Seis meses tuvo que esperar el público granadino para disfrutar de la presentación en casa de Crimen, sabotaje y creación, el álbum que unge el regreso de Lagartija Nick con su formación original. La ciudad asiste a la temporada de mayor programación de conciertos de la década. Así que no está fácil reservar sala. Y El Tren suele ser el entorno predilecto de la banda de Antonio Arias para exponer sus trabajos, como ocurrió en 2004, 2008, 2009 y 2011. Espectáculos, todos ellos, sobresalientes. Pero ninguno tan especial como el acontecido el pasado 14 de abril, muy cerca de la casa natal de los hermanos Arias en La Chana, donde ahora luce la figura de un joven y punk Jesús recreado en un mural gigante de El Niño de las Pinturas.
El proyecto cumple treinta años y hubo algo de reconciliación con sus diferentes etapas, pieles, suicidios y proezas. Dos horas y media de actuación. Y una treintena de canciones que circunvolaron casi todos los discos (creo que sólo se olvidaron de Larga duración). Engrasados por el rodaje de la gira, amnistiados de desencuentros lejanos, el lleno de caras conocidas en el recinto convirtió la velada en un homenaje bidireccional: del escenario al público y al revés. La sintonía de arranque, con el emocionante adagio automovilístico, volvía a recordar el motor creativo que el legado de Jesús Arias ejerce sobre estos Lagartija reinventados.
"El proyecto cumple treinta años y hubo algo de reconciliación con sus diferentes etapas, pieles, suicidios y proezas"
Al muro de guitarras de Juan Codorniú y MAR Pareja se añaden los teclados de J.J. Machuca, que aportan un novedoso cromatismo, un barniz tupido; colores con los que el grupo apenas jugó fugazmente cuando el pianista danés Morten Jespersen pasó por allí en 2006. Lo que en los noventa se definió como una masacre sónica, en la que cada uno tocaba contra el de al lado, suena ahora con la misma rotundidad monolítica, aunque matizada. Ahí rutilaban los riffs ácidos de Cordorniú (con su retorno, Lagartija han ganado unos coros que se agradecen), las dentelladas futuristas de Pareja, la improvisación tribal de Eric Jiménez en la batería y la capacidad de un Antonio que no parece estar ondulando a la tropa con el bajo mientras canta-dispara su imaginario en collage.
¿Rarezas? Escuchar reformuladas Lo imprevisto, Crimen, sabotaje y creación, Mar de la tranquilidad (Antonio se la dedicó a Jesús Arias en 1999) o El signo de los tiempos. Eso al margen de la retahíla de clásicos como Nuevo Harlem, Satélite, Hipnosis, La curva de las cosas o Veinte versiones, entre todos los que el lector tiene en mente. Una aflamencada La soledad es política enganchaba sin coger aire con el ruidismo sinuoso de Estratosfera. Pim, pam pum. David Fernández se sentó para destrozar las baquetas en la valderomariana y morentina Celeste (“te compraría en Granada la mejor cueva que hubiera”).
Y sonaron las nuevas: Hymno y Strummer/Lorca, incluidas en el picture-disc El testamento del sol. Antonio se dejó las entrañas al cantar La leyenda de los hermanos Quero con el invitado José María Carrillo, voz de colectivo de sevillanas combativas Gente del Pueblo, que se subió también en Soy de otra Andalucía. “Este hombre es el primer encarcelado por cantar, mucho antes que el rapero Valtònyc”, recalcó Arias antes de encarar Ciudad sin sueño, el vuelo eterno de Omega.
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