Que Fajardo es una de las rara avis más talentosas e inexcusables de la escena patria comienza a ser un secreto a voces, con el misterio añadido que supone el hecho de que el canario se prodigue poco por escenarios peninsulares. Por eso, la primera visita del autor a Zamora resultaba un lujo de obligada asistencia. Café para los muy cafeteros, desde luego, en una velada a la que se le presumían sensaciones muy específicas y que, a la postre, cumplió con todas las expectativas.
El majonero afincado en Gran Canaria llegó con el recién publicado “Trecho” (Comunidad de Regantes, 24) bajo el brazo, una obra grabada en directo en Villamayor de la Armuña que realza cualidades sobre fondo realista. El mismo trazo que su artífice mostró al amparo del siempre fiable escenario del Avalon Café, con una presencia de difícil clasificación que podría responder al término de anti-cantautor, armado únicamente con su guitarra y dispuesto a abrirse en canal con cada interpretación.
Fajardo toma prestados parámetros de folk y folclore y los moldea a martillazos, igual que ese escultor que busca la forma específica que le confiera exclusividad y diferencie su firma de la del resto de compañeros de profesión. Fajardo modela canciones con preferencias y maneras (que parecen emerger de su misma alma) no aptas para todos los públicos, pero que, una vez que conectan con el espectador, forjan un vínculo irrompible durante sesenta intensísimos minutos de puro trance.
Fue la consecuencia de una ejecución vocal arrasadora y plagada de recursos, solo comparable al impacto dejado por la propia lírica (en sinergia con la guitarra) del músico en composiciones como “Volcán”, “Qué quiere el hombre”, “Deidad”, “Intuición” o “Accidentes”. Tan vívida que desencaja; tan sentida que emociona; tan precisa que acongoja. Fajardo probó, en efecto, ser un artista sin parangón. Una suerte imposible de Vic Chesnutt, Mark Kozelek, Daniel Johnston y Will Oldham, dotado con talento innegociable de los que dejan cicatriz.
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