John Maus, St. Vincent, Axolotes Mexicanos y Lisasinson, Levitants y Disciplina Atlántico, Dame Area… y, si me apuran, hasta SFDK. La oferta musical en Madrid este fin de semana era un vasto abanico de sonidos y géneros. Con semejante despliegue, imaginar a la mayoría de esas citas colgando el cartel de entradas agotadas parecía una meta un tanto complicada. No por falta de entusiasmo de la prole madrileña, que siempre responde en abundancia a la llamada, sino por las carteras, que a estas alturas del mes tienden a mostrar un ímpetu decreciente.
Sin embargo, ese cóctel musical no mermó la propuesta de Cora Yako, que consiguió un sold out en una Copérnico engalanada como en las mejores noches para lo que parecía un ritual de despedida y renovación. “Se cierra un capítulo, pero se abre otro que os volará los sesos al 100%”, proclamaba la promo del concierto. Un presagio que, para muchos, fue razón suficiente para no querer perderse la velada.
No habían dado aún las nueve y media cuando los cuatro de Cora Yako, acompañados por el calor del público, subieron al escenario. Renunciando a discursos ceremoniosos, arrancaron con “Días nuevos, días viejos”, un tema que resonó como un eco premonitorio de la transición que atraviesa la banda. Ese estribillo, tan pegajoso como introspectivo, refleja la batalla interior entre la nostalgia y el deseo de avanzar hacia un futuro que se presenta incierto. Un tema que, como un hilo invisible, recorre muchas de sus canciones, envolviendo al respetable en un viaje entre lo conocido y lo que está por descubrir.
En el ambiente flotaba esa esencia de lo generacional, propia de una nueva oleada de grupos que han encontrado su lugar en una escena vibrante y sin complejos. Allí estaban entre el público algunas Ginebras y varios Carolina Durante, testigos del auge de una escena que aborda los desamores, los vaivenes de la juventud y la búsqueda de una identidad en un mundo cada vez más ininteligible. Canciones como “Réquiem”, “Azul oscuro casi negro” o “Uno entre un millón” conectaron con una audiencia que coreaba cada frase como si cada una de esas palabras fueran reflejos de sus propias vidas.
Es una realidad palpable, el público de Cora Yako se ha universalizado. Allí, en esa sala, convivían todos los tipos de jóvenes que uno podría cruzarse por las calles de Madrid, una señal clara de que la banda ha expandido su influencia. Perseverancia, talento y una fe inquebrantable en su música seguramente hayan tenido buena parte de culpa.
Quizá también ese empuje radique en melodías como las de “Martes 13” o “Souvenirs”, cuya desnuda interpretación en directo brilla tanto o más que su colaboración en estudio. Con un sonido contundente, la banda ofreció el viernes una de sus mejores versiones, revelando que pueden —y quieren— mostrar una idea mejorada a la de sus horas de grabación.
Pero, sin duda, lo que determina el éxito de su apuesta musical son unos estribillos bien rematados. En ellos resuenan ecos de los primeros Weezer o Planetas, aunque también de Pavement y el rock sudamericano de Él Mató a un Policía Motorizado. Tras ver la reacción del público en los momentos álgidos de “Un mal sueño”, “Campamento Krusty” o “Beso en un portal”, frenéticos pogos mediante, se hace evidente la profunda conexión que han forjado con su público, uno que parece destinado a catapultarlos a una liga superior. En este contexto, lo único que faltó para una redonda celebración fue poder conocer algo más de lo que Cora Yako está gestando para su próximo trabajo. Aunque la banda sólo dio a conocer uno de los temas que formarán parte de la continuación de su disco homónimo, sirvió ya para intuir que, en lo musical, los noventa darán paso a los dosmiles.
En definitiva, puede que este bolo en la Copérnico sólo sea, tal y como ellos quisieron cerrar, “Una noche estelar” en su trayectoria, o quizá marque el punto de inflexión de un paso al frente que ya tocan con los dedos. El desenlace, más pronto que tarde.
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