La Mar de Músicas es otra cosa. Mientras proliferan festivales de toda índole en cada comarca del país, la cita cartagenera de julio se mantiene fiel al principio de amplitud de miras que alumbró el evento hace 23 ediciones. Tiempo en el que la ciudad levantina se ha modernizado ofreciendo calidad y cantidad en una clara apuesta por la música en el sentido más abierto. Durante una semana, entre los días 14 y 22, La Mar de Músicas batió su récord con 46.000 asistentes que vivieron la experiencia repartidos por todo el casco urbano. Atención: hubo sold out en la mitad de los conciertos de pago. Ha sido el mayor acontecimiento de Europa dedicado a los sonidos de Latinoamérica, con cine, literatura y exposiciones. Y un premio honorífico para Pablo Milanés, que llenó el auditorio El Batel. “Por convertir la humilde palabra cantada más inspiradora y necesaria en un arte de incalculable valor estético y social”, dijo la periodista Lara López. Un apunte: el ufano Bob Dylan se quejó en los ochenta de que no lo invitaran a participar en el disco de homenaje Querido Pablo. Y Pablo, que fue ovacionado por Víctor Manuel, Jorge Marazu y Rozalén, retrató La Habana real (Vestida de mar), evocó el changüí de Guantánamo, alimentó la nostalgia amarillenta de la revolución (Dulces recuerdos) y casi se levanta de la silla cuando el pianista Miguel Núñez se animó con un son montuno (El saco roto).
Por el contrario, rallaba el misticismo la presencia de Franco Battiato entre el puerto milenario y las ruinas romanas. ¿Existe decorado preferible para disfrutar de este siciliano de 72 años? Impagable. Para extrañeza general, el primer cuarto de hora lo protagonizó su colega Juri Camisasca. ¿Quién? Sí, ese nombre sin rostro cuya firma hemos leído toda la vida como autor de Nómadas en la galleta del vinilo. Con aquella maravillosa respuesta la Ítaca de Kavafis, después de impregnar el escenario de filosofía de Oriente, Camisasca dio paso al amigo Franco. El papel se agotó un mes y medio antes. El público del Parque Torres conocía la obra del italiano, entusiasmo que, agradecido por el artista, ayudó a mantener a flote la magia. La custodia de piano y el cuarteto de cuerda acentuaba lo onírico de la estampa. Battiato, el niño que se crió escuchando a Little Richard, el intelectual electropop, el madurito del teatro lírico, permaneció sentado en un diván persa. Elegante, provecto, sereno, zen. La arena en la voz no restó brillo a su lidia verbal, tan sencilla como profunda y tan urgente como relegada a anaqueles de erudición en muchos casos. El de Catania trenzó lo surrealista y lo culto, el haz y el envés de la frase, siempre repleto de significado en elegante organización. Con Battiato, uno viaja a través de Persépolis, se adentra en el monasterio y luego surca las estrellas. ¿Momentos? La coreada No time no space, la relectura en épica orgánica de L’era del cinghiale bianco o la reflexión sobre el amor monótono en La canzone dei vecchi amanti. El bis fue un regalo merecido: Voglio vederti danzare.
¿Otra cumbre de La Mar de Músicas 2017? La actuación de Rodrigo Leão y Scott Matthew. El portugués y el australiano vienen de territorios –geográficos, generacionales y estilísticos– remotos. Uno fundó Madredeus y experimenta con el minimalismo contemporáneo. El otro despunta como vocalista que rompe igual o más que Elvis Costello, con una visión del pop que bien podría tener Burt Bacharach. Arropados por una formación que incluía cuerdas y trombón, dirigida por un Leão que alternó el bajo con los sintetizadores, la pareja presentó el trabajo que rubrica su prometedora alianza, Life is long. La unión parece haber sacado lo mejor del otro. Exquisitez y emoción. El crooner bendecido y el depurador de armonías. Estiraron minutaje con intrascendentes interludios cinematográficos. Nada que reprochar si, entre tanto, caían diamantes como That’s life.
