está cerca, pero que no quieres aceptar.
El juglar asturiano inventa nuevas maneras de imaginar y mece la luna y hasta la última estrella, en la que quizás sea la pista más hermosa de su octavo álbum, Ser árbol, seguida de ese Parece ser, que va a llover que nos cala hasta los huesos. Inicio de Nuevos planes, idénticas estrategias que abren de par en par la caja de los fracasos y recuerdos, que Vegas hace que saboreemos una y otra vez, como el más suculento de los manjares, aferrándonos con uñas y dientes a “ese ambicioso plan que consiste en sobrevivir”.
La montaña rusa a cámara lenta no cesa y las vías están minadas de retales pretéritos que recorremos sin pausa, en un desgarrador Triángulo de las Bermudas sentimental que va de una Morir o matar que nos deja sin aliento, a la desgarradora La pena o la nada y la crueldad resplandeciente de La gran broma final, una de las canciones más bellas y dolorosas que jamás se han compuesto.
Justo antes, volvemos a nadar mar adentro en Violética y nos acordamos de los silenciados e indefensos, de Samba Martine (centro de Aluche) y Mohamed Bouderbala (cárcel de Archidona) como punta de un profundo y vergonzoso iceberg, uniéndonos y gritando eso de “mientras haya un CIE abierto, habrá un gobierno criminal”, para seguir comprometidos en la pegadiza explosión de Como hacer crac.
Reaparecen y abren los bises con un Dry Martini, S.A. que tararea la sala al completo, enlazada con la potente Maldigo del alto cielo y la esperada Like a rolling stone de su cancionero, El hombre que casi conoció a Michi Panero, en la que se para el tiempo y borra cualquier problema que hubiera en el horizonte.
“Y no me habléis de eternidad, no me habléis de cielos ni de infiernos...”. No, no se me ocurre mejor final musical para 2019, ni mejor inicio para 2020.
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