Una vida extra para todos
ConciertosSilvia Pérez Cruz

Una vida extra para todos

8 / 10
David Pérez Marín — 28-06-2018
Fecha — 01 junio, 2018
Sala — Teatro Cervantes / Málaga
Fotografía — Daniel Pérez / Teatro Cervantes.

Hace semanas que el malagueño Teatro Cervantes colgó el cartel de no hay billetes, un templo para la música en el que es imposible, cada vez que lo pisamos, no recordar veladas y momentos que nos dejaron huella… Aquel “Vía Chicago” de Wilco que casi rompe el techo, Patti Smith abriendo con “Kimberly” y correteando alrededor del patio de butacas, o Lou Reed, regalándonos el “Berlin” de principio a fin y cerrando con un “Power of the heart” que dejó sembrado, para siempre, su eco entre estas paredes.

Hoy toca una de esas mágicas personas que “no vuelven”, porque por allí donde pasan, nunca se van del todo. Silvia Pérez Cruz, tras más de cuatro años girando junto a un quinteto de cuerda intergaláctico que es ya familia, ramificación de su cuerpo, llega a Málaga en el fin de gira Vestida de nit (2017), con una ecléctica y deliciosa selección de canciones bajo el brazo que pocos se atreverían a interpretar.

Se mastica en el aire la ilusión que sólo los más grandes despiertan antes incluso de pisar el escenario. Fuera focos, sale Silvia y se hace la luz. Acompañada por Elena Rey al violín, nos sorprende y conquista con la copla Cinco farolas, en la que de su mano, recorremos enamorados esa “vereíta verde que no cría hierba” y sentimos también el desengaño del amor, cuando la misma vuelve a cuajar en el camino. La emoción estalla en aplausos y esto no ha hecho más que empezar. Se suman al viaje el resto de músicos, Carlos Montfort al violín, Anna Aldomá a la viola, Miquel Ángel Cordero al contrabajo y Joan Antoni Pich al chelo, para balancear el teatro y mostrarnos una vez más, como se enamora nuestro corazón con su música en la “Tonada de Luna llena”. Presenta al quinteto y sigue dibujando sonrisas en la oscuridad con la preciosa canción peruana Mechita, en la que su voz vuela y hace piruetas imposibles bajo una fina lluvia de pizzicati, de viola y violines. La intensidad sube con el fado Estranha forma de vida de Amália Rodrigues, que no sólo hace suyo, en pie desde el centro del escenario, sino que se abre el pecho y llena cada rincón de latidos ingobernables.

Vuelve a darnos oxígeno y nos hace reír con la misma naturalidad que nos encoge el alma, contándonos como nació la canción Ai, Ai, Ai: Eduard Cortés, director de “Cerca de tu casa”, película que protagoniza Silvia y viste de canciones, le dijo que si podía hacer un tema “a lo Shakira”, al darse cuenta de que no tenían presupuesto suficiente para pagarle a la colombiana. Así que, sin muchas ínfulas, con la ayuda de los coros de su hija y amigas, intento hacer una canción “rompe caderas” en ingles… "Y gané un Goya". Estribillo que cantamos una y otra vez, al son que nos marca Pérez Cruz con un simple parpadeo. Mención especial al sólo de chelo de Antoni Pich.

Se descalza y se recoge el pelo, es una fuerza de la naturaleza de la que no se puede escapar. Vivimos en un suspiro continuo, intensidad que sólo rebaja con la frescura de sus anécdotas y cercanía, interactuando en todo momento con su banda y con un público que no puede parar de piropearla. Antes de una versión de “La lambada” a fuego lento, salvavidas en un mar de desgarros, suena Carabelas nada de Fito Paez, esa que escuchamos por primera vez hace cuatro años junto a Raül Fernández en la puesta de largo de “Granada” (14) en la capital, con una crudeza y descarga eléctrica contenida que dejó entonces noqueada a la Sala Roja de Los Teatros del Canal al completo, colapso que revivimos en el también madrileño Nuevo Apolo pocos meses después. Esta noche suena menos cortante pero “no deja de ser una canción desde el alma”, en la que Silvia, acompañada por viola, contrabajo y violonchelo, nos hace jirones de piel, fundiéndonos en las Nostalgias de esos versos con sabor a tango inmortal de Enrique Cadícamo, brindando en la oscuridad “por los fracasos del amor”.

¡Que falsa invulnerabilidad la felicidad! / ¿Dónde esta ahora, dónde estará mañana? Nos aferramos al momento e intentamos atrapar cada una de las estrellas fugaces que salen de su boca y se nos escapan entre los dedos, luz cegadora a ritmo de ranchera, que baña de amarga alegría el bellísimo poema de Ana María Moix Mañana, que canta con Carlos Montfort, mientras emanan aromas de México de su violín.

El chelo de Joan Antoni Pich la acompaña en un Corrandes d'exili que eriza hasta al telón del teatro. Se hace cenizas con sus músicos y renacen en cada interpretación. Sabedores del milagro, se abrazan y se dan las gracias mutuamente al finalizar cada uno de los temas. Intenta bajarnos las pulsaciones (antes de volver a disparárnoslas) contándonos como el azar quiso que se cruzara con la bailaora y coreógrafa Rocío Molina en un avión (el 7 de agosto vuelve a pisar estas mismas tablas con A grito pelao, espectáculo que realiza con ella). Le dedica a la madre de Rocío, presente en el teatro, una Loca en la que se vacía, canción en la que conectaron sus artes por primera vez.

Vemos la tierra arder en la brasileña Asa Branca y volamos bajo la lluvia que calma el fuego y nos devuelve a casa, con Silvia pidiendo palmas, desbordando alegría y gratitud, cantándole de rodillas a sus músicos, como hacía Cohen en directo. Y nos aguantamos las lágrimas en un Hallelujah en el que, de un momento a otro, sentimos que podría aparecer aplaudiendo, desde uno de los laterales del escenario, ese poeta canadiense con sombrero que jamás debería haber muerto.

Justo antes, la emoción se quiebra como un cristal que se nos clava muy dentro, con un No hay tanto pan que duele y quedará como salitre en la memoria. El teatro en pie al completo durante varios minutos. El diluvio de aplausos descubre bajo las luces, la lógica de los acontecimientos: Un campo de miles de ojos vidriosos y agradecidos.

Alumbra el camino con un quejío al alcance de muy pocos y encontramos la Estrella, la de Morente y Habichuela, abrazándola hasta consumirnos.

Se despiden en medio de una ovación antológica y mientras dejan las tablas, el público pide “otra” y grita varios temas que quedaron fuera de un repertorio ya inolvidable… Reaparece sola y levanta el Teatro Cervantes a un palmo del suelo, con un Limosna de amores a capella y corazón abierto, seguido de un popurrí de fragmentos de cada uno de los títulos que le pedimos hace unos minutos. Vestida de nit, Habaneras de Cádiz y Pequeño Vals Vienés. No se puede desprender más generosidad, honestidad y amor por la música. Se une la banda y le canta Las mañanitas a uno de sus músicos, que cumple años hoy. Brindan con tequila a nuestra salud y ahora sí, se marcha (recordad, “nunca del todo”), desgarrándonos con esos gritos y susurros de un Gallo Rojo, Gallo Negro que bien vale por si sola el precio de cualquier entrada.

Lo ha vuelto a hacer, una vida extra para todos.

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