El festival de Cartagena también mostró las dos caras de ese nuevo flamenco que se empeña en tutelar el barcelonés Raül Refree, que produce a Kiko Veneno, a Niño de Elche, a Silvia Pérez Cruz, a Rosalía, a Rocío Márquez… Y en cada experimento subyace la Sevilla de Ricardo Pachón y la Granada de Morente. El estreno de la jovencísima Rosalía fue uno de los instantes que más expectación levantó. La catalana no es una cantaora de biberón en las peñas, pero se ha estudiado las malagueñas antiguas de El Mellizo. Por su lado, Raül tampoco es un tocaor, aunque se esmera en garabatear un clima subyugante con la guitarra. Aquí hay más imagen que obra. Sin embargo, en el desglose del alabado Los Ángeles, marcado por un aire trágico y pesado, se filtra algo que al final pellizca y engancha. La voz de Rosalía posee el magnetismo arábigo de Lole Montoya y la dupla sabe tirar de morentismos (Aunque es de noche).
¿El polo opuesto? Rocío Márquez. Suyo fue el recital español más sobresaliente de La Mar de Músicas. Un episodio histórico. La onubense ha cruzado la frontera de la genialidad con Firmamento. Un concierto de flamenco sin guitarra, aupado por el trío Proyecto Lorca: piano, saxo y percusión. Márquez acomete con valentía una inversión tímbrica. “No hay mayor vanguardia que remedar el pasado. ¡Verted vino añejo en odres nuevos!”, recomendaba Lope de Vega. La andaluza reivindicó las mineras en la tierra de La Lámpara. De ahí, en Tierra y centro, se fusionó con una canción tradicional asturiana popularizada por Víctor Manuel y reescrita por Gloria Van Aersen de Vainica Doble. Ahí estaba el Santa Bárbara Bendita que ahora sirve hasta a Nacho Vegas. Salió del Bolero de Ravel por caracoles. Y se marchó como nunca se cierra en el flamenco: con drama por seguiriyas e invocación lorquiana. Enorme.
En esta línea, Oumou Sangaré, la llamada reina de África, encarnó otro de los espectáculos de enjundia. Con elegancia y porte, reivindicó a la mujer del continente negro. Ella, que es un referente feminista en Malí. En lo musical, destacaron la kora y las coristas. Una máquina engrasada de wasssoulou. Elementos favorables para que Alpha Blondy rematara la noche. Reggae hiperpolítico desde la óptica de Costa de Marfil. ¿Y quiénes arrasaron? Residente, que encendió la mecha del programa; Estricnina, efectiva verbena de Canijo de Jerez y Juanito Makandé con mucha esencia del Sonido Caño Roto y abundantes guiños a la historiografía del rock metabolizados con arte gitano; y Macaco y Chico Trujillo, viejos conocidos de La Mar de Músicas que pusieron a bailar a miles de personas en el Paseo del Puerto con el denominador común de la rumba. Mención aparte para El Kanka, gran revelación nacional del festival. El malagueño sedujo, enamoró, meneó y conquistó al personal. ¿Las claves? Un repertorio perfectamente diseñado para la sinergia con la gente, ausencia total de fundamentalismos de estilo –lo mismo picotea del bolero, de la ranchera o de la jarana balcánica–, riqueza instrumental y una voz cercana, de trovador algodonoso –pongamos la referencia de un Sergio Makaroff–, al frente de unas letras de inexorable gancho popular.
Entre las propuestas latinoamericanas, cabía poco riesgo con Aterciopelados, que hacen acopio de paisanos en cada visita. Andrea Echeverri, con corazón iluminado y estética andina, encadenó un hit detrás de otro. Rememoraron a Juan Gabriel, “el hombre de las 1.800 canciones y 400 amantes al año”. Y constataron que llevan dos décadas predicando un mensaje ecológico ahora de moda por aquí (Soy la semilla nativa). Clásicos como El estuche o Baracunátana son valores seguros. Por su parte, el veterano hondureño Aurelio evidenció el peso de la impronta africana en el acervo sudamericano. Repetían en el festival los colombianos Systema Solar, sólido colectivo que contribuyó a la embriaguez de madrugada en el Castillo Árabe. Aunque para descarga rítmica, la de los brasileños Bixiga 70: fuego en los metales, guitarra santanera y barniz farfisero, con dedicatorias a patrones arqueológicos como Luiz Gonzaga. ¿Sorpresas? Ojo con la cubana La Dame Blanche, manejadora del mismo temperamento de la Mala Rodríguez de los inicios. Impresiona cómo vampirizó el filin de la isla (Romántica) o se adentró en el subsuelo del relato urbano (Cuba). ¿Más hallazgos? Céu, iLe, Chancha Vía Circuito… Y algún bluff: UB40. ¿El grupo murciano más arrollador que pasó por la Plaza San Francisco? Sin duda, Perro. Sí, definitivamente La Mar de Músicas es otra cosa.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.